
Ficha técnica
Título: Roma | Autor: Ugo Cornia | Traducción: Francisco Julio Carrobles | Editorial: Periférica | Páginas: 136 | Colección: Largo recorrido | ISBN: 978-84-16291-26-7 | Precio: 15,90 euros | Año de publicación: febrero 2016 |
Roma
Ugo Cornia
El protagonista de esta novela divertida y entrañable está entrando en la edad de la razón, aventurándose al fin ante su primera relación seria con el trabajo. Adiós a los empleos esporádicos en Módena y la provincia, adiós a la vida desordenada y a las novias que no fuman: la capital, Roma, y una gran empresa le esperan… Pero lo cierto es que él sigue prefiriendo vagabundear, demorarse, perder el tiempo: los paseos entre los altos pinos o junto al río Tíber al atardecer; esas chicas guapas sin nombre que se encuentra en el autobús al trabajo; las conversaciones con sus nuevos compañeros de piso muy tarde ya, trasnochando aunque tenga que madrugar al día siguiente.
El narrador en primera persona de Cornia, su protagonista, nos ofrece aquí una especie de vitalismo tímido, un candor naturalmente hostil ante los prejuicios y la generalización; un humor que en sus manos se convierte, de tan afilado, en un bisturí. Trabajos precarios, experimentos inciertos, situaciones sociales paradójicas: a pesar de ellos es posible ser feliz. Basta con saber decir no, basta con desear otras cosas y de otro modo… Una conexión cómica y cósmica entre el mundo interior y el mundo exterior.
I
Por diversos motivos, una mezcla de circunstancias afortunadas y otras más desafortunadas, empecé a trabajar de forma continua hacia finales del 98, a las diez horas del día 20 de octubre. Había cumplido ya los treinta y tres años hacía unos meses. Hasta entonces sólo había trabajado de forma esporádica haciendo siempre trabajos rápidos, que podían durar un mes, como mucho un mes y medio, porque mi padre nunca vio con buenos ojos el hecho de que me agenciara trabajos mientras estudiaba. Y estos trabajos me los buscaba más que nada para ganar algún dinero para tonterías, no para las necesidades esenciales.
Por ejemplo, en Módena, cuando había elecciones -y entre unas y otras (generales, regionales o provinciales), si uno tenía suerte, a menudo sólo pasaba un año-, el Ayuntamiento contrataba a gente para repartir las tarjetas del censo. Aquél era un trabajo estupendo, que, dada la tarea exigida, estaba incluso bien pagado. El Ayuntamiento te daba un determinado número de cartulinas que variaba entre más de trescientas y menos de setecientas, dependiendo del hecho de que fuese una zona de casas dispersas o una zona de edificios, y en el transcurso de tres semanas tenías que entregarlas casi todas (era bastante normal que, entre muertos recientes aún sin registrar, gente que se había mudado y personas ilocalizables, te quedaran unas veinte).
Para mí la distribución de las tarjetas censales fue siempre más un placer que un trabajo. En primer lugar, tal y como nos había dicho nuestro instructor del Ayuntamiento, era, por ley, un trabajo que empezaba al amanecer y acababa a la caída de la tarde, algo que a mí me pareció bastante raro la primera vez que lo oí, porque pensaba que nos pondrían un horario de los normales, o sea, desde las ocho hasta el mediodía, y desde las dos hasta las seis; en cambio, uno podía trabajar durante toda la parte luminosa de la jornada, pero después del atardecer había que interrumpirlo por fuerza, como si fuese un trabajo que dependiese de los ciclos naturales, cuando lo único que tenías que hacer era tocar el timbre y si había alguien en la casa darle una hoja y hacerle firmar.