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Ficha técnica

Título: Euforia Colectiva | Autor: Alberto Hontoria Maceín | Ilustrador: Almudena Cuesta Ruiz  |   Editorial: El DesveloPáginas: 352 |  | Formato: 21 x 13,5 cm  |  Encuadernación: Rústica  | ISBN: 978-84-943987-6-6 | Precio: 19,50 euros

Euforia Colectiva

EL DESVELO

Durante un análisis de rutina en el laboratorio, la microbióloga Charlotte Cornell descubre un microorganismo que transforma las hortalizas de un modo extraordinario. Los vegetales serán examinados en un invernadero para sondear sus renovadas propiedades y acabarán siendo utilizados en una granja como alimento experimental de ganado vacuno. La cadena de propagación del microbio no se detendrá ahí: un grupo de autoridades barajará la posibilidad de destinar a consumo humano la carne de las vacas. Los resultados del hallazgo podrían cambiar el mundo. Sin embargo, el ingeniero informático australiano Kane Sonnen diseñará una aplicación para dispositivos móviles que podría alterar para siempre el curso de la humanidad en un sentido aterradoramente distinto.

 

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No se avergonzaba de reconocer que le agradaba el desorden e incluso cierto grado de suciedad. Que no le molestase la desorganización no significaba que adorase el caos. Y, por supuesto, que no se escandalizase ante la falta moderada de limpieza no significaba que le gustase la inmundicia o la concentración de porquería. Sencillamente, tendía a una sólida indiferencia en lo referente a los temas de higiene. Esta opinión aparentemente tan insólita perdía toda extravagancia cuando se definían las razones que la explicaban. Charlotte Cornell se licenció en Biología por la Universidad de Berkeley, se doctoró en Microbiología por la Escuela de Medicina de la Universidad de Pensilvania y disfrutó en Ohio de cuatro años de beca postdoctoral en el Departamento de Inmunología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Toledo. Pocos meses después de la finalización de la beca, obtuvo una plaza de profesora en el Departamento de Epidemiología y Biología Molecular en la Universidad de Columbia. Y tras tres años de actividad docente, renunció a la enseñanza cuando le hicieron una de esas ofertas que no se pueden rechazar. La vida de la doctora Cornell había transcurrido entre rituales de desinfección, protocolos de salubridad y una apología extrema de la profilaxis. Su trabajo le exigía atender constantemente las normas básicas de esterilización. Sus compañeros, obsesionados con mantener los gérmenes a raya, profesaban la religión de la pulcritud. Los espacios en los que se movía no dejaban de recordarle, como si se tratase de un mantra o una fórmula sagrada, que la meticulosidad en el aseo constituía el pilar maestro de la doctrina divina de su profesión. Charlotte Cornell había acabado percatándose de que el método científico, que aboga por el distanciamiento y rinde culto a la asepsia, no era tan distinto de los fundamentos de la fe. Pureza del alma, pureza del conocimiento. La doctora Cornell buscaba ejemplos y los encontraba con facilidad. Se repetía a sí misma que la fecundación de la Virgen María, sin ir más lejos, se produjo sin mediación de trato carnal. Y así nació Jesús: sin pecado concebido. Libre de mezclas, libre de manchas. Eso aclaraba, valoraba Charlotte Cornell, que la palabra mancha significase tanto marca de suciedad como deshonra. La idea de pureza, por otro lado, había sido utilizada históricamente con fines sobrecogedoramente abyectos. En el nombre de la pureza, Hitler inició un genocidio que pretendía preservar la integridad de la raza aria y sostener la perpetuación del Tercer Reich. La experiencia le decía a Charlotte Cornell que los territorios de la ciencia eran templos de purificación. El dominio científico estaba plagado de emblemas que lo pregonaban a los cuatro vientos. Edificios austeros, habitáculos inmaculados, aparatos impolutos. Pasillos blancos, laboratorios pintados de blanco, muebles exhibiendo blancura.

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