Iván Thays
Antonio Ungar
La novela ganadora del Premio Herralde 2010, Tres ataúdes blancos de Antonio Ungar ya consiguió, en pocos meses, varias ofertas de traducción. Al italiano, francés, holandés y alemán. Una fantasía delirante, una nueva versión de la novela sobre dictadores latinoamericanos. Alejandro Soifer escribe para Página12 una reseña muy positiva de la novela del colombiano.
Dice:
Ambientado en un futuro muy cercano, en una república caribeña dominada por una casta política corrupta y decadente, espacio al que el narrador llama Miranda, el primer cuarto del relato nos introduce de forma aletargada y minuciosa a ese mismo narrador: un hombre antisocial y solitario que vive con su padre y se preocupa obsesivamente por minucias. Pero luego, tres balas disparadas a la cabeza del líder de la oposición al régimen semidictatorial de la República de Miranda y el parecido físico del narrador con el asesinado se entrelazan para darle forma a un plan urdido por los más cercanos amigos del difunto: hacer pasar a nuestro narrador por dicho líder como única esperanza de generar un cambio democrático en el país arrasado, desde hace décadas, por el terrorismo de Estado en un sistema político dominado por el miedo burgués.
Este será el punto de partida de la trama en un camino, de a ratos acelerado y enloquecido, que contendrá todos los elementos de una novela de folletín: romance, persecuciones, crímenes, acción, muerte y algunas metarreflexiones del narrador acerca de su propio texto.
(?) lejos de ser un intento de literatura realista, el texto trabaja temas complejísimos y trágicos (desapariciones forzadas de personas, campos de exterminio, exilios, entre muchos otros) desde cierto juego irónico que motoriza una reflexión sobre lo que es verdadero y lo que es payasesco en el contexto político contemporáneo o pronto a suceder en América latina. Con un presidente totalitario, retacón y petiso al punto de no llegar a tocar el piso con sus pies sentado en una silla, al que el narrador llama Tomás del Pito y algunos de los juegos de palabras que ese nombre habilita, queda evidenciado que el tono de la novela será, mayormente, sarcástico y zumbón.
La proliferación de voces que se entrecruzan y la configuración de las hazañas que motorizan el relato se tornan fatigosas cuando se las excluye del tono de burla, y corren el serio riesgo de fosilizar una idea arcaica sobre la realidad latinoamericana. Sin embargo, la pura burla en sí parece una forma un tanto endeble para sostener sobre sus vigas todo el peso de la novela. Los mecanismos producen un relato posmoderno algo ligero, que no deja de entretener, con una vociferación política un tanto ambigua que conforman en su totalidad un thriller edificado en una prosa resistente que es más de lo que suelen ofrecer este tipo de novelas.