
Ficha técnica
Título: Una heredera de Barcelona | Autor: Sergio Vila-Sanjuán | Editorial: Destino | Colección: Áncora y Delfín | Género: Novela | ISBN: 978-84-233-4224-2 | Páginas: 270 | Formato: 13,3 x 23 cm. | Encuadernación: Rústica | PVP: 19,00 € | Publicación: 23 de Febrero 2010
Una heredera de Barcelona
Sergio Vila-Sanjuán
En la Barcelona de 1920 un joven abogado y periodista monárquico entra en relación con personajes muy diversos: una cabaretera agredida que no dice todo lo que sabe; un líder anarquista que vacila entre el pactismo y la violencia; un general recién llegado a la ciudad para imponer el orden sin contemplaciones, y una bella y adinerada condesa decidida a mantener su independencia.
De la mano de Pablo Vilar nos desplazamos desde las grutas de los miserables en Montjuich a las fiestas de alta sociedad en el Ritz o el Laberinto de Horta; y de las comunidades ácratas a los juzgados donde se imparte, o se demora, la justicia. Mientras la ciudad roza su cénit, también Pablo teme que su juventud se esfume con el vendaval que se avecina.
Inspirada en hechos y figuras reales, y en documentos del archivo familiar del autor, Una heredera de Barcelona propone una mirada diferente, e inédita hasta ahora, sobre un periodo complejo y deslumbrante.
«Una poderosa crónica novelística de la Barcelona de los años 20 que nos permite vivir sus entresijos y desvelar sus claves. Con el ojo clínico del periodista y la visión narrativa del novelista, Sergio Vila-Sanjuán ha conseguido crear una lectura irresistible que explora todo el abanico de una sociedad, un tiempo y una ciudad fascinantes.» Carlos Ruiz Zafón
«Un retrato impecable de la Barcelona elegante, pistolera y turbulenta de los años 20, sacudida por el final de un mundo que agoniza y el rumor de la tormenta que iba a desgarrar a España y a Europa una década más tarde.» Arturo Pérez Reverte
Prólogo
Tras la muerte de mi padre en el año 2004 encontré en su despacho unos cuantos archivadores que guardaban papeles de mi abuelo, parte de los cuales constituyeron una sorpresa para mí y me hicieron reconsiderar ciertos aspectos de su trayectoria.
Pablo Vilar, abogado y periodista en activo hasta el fi nal (murió con noventa años en diciembre de 1982 y publicó su último artículo pocos meses antes), me pareció siempre un hombre muy serio, algo envarado y de extremado formalismo. No le traté demasiado, ya que raramente venía por casa: a lo largo de mi infancia, mi padre me había llevado algunas veces -no muchas- a comer con él al suntuoso restaurante del hotel Manila, donde residía, ya que el propietario, un viejo amigo, le brindaba un trato especial a cambio de que organizara algunos ciclos anuales de conferencias. En mi adolescencia le fui a ver en varias ocasiones al Ateneo barcelonés, donde solía trabajar y pasaba buena parte de su jornada. Pese a su cortesía y a la existencia supuestamente interesante que había llevado, la comunicación no brotaba con demasiada fl uidez. Con su cabeza erguida, su potente calva de senador romano, sus camisas de cuello duro y sus anchas corbatas de nudo perfecto -siempre elegante, aun en las épocas económicamente más inestables-, y por su forma de hablar, de vocalización perfecta y adjetivación florida, despertaba más respeto que cariño y me parecía excesivamente identifi cado con el personaje de «señor de Barcelona» que recuerdan cuantos le conocieron; un modelo de vida que en aquel momento de grandes cambios, años setenta, me parecía casi incomprensible.
Por mi parte, con la petulancia de la juventud y mis melenas, pantalones tejanos y libros contraculturales a cuestas, en aquel momento veía el mundo de mi abuelo y los escritos donde lo refl ejaba, no ya antiguos, sino completamente obsoletos. Quizás por ello, en ningún momento me planteé sentarme a su lado durante algunas horas e interrogarle a fondo sobre su experiencia vital, como tampoco se me ocurrió grabar sus recuerdos (por aquella época yo ya empezaba a trabajar como periodista), cosa que ahora lamento mucho no haber hecho.
Mi abuelo publicó muchísimos artículos y algunos libros que tuvieron menos resonancia que su labor periodística: entre ellos, un ensayo juvenil sobre su mentor, Eduardo Dato, y una biografía, muy posterior, de su amigo el actor Enrique Borrás. De los archivadores que encontré en los cajones de mi padre, con el cartón descolorido y los cierres oxidados, los tres primeros contenían los originales mecanografiados, con correcciones a mano, de un centenar de sus colaboraciones, especialmente de las que enviaba en los años sesenta y setenta a El Noticiero Universal (el periódico en el que había escrito desde su juventud y que prácticamente nunca abandonó), La Vanguardia (donde fi rmó, hay que decir que con mucho éxito, desde 1956 hasta su fallecimiento) y La Gaceta Ilustrada, donde publicó durante algún tiempo.