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Ficha técnica

Título: Enterrado en vida | Autor: Arnold Bennett | Editorial: Impedimenta | Traducción: Vicente Vera | Edición: José C. Vales | Introducción: Jesús J. Pelayo | Páginas: 304 | ISBN: 978-84-15578-49-9 | Precio: 20,95 euros

Enterrado en vida

Alan Bennett

IMPEDIMENTA

Una sensacional comedia de enredo, suplantación y dobles identidades, elegida por Jorge Luis Borges como parte de su biblioteca personal.

Priam Farll es el más reputado pintor de Inglaterra: célebre por sus cuadros sobre policías y pingüinos, es adorado por el público y la crítica. Tímido como un cervatillo, nadie conoce su aspecto, pues lleva años viviendo en el extranjero junto con su criado Henry Leek, un granuja de tomo y lomo. Un día regresa a Londres de incógnito, y Leek tiene el mal detalle con su amo de fallecer súbitamente de pulmonía. El doctor que certifica la muerte confunde a Leek con Priam Farll, y pronto la noticia corre como la pólvora: el gran pintor ha muerto. Farll ve el cielo abierto y decide no sacar al mundo de su error: finge que es Henry Leek, y hasta asiste a su propio entierro en la abadía de Westminster. Es entonces cuando entra en escena una pizpireta viuda de Putney, Alice Challice, que estaba prometida en matrimonio por correspondencia con Leek, y con quien Farll se aliará para luchar contra las adversidades de la vida moderna.

 

 

 

CAPÍTULO I

 

La bata de color pulga

El peculiar ángulo que el eje de la Tierra forma con el plano de la eclíptica —ángulo del cual depende en buena medida nuestra geografía, y por ende, nuestra historia— era la causa de que en la época en que comienza este relato se produjera el fenómeno conocido en Londres con el nombre de verano. Ocurría además, a la sazón, que nuestro globo, en su continuo girar por el espacio, presentaba su cara más civilizada del lado contrario al Sol, de lo cual resultaba que era de noche en Selwood Terrace, una de las calles más céntricas del barrio londinense de South Kensington.

En el número 91 de Selwood Terrace, dos luces, una en la planta baja, otra en el piso principal, revelaban calladamente que la pericia humana tiende a burlar las inteligentes disposiciones de la Naturaleza. La casa del número 91 era una de las diez mil similares que hay aproximadamente entre la estación de South Kensington y North End Road. Con su horrible fachada de estuco, su cocina en el sótano, sus escaleras de cien peldaños, su perfecta incomodidad, y pesando sobre su conciencia la muerte de sirvientes de toda clase, esas viviendas levantan hacia el cielo sus escuálidas chimeneas de latón, y esperan con aire melancólico a que llegue el día del Juicio Final de las casas de Londres, ignorando con sublime inocencia las velocidades de rotación y de traslación de la Tierra y el atolondrado deambular de todo el Sistema Solar a través del espacio sideral. Se notaba que la casa número 91 no era feliz, y que solo podría alcanzar la felicidad con un cartel que dijera «Se alquila» en el frontispicio, y otro con el aviso «No hay botellas » en la ventana del sótano-cocina. Pero lo cierto era que no poseía ninguno de estos remedios específicos. Aunque en los últimos tiempos solía estar vacía, nunca llegó a quedarse sin inquilino. A lo largo de toda su respetable y larga carrera, ni una sola vez permaneció desalquilada.

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Alan Bennett

Alan Bennett es autor de muchas obras teatrales como Habeas Corpus, Forty One Years On, Kafka's Dick o The Madness of George III (adaptada después al cine), guiones cinematográficos como Prick Up Your Ears (basado en la vida de Joe Orton), y piezas televisivas, como Talking Heads y An English­­­man Abroad, que lo han convertido en uno de los autores británicos más queridos, o la selección de sus diarios Writing Home. Asimismo es muy apreciado como actor. En 2003 recibió el British Book Award por la obra de una vida y fue calificado como «nuestro Tesoro Nacional», aunque naturalmente Bennett detesta esta frase. En Anagrama se han publicado sus novelas cortas Con lo puesto, La ceremonia del masaje, La dama de la furgoneta y Una lectora nada común, que lo consagró entre los lectores españoles: «Un homenaje impagable al poder libérrimo y enriquecedor de la literatura, al músculo subversivo de la lectura» (Robert Saladrigas, La Vanguardia); «Todos los políticos, sean o no ministras o ministros, además de sus esposos o esposas, sus asesores, sus guardaespaldas, los chóferes de sus coches, los directores generales, los guardias civiles que controlan la seguridad de los mi­nisterios, y hasta los mismísimos monarcas y la Royal Family española en pleno, deberían leer Una lectora nada común» (Manuel Rodríguez Rivero, El País); «Un tesoro de novela» (Elvira Lindo); «Deliciosa» (Fernando Savater).

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