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SEÑALES QUE PRECEDERAN AL FIN DEL MUNDO por Yuri Herrera

Por 13 de julio de 2010 Sin comentarios

Iván Thays

RESEÑAS SIN PLUMAS
Luis Hernán Castañeda
?¿Vas a cruzar?? 
            ?Estoy muerta, se dijo Makina?: así empieza la historia, que ofrece desde su primera escena una poderosa imagen sobre la relación entre el cambio y la permanencia ?su coexistencia, su simultaneidad. Makina, la joven y dura heroína que protagoniza ?Señales que precederán al fin del mundo?, brinca como un felino y se salva de ser tragada por la tierra durante un evento de ?locura telúrica?, mezcla enrarecida de terremoto y hundimiento de suelo que desaparece sectores enteros de la Ciudadcita en un santiamén, subrayando así, a través de la fragilidad radical del instante ?su peligrosidad a punto de derrumbe? una multisecular historia de abusos, expoliaciones y violencia contra los seres humanos y su hábitat. La razón de la locura telúrica es tanto humana como subterránea y, al tiempo que se muestra a pleno sol en las relaciones sociales y económicas, se esconde en canales profundos como lombrices de la muerte: el hecho irreparable, que vincula lo natural y lo moral a través del lirismo áspero, discreto y enternecido, de la prosa de Yuri Herrera, es que ?la Ciudadcita está cosida a tiros y túneles horadados por cinco siglos de voracidad platera?. 
            La Ciudadcita, urbe imaginaria por la que Makina pasa en su camino hacia el norte, es un lugar dinámico sometido a transformaciones imprevisibles y rotundas: una ciudad en reacomodo violento, relampagueante, siempre al borde del descalabro que todo lo cambia. Algo así les sucede a los personajes de esta novela, cuyas identidades son presa de accidentes y terremotos que hacen su trabajo y, también, cumplen con el rol de los humanos: destruyen y reedifican, arrancan lo de aquí y lo transplantan por allá.
La segunda obra del escritor mexicano Yuri Herrera tiene una trama simple y prístina, imbuida de una actualidad político-cultural punzante, a la vez sólidamente enraizada en la tradición literaria de su país y portadora de resonancias míticas. Makina es empleada de una centralita telefónica en un pueblo que no se nombra, situado en un México transfigurado por un tamiz ficcional con eficaz pretensión de autonomía; Makina, una mujer con una misión, debe cruzar la frontera y llegar a los Estados Unidos para traer de vuelta a su hermano perdido, que viajó al país del norte ilusionado por la promesa de un terrenito ?triste aventura del desencanto? y dejando en su tierra natal a su hermana y a su madre, la Cora. Tras entrevistarse con los ?duros?, tres capos cuyas misteriosas iniciales ?los señores Hache, Dobleú y Q? gatillan el mundo de referencias de las películas de acción y pelea (y por qué no también, el de los videojuegos y sus ?bosses?), Makina logra emprender su viaje terrestre con el deseo implacable, la pasión única, de volver con su hermano para cumplir los anhelos de la Cora. En su camino sorteará ríos, tiroteos, persecuciones, largas caminatas y soledades desconocidas, que la llevarán a descubrir la peculiar ambigüedad de la frontera, auténtica galaxia con sus leyes propias.
?Su madre la Cora la había llamado y le había dicho Vaya, lleve este papel a su hermano, no me gusta mandarla, muchacha, pero a quién se lo voy a confiar ¿a un hombre? Luego la abrazó y la tuvo ahí, en su regazo, sin dramatismo ni lágrimas, nomás porque eso es lo que hacía la Cora: aunque uno estuviera a dos pasos de ella era siempre como estar en su regazo, entre sus tetas morenas, a la sombra de su cuello ancho y gordo, bastaba que a uno le dirigiera la palabra para sentirse guarecido. Y le había dicho vaya a la Ciudadcita, acérquese a los duros, ofrézcales servirles, yái que le echen la mano con el viaje?.
La ambigüedad de la frontera está en su carácter abierto y cerrado al mismo tiempo, en su condición de lugar híbrido de tránsitos infinitos que, sin embargo, no deja de proponer, en su momento sombrío y epifánico, la guadaña que separa el ?aquí? del ?allá?, el ?nosotros? de los ?otros?, con virulencia de bloques compactos. En otras palabras, la frontera puede ser el paraíso azaroso, tornasolado, de la sutileza de lo indefinido y lo proteico ?rasgos sugeridos por la pluma refinada, sensitiva de Herrera?, pero es también el puente sin retorno, la cárcel donde triunfan los límites y las limitaciones, las desigualdades, las jerarquías. En el mundo de la frontera es posible experimentar, con los ojos del observador cultural y en la carne propia del viajero, los avatares de lo gris, aquella utopía de creación sin ataduras que, cuando menos uno lo espera, depara el ?cruce? al otro lado, aquel umbral definitivo que divide el cosmos entre propios y extraños, revelando la calamidad de las diferencias y vociferando, en el alma del forastero, la aguda ?terrible, súbita, tal vez gozosa, como un terremoto? conciencia de la extranjería.
El universo ficcional de ?Señales que precederán al fin del mundo? no es un espacio, es una travesía con dos alternativas: por un lado, el suave deslizamiento; por otro, el cruce, el salto mortal. Aquí los lugares y los personajes, lo interior y lo exterior, la trama y la estructura, la lengua misma, se desplazan y mutan, se fugan de sí mismos, son irreconocibles en su familiaridad, porque el fundamento sobre el cual están edificados es una cámara de túneles, pasajes, caminos bajo tierra: se está siempre ?al otro lado?. La imagen convocada es la de una zona porosa regida por las dinámicas enfrentadas de la creación de una cultura nueva, fruto de múltiples influencias, y la violencia más sórdida, esa que divide, deshumaniza, alteriza, y que en la frontera golpea con fuerza.
Uno de los temás más ásperos de la novela es el dolor de quien se ve reflejado y deformado en la pupila ajena, temerosa y atrincherada en certezas que son prejuicios y estereotipos, de aquellos que se consideran principio absoluto del universo todo. Makina, pese a ser tan joven, es sensible y perceptiva, de manera que el lector obtiene un sustancioso registro de una experiencia de viaje que incluye el autoanálisis de las emociones y la observación precisa del entorno, observación muchas veces deslumbrada, lúdica, irónica, de las costumbres norteamericanas y de la inserción de lo mexicano en tierras no demasiado extrañas.
?La ciudad era un arreglo nervioso de partículas de cemento y pintura amarilla?:  Una vez que Makina, una bala encajada en su cuerpo, logra cruzar el río y entrar a Estados Unidos por primera vez, se pasea por calles que le dejan un sabor a desolación, preguntando siempre por su hermano sin tener otra brújula que sus caminatas sin rumbo. Mientras tanto, va recogiendo sus impresiones, hace una ?relación? como podría hacerla un recién llegado al Nuevo Mundo en el siglo XVI. Por ejemplo, le llama la atención, como algo nuevo, la intimidad existente entre la tristeza y el consumismo en las tiendas y los supermercados; constata, además, la omnipresencia silenciosa o silenciada de los suyos, dedicados en su mayor parte a trabajos pesados que los retienen en las calles ??en las esquinas, en los andamios, en la banqueta??, expuestos pero invisibles como un decorado, que sin embargo logra adquirir relieve en ciertas cuñas, como la comida mexicana.
Makina avanza y obtiene la ayuda de sus compatriotas, a quienes percibe iguales a los residentes del otro lado, aunque más opacos, taciturnos. La colaboración entre compatriotas asume la cara positiva de la solidaridad, pero también produce asociaciones ilícitas, usos verticales del otro, riesgos de alto precio: el modo en que Makina ha logrado el beneplácito de los ?duros? de la Ciudadcita para cruzar ha sido comprometiéndose a pasar un paquete, cuyo contenido no se aclara, pero que le permite conectarse con un submundo delincuencial de negocios fronterizos. De modo singular y bastante perspicaz, el lugar donde Makina entrega su paquete no es la sórdida cueva de los criminales, sino un luminoso estadio de béisbol cuya descripción, bellamente estetizada por la sorpresa y la admiración de la viajera que ingresa en él, nos sugiere la profunda complicidad entre la legalidad y la ilegidad, lo abierto y lo clandestino, el aquí y el allá del negocio en cuestión, que invoca además la imagen inicial de la explotación minera: ?Al fondo, de súbito se le vino encima una hondonada de hermosuras rivales: la sima un inmenso diamante verde que ondulaba en su propio reflejo; arriba, abrazándolo, decenas de miles de asientos negros plegados, como un cerro de obsidiana erizado de pedernales, reluciente y afilado?.
La voz del narrador en tercera persona es comprensiva y parca, aunque firme en sus convicciones. Por un lado, nos cuenta una historia situada en un ámbito complejo y extremo, reconociéndole estas características sin realizar juicios maniqueos; por otra parte, sin desatender el desarrollo de la narración y el impacto de los hechos en la conciencia de Makina, cuya perspectiva es la dominante, se juzga a través de dicha atención la crueldad imperante en el medio y se postula, no únicamente a través de la afirmación tajante y lírica sino, en especial, mediante la meta-realización de un proyecto lingüístico-estilístico, una encarnación deseable para el mundo de la frontera, un futuro que podría ser construido gracias a las mismas fuerzas en conflicto que hacen de la frontera un espacio complejo y extremo, tanto en su violencia como en sus posibilidades creativas y recreadoras.
La frontera que el narrador imagina no es la realidad disociada y terrible que ofrece la novela. Hay una vocación de armonía y síntesis en la voz del narrador, en sus palabras. El mismo personaje de Makina descubre, en su construcción mixta, esa vocación. Makina y su hermano recogen, sin duda, los ecos dejados por los pasos de un célebre peregrino de la novelística mexicana, quien como ellos persigue la reunión familiar y vive rodeado por muertos en vida: Juan Preciado, el hijo que busca a su padre en ?Pedro Páramo?. Makina busca a su hermano, él busca una parcela de tierra, como Preciado. Pero, además de ello, en su búsqueda Makina se comporta como una férrea heroína extraída del cine de acción, o de artes marciales: su destreza física, su resistencia al dolor, la fortaleza de su espíritu, su pasión única, remiten, por citar un ejemplo, a Beatrix Kiddo, la protagonista de la cinta ?Kill Bill? de Tarantino. Así, los referentes literarios y cinematográficos, mexicanos y norteamericanos, clásicos y contemporáneos, conviven, dialogan, se enriquecen mutuamente, se trenzan en la construcción de Makina.    
Una lógica análoga es la que se presenta, en el plano lingüístico, cuando la novela reflexiona sobre la aventura cultural de los migrantes mexicanos y los chicanos y, autorreflexivamente, sobre la propia variante del español en que ella está escrita, una síntesis de lirismo y coloquialismo, de mexicanismos y neologismos; en el crisol de un estilo que armoniza la tradición y la creación, lo ?paisano? (lo mexicano) y lo ?gabacho? (lo norteamericano), se pone en escena el gran proyecto híbrido que desencadenan todos los hablantes transplantados ?la posibilidad de inclusión es central: no se alude sólo a los mexicanos (tal vez, ni siquiera sólo a los hispanohablantes)?, y que está esbozado en las siguientes líneas:
?Más que un punto medio entre lo paisano y lo gabacho su lengua es una franja difusa entre lo que desaparece y lo que no ha nacido. Pero no una hecatombe. Makina no percibe en su lengua ninguna ausencia súbita sino una metamorfosis sagaz, una mudanza en defensa propia. Pueden estar hablando en perfecta lengua latina y sin prevenir a nadie empiezan a hablar en perfecta lengua gabacha y así pueden mantenerse, entre cosa que se cree perfecta y cosa que se cree perfecta, transfigurándose entre dos animales hasta que por descuido o por clarísima intención de pronto dejan de alternar lenguas y hablan en esa otra. En ella brota la nostalgia de la tierra que dejaron o no conocieron, cuando usan las palabras con las que se nombran objetos; las acciones las mientan usando un verbo gabacho que es ejecutado a la manera latina, con la colita sonora de allá?.
La presencia de Rulfo se manifiesta de otro modo. Si en ?Pedro Páramo? encontramos una estilización lírica de ciertas formas del habla popular mexicana, después de leer a Herrera no cabe la menor duda de que su proyecto lingüístico discurre por el mismo sendero. No hay aquí una intención de representar con fidelidad un determinado dialecto, porque la mímesis léxica tiende  hacia el interior, no hacia lo exterior: un ejemplo claro tendría que ser la palabra ?jarchar?, usada de manera consistente con el significado de ?salir? o ?marcharse?. Por ejemplo, Makina se entrevista con uno de los ?duros?, y el narrador en tercera persona cuenta así su despedida: ?Dio las gracias, el señor Dobleú dio el de qué mi niña, y jarchó?. Es admirable la sonoridad de ?jarchar?, con su fuerza y su aspereza; ¿en qué lugar de México usarían ese verbo tan expresivo?
Algunos días después de leer la novela, entro a un diccionario online y llego, por casualidad, a un foro de discusión donde otro lector de Yuri Herrera se pregunta por ?jarchar?, y da un paso que yo no di: le escribe al autor para preguntarle. La siguiente es su respuesta:
?Lo que trato de hacer es, sí, una mezcla de inclusión de lenguaje popular con innovación. (?) Jarcha, jarchar, es una palabra que he derivado de la palabra que se usa para designar ciertos fragmentos de poemas escritos en el siglo XIII, que son el ejemplo más lejano de lo que luego sería el español, y que utilicé porque la palabra podía simbolizar algunas cosas importantes para mi novela: era una ?salida? del poema, era una voz femenina, era melancólica y, sobre todo, era una lengua en transición?. 
La palabra ?jarchar? entraña, entonces, una muestra de hibridez entre lo extranjero y lo propio, entre lo arcaico y lo nuevo, entre el mundo y el texto. De manera que ?jarchar? no es un caso de mímesis léxica sino de renovación con un pie en el pasado más remoto de la tradición de la lengua, y el otro en un presente de transición, de contacto cultural y de intercambio lingüístico: la lengua ?gabacha? y la lengua ?latina?. La ?jarcha?, la canción final con que cierran sus composiciones los poetas andalusíes, es signo y testimonio de la historia en tránsito continuo, pero también es síntoma de batallas y asimetrías, de luchas por el reconocimiento y la prosperidad de un mundo nuevo. De alguna manera, el proyecto de ?Señales que precederán al fin del mundo? implica imaginar la posibilidad de lo que no existe aún, y como un segundo paso, anticipar variantes de su plasmación. No estamos ante una novela donde el lenguaje sea únicamente el instrumento para contar una historia: Yuri Herrera diseña una prosa inteligente, una lengua que pone en escena una aventura imaginaria y cultural, poética y política. Lo engañoso de la tersura y fluidez de su estilo está, precisamente, en enmascarar bajo un velo de facilidad el tremendo esfuerzo de la gestación.    
Es curiosa la polisemia de ?jarchar?: significa, además de lo mencionado, acostarse con otra persona. El afecto y la separación, la unión y la ruptura, son, parece decirnos la novela, indesligables. La estación de los encuentros es la misma estación de las despedidas. Las fuerzas que mueven la trama de esta novela son la separación y la sed de reunión, la partida, el reencuentro, el desencuentro: un viaje que nunca se detiene. Un hermano se va, se pierde; una hermana deja a su madre para buscar a su carnal; una novia abandona a su novio, sin promesas de volver; la operadora de la centralita telefónica se aleja de su comunidad; dos personas que se atraen se cruzan sin tocarse; la maternal dueña de un restaurant ve desfilar un río de migrantes; los pasajeros de un autobús fantasmal se observan y desaparecen, sin despedirse, para nunca volverse a ver.
No se estropea el final de la novela si se le revela al lector que Makina logra cumplir con su misión y, sin que sea contradictorio, también fracasa. Consigue ver a su hermano perdido, pero no lo encuentra, quizá porque todos nosotros somos irrecuperables: nuestras identidades del pasado han emprendido su viaje, aunque a veces consiga capturarlas, por breves instantes, la malla de la memoria. El reencuentro decepciona a los que soñaban con una fusión, una vuelta al territorio intacto de los recuerdos disfrazados de esperanzas. Makina aprende, en su entrevista con un espectro, que los otros nunca son ellos mismos, que hay un adiós camuflado en cada encuentro, sobre todo si hablamos de una historia de la frontera, la zona de todos los ?pasaderos?. Pasaderos y pasajeros son, y en realidad siempre lo fueron, los íntimos a los que creíamos permanentes y nuestros, sólo por contarlos en las filas de la familia; ella también se ve sometida y desgarrada por la ley implacable de la frontera. La misma Makina, devastada por la pérdida, tendrá que decirse adiós a sí misma, dejarse ir como a un fantasma de toda la vida. El maravilloso final ambiguo de la novela, su apretado manojo de sensaciones, transmite como pocos el peligro eufórico de los nuevos comienzos.

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Iván Thays

Iván Thays es escritor peruano (Lima, 1968) autor de las novelas "El viaje interior" y "La disciplina de la vanidad". Premio Principe Claus 2000. Dirigió el programa literario de TV Vano Oficio por 7 años. Ha sido elegido como uno de los esccritores latinoamericanos más importantes menores de 39 años por el Hay Festival, organizador del Bogotá39. Finalista del Premio Herralde del 2008 con la novela "Un lugar llamado Oreja de perro".

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