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Ficha técnica

Título: ‘Operación Impensable’ 1945. Los planes secretos para una tercera guerra mundial | Autor:  Jonathan Walker | Traductor: Efrén del Valle | Editorial: Crítica |  Colección: Memoria Crítica | Formato: 15,5 x 23 cm. | Presentación: Tapa dura con sobrecubierta | Páginas: 280 | ISBN: 978-84-9892-856-3 | Precio: 21,90 euros | Ebook: 12,99 euros

Operación Impensable

CRÍTICA

En la primavera de 1945, mientras proseguía la guerra contra el Reich, Winston Churchill mandó al mariscal Montgomery que guardase las armas tomadas a los alemanes por si era necesario usarlas contra los soviéticos «con ayuda alemana».

Al propio tiempo encargó que se preparasen los primeros planes para un ataque contra la Unión Soviética. Los autores del proyecto, que llevaba el nombre de «Operación Impensable», presentaron sus planes el 22 de mayo de 1945, apenas dos semanas después de la rendición del Reich.

La «Operación Impensable», que pudo haber significado el inicio de la tercera guerra mundial, fue abandonada, y durante muchos años se ocultó cuidadosamente todo lo que se refería a ella.

Jonathan Walker ha conseguido recuperar toda la documentación referida a estos planes y nos relata su historia, situándola en el contexto de las dudas y los temores acerca del futuro con que vivió Winston Churchill los últimos meses de la segunda guerra mundial.

1

«Un temor no revelado»

Winston Churchill, 23 de febrero de 1945

Churchill no aceptó el reto de convertirse en el principal escéptico con respecto a Stalin hasta estadios posteriores de la guerra. Antes fueron los polacos quienes advirtieron en vano a Occidente de sus ambiciones, que habían sufrido en sus carnes. La anexión del este de Polonia por parte de Stalin en 1939 fue un acto manifiesto de duplicidad, además de una agresión brutal. Más tarde, la necesidad de una alianza contra Hitler había llevado a los polacos a aceptar a los soviéticos como aliados, pero esa agresiva relación se desmoronó finalmente en 1943, cuando la Union Sovietica rompio relaciones con el gobierno polaco en el exilio, instalado en Londres. Esta crisis estalló después de que los polacos exigieran una investigación de la Cruz Roja sobre la masacre de Katyn, donde, por orden de Stalin, fueron ejecutados mas de 21.000 miembros de la elite polaca, entre ellos mandos militares, profesores y escritores.1 Pese a las presiones de los Aliados occidentales, Stalin se negó a retomar las relaciones con los polacos de Londres en 1944, afirmando que habían rechazado sus peticiones de cesión del territorio polaco oriental. Alegó incluso que, en 1944, la intransigencia polaca le había obligado a crear un «Comité Nacional de Liberación» en Lublin que incluía a polacos comunistas y de izquierdas. Ese comité, también conocido como PKWN (Polski Komitet Wyzwolenia Narodowego) pronto se convertiria en 24 Operación «Impensable» el ejecutivo polaco patrocinado por Stalin, lo cual acabó con las esperanzas occidentales de un gobierno democrático.

Cuando 1944 tocaba a su fin, la estrategia de Stalin para la dominación de Polonia estaba tomando forma. La resistencia polaca, encarnada en el Ejército Nacional, había quedado prácticamente destruida en el levantamiento de Varsovia y, si bien su espíritu no se vio socavado, su estructura de mando y sus operaciones quedaron gravemente diezmadas a finales de año.2 Para entonces, las fuerzas soviéticas habían invadido Rumanía, Bulgaria, los estados bálticos y grandes extensiones de Hungría. Se habían adentrado en Prusia Oriental y ocupado una amplia franja de Polonia hasta el río Vístula. Stalin imaginaba que pronto dominaría casi toda Europa del Este y que entonces gozaría de poder para dictar sus condiciones a los Aliados. Entre tanto, Churchill, y sobre todo Roosevelt, estaban desesperados por evitar un enfrentamiento total con Stalin por Polonia. Churchill presionó al gobierno polaco en el exilio para que aceptara la pérdida de su territorio oriental, sobre todo porque se suavizó con la oferta, una vez finalizada la guerra, de una parte equiparable de territorio alemán más al oeste.

Pero Gran Bretaña o, más concretamente, sus mandos militares, no se plegaban del todo ante Stalin. En julio, apenas un mes después de los aterrizajes del Día D, en el Ministerio de Guerra británico estaba debatiendose la planificacion de posguerra, y el 27 de julio, el mariscal de campo Sir Alan Brooke, jefe del Estado Mayor General del Imperio, se reunió con Sir James Grigg, secretario de Estado para la Guerra, con el propósito de hablar del futuro desmembramiento de Alemania. ¿Debían repartírsela entre las grandes potencias o, tal como defendia Brooke, ≪convertirla gradualmente en un aliado para enfrentarse a la amenaza rusa en los veinte años» posteriores? Aquella noche anotaba en su diario: «La potencia dominante en Europa ya no es Alemania, sino Rusia… Tiene grandes recursos y dentro de quince años se convertirá en la principal amenaza».3 Sin duda, esto se contradecía con la opinión que imperaba en el Ministerio de Asuntos Exteriores británico (MAE), según el cual, Occidente podría contener fácilmente cualquier amenaza soviética futura.4

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