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Ficha técnica

Título: Reflexiones del señor Z. o migajas que dejaba caer, recogidas por sus oyentes | Autor: Hans Magnus Enzensberger | Traducción: Francesc Rovira | Editorial: Anagrama | Colección:  Panorama de narrativas  | Páginas: 152 | ISBN: 978-84-339-7912-4 | Precio: 14,90 euros 

Reflexiones del señor Z

ANAGRAMA

¿Quién es ese tipo con bombín y nombre enigmático que, a lo largo de casi un año entero, se presenta todas las tardes en el mismo rincón del parque para enzarzar a los transeúntes en animadas discusiones? ¿Un sabio? ¿Un charlatán? ¿Un filósofo a la antigua usanza? ¿Un cascarrabias y polemista impenitente? ¿Un predicador? ¿O simplemente, como afirma uno de sus oyentes, un jubilado que se aburre? Todo eso es el señor Zeta, un Sócrates moderno o un trasunto de aquel señor Keuner de Brecht, con quien comparte estoicismo y excentricidad a partes iguales. Muchos paseantes se detienen un instante, menean la cabeza y pasan de largo. Otros le escuchan, le replican y vuelven día tras día al punto de encuentro. El señor Z. no escribe, pero algunos de sus oyentes toman notas de lo que dice y, gracias a ellos, nos llega esta especie de diario que recoge sus ideas y provocaciones. Nada escapa al espíritu crítico y subversivo del señor Z., evidente álter ego del propio Enzensberger: la arrogancia, las instituciones, la religión -pero también el ateísmo-, los totalitarismos -pero también la democracia-, el arte, la poesía, la economía neoliberal, la educación, internet y un largo etcétera. Sus dardos son implacables, pero también caprichosos y contradictorios como la vida misma. Como siempre en Enzensberger, toda afirmación está imbuida de socarronería y del más puro escepticismo, entendido en el mejor sentido. Dicho en palabras de Z.: «Uno sólo debe mantenerse fiel a aquello que no dice.»

«El señor Zeta es un tipo locuaz que contempla el mundo con demasiada curiosidad como para que no le suscite toda clase de opiniones… En este posmoderno libro de aforismos, Enzensberger rezuma una jovialidad socrática que aúna su ideal de profunda serenidad budista con su predilección por la discrepancia» (Ijoma Mangold, Die Zeites

«Hace tiempo que Enzensberger, ese portentoso autor de espíritu jovial y juvenil, se ha liberado de la necesidad de ser original o revolucionario. En este libro escribe contra la estupidez y la falsa autoridad. Sus anacrónicas observaciones son inteligentes, variadas y entretenidas. Deberían figurar en cualquier mesilla de noche» (Friedmar Apel, Frankfurter Allgemeine (

«Sin sentimentalismos y con su astucia habitual, Enzensberger pretende oponer una contraargumentación a toda tesis que se ponga de moda» (Hans-Dieter Schütt, Neues Deutschland).

A MODO DE INTRODUCCIÓN

     Hay que imaginarse al señor Zeta como alguien que se guarda para sí sus segundas intenciones, que lleva las preocupaciones con aplomo y que raramente renuncia a hacer el bien. De figura robusta y rolliza, lo único en él que llama la atención del observador es su serenidad y lo derrochador que se muestra con su tiempo. Si tiene profesión, nunca la menciona.

     Sus ojos de color gris azulado son muy despiertos, pero quien lo observe con atención descubrirá que es corto de vista. Además de su traje sal y pimienta pasado de moda, lleva un bombín marrón que suele dejar a su lado, sobre el banco.

     Durante prácticamente un año entero, y siempre que el tiempo lo permitiera, cualquiera habría podido encontrar al señor Zeta cada tarde en el parque, apartado de los caminos principales, en un rincón protegido por setos de carpe en el que, excepto por algunos estorninos hambrientos, reinaba la calma.

       Ninguno de nosotros sabría explicar cómo entablamos conversación con el señor Zeta por primera vez. En este contexto, nosotros se refiere a un grupo de paseantes reunidos por el azar que de vez en cuando nos deteníamos a escucharlo. La mayoría proseguía su camino al cabo de un rato sacudiendo la cabeza. Otros le hacían preguntas o se enzarzaban en largas discusiones con él.

    Al final sólo quedamos tres. ¿Por qué razón decidimos dar cuenta de nuestras conversaciones con el señor Zeta a unos contemporáneos que no habían oído hablar nunca de él? Naturalmente, él es el auténtico autor de nuestro compendio, aunque, hasta donde sabemos, nunca escribió negro sobre blanco ni una sola de sus frases. De hecho, no podemos garantizar la corrección de nuestras anotaciones. Por un lado, porque, como él mismo nos advirtió en más de una ocasión, la memoria engaña; por otro, porque a menudo discutimos entre nosotros.

        ¿Qué predominaba en las apariciones del señor Zeta, la timidez o la soberbia? ¿Realmente dijo tal o cual cosa? Son imaginaciones tuyas, dice uno. Pondría la mano en el fuego, replica el otro, y un tercero propone un pacto: que cada uno de nosotros escriba lo que le parezca. Eso le habría gustado al señor Zeta; así que nuestra troika se puso al fin de acuerdo.

[ADELANTO DEL LIBRO EN PDF]

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