
Ficha técnica
Título: Las fascinantes rubias de Alfred Hitchcock | Autor: Serge Koster | Traducción: Manuel Arranz | Editorial: Periférica | Colección: Largo recorrido | Páginas: 88 | ISBN: 978-84-16291-19-9 | Precio: 13,50 euros
Las fascinantes rubias de Alfred Hitchcock
Serge Koster
Hitchcock y la dimensión erotómana de su cine; Hitchcock como un Barba Azul de cuento; Hitchcock el Maestro. A ratos deliciosamente perversas, y con teorías atrevidas pero muy atractivas, estas páginas de Serge Koster abordan, con conocimiento de causa y brío literario, los temas que intrigan a los amantes del cine y excitan también la curiosidad de los espectadores novatos. Y están tan llenas de su amor de fan por los personajes como por las personas: la Grace Kelly de La ventana indiscreta, la Kim Novak de Vértigo, la ladrona Marnie interpretada por Tippi Hedren…
Voyeurismo, fascinación, diálogos llenos de dobles sentidos: la cara B de un Hitchcock no tan oculto aparece aquí como en sus películas: siempre casi escondiéndose y a la vez mostrándose; el adorador de ídolos femeninos que coloca en un altar a sus actrices para luego, en muchos casos, derrumbar con sólo un gesto ese mismo altar; el genio de las contradicciones.
Narración y ensayo, diario de lecturas y películas, de placeres y vicios (a veces la misma cosa), Serge Koster, siempre entre la erudición y la divulgación, propone a los lectores, con una prosa llena de hallazgos líricos y también, ¿por qué no decirlo así?, «psicológicos», una estupenda conversación que recuerda a la ya mítica entre François Truffaut y el propio Alfred Hitchcock, sólo que ahora, al abrir este libro, seremos nosotros mismos quienes nos convertiremos en contertulios de Serge Koster, para aprender de él y para debatir con él.
PREFACIO
EL DESEO SEGÚN HITCHCOK
No, ellas no han cambiado.
Sí, siempre son las mismas.
Estrellas de la pantalla, sólo existen para ser vistas una y otra vez, estrellas que brillan para deleitarnos, para deslumbrar nuestros sueños, estrellas cuyo «fundamento» es la carne que no se ve.
Vamos a estar en compañía de algunas de las criaturas del Maestro. Ancianas o difuntas, hoy las actrices que las encarnaron para poblar nuestra mitología no son más que las evanescentes presencias de nuestra máquina fantasmática. La película es la que pone la máquina en movimiento, y nos sobresalta.
Si el cine hollywoodiense creó las estrellas de los años treinta, me parece incuestionable que fue Alfred Hitchcock uno de los que más contribuyó a darles una dimensión mítica, cuya proyección se mide por contraste con el mediocre estatus de artista al que el cine actual reduce a sus protagonistas más notorias, independientemente de la calidad de las películas, obligadas como están a frecuentar los estudios, los platós de las televisiones, que las utilizan para vender sus intercambiables servicios. Como si (hipótesis provisional) el lenguaje televisivo hubiese contaminado y limitado los códigos del séptimo arte.
Por mucho que el Festival de Cannes despliegue sus fastos promocionales, orquestados por comentaristas charlatanes y redundantes, contemplo la subida de la escalinata como si fuera una feria, una farsa, donde incluso las mujeres más bellas (pongamos al azar: Catherine Deneuve tomando El último metro, Nicole Kidman bajo el influjo onírico en Eyes Wide Shut) se limitan a desfilar en beneficio de los eslóganes publicitarios que mantienen las firmas de las cadenas de producción. Los mitos chocan contra el duro muro del «cálculo egoísta».