Jean-François Fogel
Mil setecientos veintinueve lectores van a cobrar por haber leído memorias que no eran ciertas. El caso, arreglado por un tribunal americano, es la negación total de la literatura.
En pocas palabras: un autor, James Frey, consigue un éxito comercial fuerte con A Little Million Pieces, las memorias de su vida como drogadicto que luego consiguió curarse. Parte de esta historia era hondamente falsificada y, según la ley, el libro, al presentarse como un testimonio fidedigno era una estafa para sus lectores. Los indemnizados representan 7% de los lectores que compraron el libro cuando todavía no se sabía que su contenido no era auténtico.
Lo que me parece insoportable en esta decisión es su fondo: un libro es un mundo en sí mismo y su contenido no depende del mundo externo. Un autor es Dios, tiene todos los derechos desde la de crear al mundo hasta matar cada una de sus creaturas. Y por supuesto tiene el derecho sagrado a utilizar la mentira. Hace dos días, citaba a Ricardo Piglia: “Narrar es como jugar al póquer, todo el secreto consiste en fingir que se miente cuando se esta diciendo la verdad.” No existe otra verdad que la del discurso del autor y no de los hechos o datos del mundo supuestamente real. Nadie opina que Günter Grass cuenta precisamente lo que le ocurrió en Pelando la cebolla. Lo que se discute es el hecho que necesita esta historia, ahora, para hablar de sí mismo y que necesitaba otra historia en otra época.