
Ficha técnica
Título: Recuerdos de un pasado que se desvanece | Autor: Aidan Higgins | Traducción: Carmen Torres | Editorial: Periférica | Colección: Largo Recorrido | Páginas: 304 | ISBN: 978-84-16291-16-8978-84-16291-16-8 | Precio: 19,95 euros
Recuerdos de un pasado que se desvanece
Aidan Higgins
Esta intensa novela de aprendizaje reconstruye la niñez, adolescencia y primera edad adulta de Dan Ruttle (trasunto del propio autor) a partir de varias escenas de su vida en Irlanda, su paso por una escuela católica, la enfermedad de su hermano y su pasión por Olivia. La primera mitad del libro se desarrolla en la localidad natal de Dan, quien nos recuerda al Stephen Dedalus del Retrato del artista adolescente de Joyce por su relación de amor-odio con Irlanda y por algunas de las sugerentes propuestas estilísticas aquí desarrolladas. Las angustias de la adolescencia y la iniciación al sexo, el amor colectivo a los deportes y las relaciones familiares, el miedo y las fantasías de todo tipo, el omni-presente paisaje irlandés… En estas páginas, los fogonazos del presente y del pasado se entretejen con un lenguaje poético y una prosa de alto voltaje literario; y Higgins, que no teme sacar a la luz algunos de sus secretos familiares más íntimos, dibuja también su país, justo antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial.
«Higgins es muy bueno recreando el sentimiento de liberación y flujo de todos los sentidos que acaecen con los primeros brotes del amor físico» The Guardian
«Sin lugar a dudas, la mejor novela irlandesa desde En Nadar-dos pájaros y las novelas de Samuel Beckett» The Irish Times
«La prosa feroz y deslumbrante de Aidan Higgins y la arquitectura de sus frases nos dejan sin aliento. Es uno de nuestros grandes escritores» Annie Proulx.
CAPÍTULO I
Figuras lejanas
Tengo tres años. Alguien guía mi mano. La mano escribe: «Yo soy DA ».
Yo soy Dan.
La misma mano grande y sin vello que ahora sujeta una cucharilla de postre me acerca la papilla de avena a la boca. Mi boca es pequeña, trago poco. Tengo hambre, saboreo la harina de avena templada, la leche cremosa, el azúcar moreno; todo se disuelve en mi interior. Es invierno. Los días suelen ser fríos. Por las mañanas, la cocina está fría. La vieja señora Henry es nuestra cocinera. Parece una gallina.
Se parece a Blanquita, la gallina pinta. Wally dice que cuando Blanquita cloquea, el ruido que hace significa «años-que-se-han-ido». Wally es mi hermano.
Cuando las astillas de madera prenden en la estufa y el carbón se enciende, las llamas se elevan por el tiro. A veces el borde de la cuchara me corta el labio. Mi boca es demasiado pequeña para la cucharilla de postre. La cuchara toca el borde del plato y luego se dirige a mi boca. ¿Por qué toca el borde del plato antes de llegar a mi boca?
El plato de la papilla tiene el borde grueso. En el fondo hay un dibujo. A medida que la papilla desaparece, va emergiendo la imagen. Siempre la misma imagen, la misma pareja. Él, flaco e intentando huir; ella, gorda y persiguiéndolo con un rodillo de cocina. A veces me engañan. Soy demasiado impaciente y tengo que esperar a que se hunda la cuchara, controlada por la gran mano sin vello.