
Ficha técnica
Título: La vigilante del Louvre | Autora: Lara Siscar | Editorial: Plaza y Janés | Páginas 256 | ISBN: 978-84-01-01598-4 | Precio: 17,90 euros
La vigilante del Louvre
Lara Siscar
El debut literario de una voz narrativa sorprendente y poderosa. Con un discurso envolvente y delicado, Lara Siscar narra con sutileza y una afilada ternura la revolución silenciosa que anida bajo la piel de tres mujeres, en sus sentimientos y sus vidas.
Diana es vigilante en el Louvre y cada día pasea por sus salas, rendida a la belleza de las obras que allí se exponen y con las que ha adquirido la costumbre de hablar y relatarles los pormenores de una vida que se ha instalado en la rutina, muy a su pesar.
Un día desembarca en el museo una exposición temporal sobre Courbet que provoca una fascinación inmediata y poderosa en ella. Pero Diana no está sola en esta obsesión, ya que junto a las obras del gran maestro del realismo llegan también visitantes novedosas para la vigilante del Louvre entre las que se encuentra Claudette, una enigmática rubia que, cargada con su violonchelo, asiste fiel a su cita diaria con El origen del mundo, e Isabelle, una hermosa mujer de cabello rojo intenso, cuyo destino ha sido marcado en gran medida por la modelo retratada en dicho cuadro y de la que conserva su diario como su más preciada posesión.
¿Qué sucede cuando la vida no te ofrece lo que esperabas?
¿Es posible dejar de soñar con alcanzar la felicidad?
El origen del mundo es una de las obras malditas del siglo XIX. Concebida por Gustave Coubert en 1866 llevó una existencia casi clandestina durante más de un siglo, oculta por toda clase de artificos, que solo permitieron su contemplación furtiva a un reducido grupo de escogidos. El azar la hizo correr de mano en mano en una larga cadena de propietarios que la llevaron de Francia a Budapest, fue presa del expolio nazi y rescatada por el Ejército Rojo, que la devolvió a su legítimo dueño. Su último propietario conocido fue el psicoanalista Jacques Lacan. Tras su muerte en 1981 el lienzo quedó en manos del estado francés, que no se atrevió a exponerlo públicamente hasta 1995, bajo condiciones especiales de protección, en una sala del Museo D’Orsay, donde se encuentra en la actualidad.
Enigmático e inquietante, este desnudo femenino de realismo desbordante, arrastra hasta nuestros días la leyenda de ser, por méritos propios, el cuadro más escandaloso de la historia del arte.
Diana
Me pusieron de nombre Diana por la diosa de la caza, pero yo me quedé en nada. Afortunadamente les gustó más Diana que Venus, aunque yo hubiese preferido que me llamaran Victoria, por la Victoria de Samotracia. Mis padres visitaron el museo y decidieron que cuando yo naciera heredaría el nombre de alguna de las deidades que lo habitaban. La vida, ya sea azar o destino, me ha llevado a pasar la mayor parte de mis días allí donde surgió mi nombre. Soy vigilante de sala.
Frente a mí, a tiro de bolígrafo, las más exquisitas y magníficas creaciones de la raza humana. De lo bueno que haya salido de unas manos, lo mejor. Son tantas y tan espléndidas las obras, tan asombrosamente geniales, que no importa cuántas veces pase por delante, siempre me robo unos minutos para observarlas. Si el tiempo es escaso, las miro de reojo de camino a mi rincón de trabajo. Como del canto de las sirenas, tampoco es posible escapar a la llamada de las criaturas del Louvre. Para ignorarlas, hay que no verlas.
Mi trabajo me lleva hoy frente a dos mujeres casi siamesas, Las dos hermanas de Théodore Chassériau, según dice la cartela. No es mal día éste. Dos mujeres vestidas iguales con ropajes de aspecto recio, a rayas en rojo y dorado, y grandes chales en el mismo tono rojo con ribetes de oro. Se parecen. Nunca les había prestado atención y no recuerdo los nombres. Me acerco más a la placa y leo… ay, las gafas. No veo esta letra tan pequeña. Sí… Adèle y Aline. Adèle y Aline, hermanas de Théodore. Las hermanas del pintor. Da la impresión de que me están mirando.
No es de las salas más concurridas, en absoluto. El Louvre es el museo más visitado del mundo, pero aún existen reductos de soledad en él y éste es uno. He tenido suerte, los puestos no pueden escogerse. Los rincones se reparten estrictamente por turnos.