
Ficha técnica
Título: Tigre, tigre | Autor: Margaux Fragoso | Traducción: Beatriz Iglesias | Editorial: Seix Barral | Colección: Biblioteca Abierta | Género: Memorias | ISBN: 978-84-322-0936-9 | Páginas: 384 | Formato: 13,3 x 23 cm.| Encuadernación: Rústica con solapas | Código: 10003172 | PVP: 20,00 € | Publicación: 20 de septiembre de 2011
Tigre, tigre
Margaux Fragoso
Un día de verano, Margaux Fragoso conoció a Peter Curran. Ella tenía siete años; él, cincuenta y uno. Cuando Curran la invitó a su casa, Margaux encontró un mundo infantil de ensueño: lleno de música, juguetes y animales. Pronto Margaux empezó a pasar sus días con Peter. Con el tiempo, él fue desplegando sus encantos hasta convertirse en compañero de juegos, amigo del alma, padre y amante.
Con una claridad magnética, Fragoso nos ayuda a entender cómo los pedófilos roban la infancia, cómo son capaces de atraer y seducir a la víctima y su familia con una apariencia amable y paradójicamente protectora; estas memorias son el relato sin precedentes del corazón y la mente de un monstruo, pero, ante todo, ilustran el poder de la imaginación infantil para reinventar la realidad y la necesidad de la ficción para superar el dolor.
Elegido por medios como Publishers Weekly, The Observer o The Independent entre los libros más importantes del año, Tigre, tigre ha sido alabado tanto por su honestidad como por la maestría de su prosa: «Empezará miles de conversaciones. Impactante, revelador y valiente. Como el relato de una víctima, es impresionante; como obra literaria, es un éxito rotundo», Alice Sebold.
«¿Puedo jugar contigo?»
Mil novecientos ochenta y cinco. Era primavera, y las flores de cerezo caían al suelo cuando el viento soplaba con fuerza. Las liatris y las ásteres estaban floridas; podía oler el aroma dulce y embriagador de la madreselva, que cabalgaba a hombros del viento, envuelto en el resplandor de las flores blancas y rosadas de cerezo recién caídas y las mechas blancas de los dientes de león.
Era la estación de las chaquetas amarillas, esas avispas lerdas que siempre merodean por los cubos y las botellas de refresco. Cuando tenía tres años, una chaqueta amarilla me picó en la punta de la nariz, y ésta se me hinchó tanto que parecía el doble de grande; desde entonces, mi madre siempre las había odiado a muerte.
-¡Fuera de aquí!-gritó, espantando con la mano las chaquetas amarillas que se habían presentado, sin previo aviso, en el picnic improvisado sobre el césped del parque de la Estatua de la Libertad con los amigos de mis padres, Maria y Pedro, y su hijo Jeff.