
Ficha técnica
El profesional
W.C. Heinz
Una mañana de primavera el periodista Frank Hughes cruza el Bronx para encontrarse con el boxeador Eddie Brown, peso medio con una larga y anónima carrera a sus espaldas. Después de nueve años subido al ring ha llegado su momento, el más importante de toda su vida: luchará por el título mundial. Años de sacrificio y esfuerzos confluyen en una decisiva noche en el Madison Square Garden de Nueva York, la noche en la que el hijo de un albañil puede convertirse en un gran campeón.
Frank acompañará al boxeador durante todo el mes de preparación previo a la pelea: los entrenamientos, las carreras matutinas, la relación con otros boxeadores y con su familia. Lo que grabará no serán solo las dificultades, las alegrías y los tormentos de un atleta en el momento decisivo de su vida, sino también el vínculo que le une a su mánager, Doc Carrroll para quien este combate supone la última gran oportunidad de coronar a un campeón del mundo.
COMIENZO DEL LIBRO
Allí el metro circula elevado. Hay algo raro en ello, pese a que en el Bronx el metro tiene largos tramos donde sale de debajo de la tierra y discurre muy por encima de la calle, como el de Chicago. Supongo que algún día lo meterán también bajo tierra, y será una pena porque desde lo alto, tal como está ahora, se ve gran parte de Nueva York.
Quiero decir que, nada menos que tres o cuatro días después de que haya llovido, se ven a menudo en los tejados planos y alquitranados charcos de agua brillantes donde se refleja el cielo. Los días ventosos se ven los ventiladores metálicos grises, unos dando vueltas y otros, con unas aspas que más parecen melenas, haciendo chasquear los cabezales con cada ráfaga, sensibles y nerviosos, como a veces se ve a un purasangre entrar en el cajón tratando
de aflojarse el bocado del chico que lo monta, que primero trata de calmarlo y después parecería que lo maldice, si pudiéramos oírlo.
Se pueden ver también macetas en las escaleras de incendios. La mayoría tienen geranios, pero de vez en cuando se puede ver incluso un rosal y siempre, aun mucho tiempo después de que debieran haber desaparecido, se ven las hojas amarillas y alargadas de los narcisos, y las láminas sonrosadas todavía en torno a los tiestos.
-¿Y por qué no se lo dices? -preguntaba una mujer.
Había un asiento vacío entre los dos y yo estaba vuelto hacia ella para poder mirar por la ventanilla. Estaba sentada junto a otra mujer, tendrían casi cuarenta años y parecía bastante evidente que el abrigo y los complementos que llevaban eran nuevos y habían sido escogidos con exceso de meticulosidad y un gusto insuficiente. Habría apostado que iban de compras y, después, al cine.
-¿Decírselo? -respondió la otra-. Decirle, ¿qué?