
Ficha técnica
Título: Los tres violines de Ruven Preuk | Autora: Svenja Leiber |Traducción: Richard Gross |Editorial: MALPASO | Formato: Tapa dura | Tamaño: 14x21cm |Páginas: 281 |ISBN 978-84-15996-45-3 | Precio: 18,50 euros
Los tres violines de Ruven Preuk
Svenja Leiber
Ruven Preuk se asoma a la vida entre las primeras llamas del siglo xx alemán. Es un muchacho taciturno y soñador que posee un talento inesperado en el hijo del carretero: sus ojos oyen y sus oídos ven. Percibe los colores del sonido. El encuentro con el viosonido. El encuentro con el violín de un músico errante marcará para siempre el rumbo. Empuñará el arco contra viento y marea, contra el estrépito de las banderas, contra los aullidos fullidos feroces, contra sí mismo. Las viejas razones, mientras tanto, se desmoronan a su alrededor. Cuando por fin mire atrás como el Ángel de la historia, no hallará cosa en que poner los ojos que no sea recuerdo de la muerte.
He aquí un relato de inmensa intensidad que somete los viejos demonios al gobierno de la gran literatura, una obra que pone el horror contra las cuerdas… del violín y la palabra. Tal val vez el tiempo la llame «maestra».
«La memoria misma hubiésemos perdido junto con la voz si en nuestro poder estuviera el olvidar tanto como el callar», escribió Cornelio Tácito glosando un imperio aciago. Esta novela puede, en cierto modo, leerse como elegía de un mundo devastado por los delirios del hombre, pero también como un himno al arte convertido en acto de resistencia, en frágil antídoto de la barbarie. El fuego prende en los campos de Verdún y chispea con rabia durante los años de Weimar para adquirir dimensiones apocalípticas con el nazismo. No termina, sin embargo, tras la guerra porque la melancolía se prolonga a la época en que los motores de la prosperidad acaban definitivamente con los últimos acordes de la antigua tierra. Perdida la batalla, el violinista conservará tenazmente la memoria. Y un hilo de voz. Svenja Leiber logra consignar los hechos mediante una prosa que detona el lirismo con paradójica ironía.
I. 1911-1917
Las mujeres cosechan ciruelas. Otro verano, un sol como oleo sobre lienzo y la ropa blanca extendida en el prado. Las mujeres arrancan frutos y llenan cestas. Hablan de Ruven, el hijo menor de Preuk el carretero. Desde la manana esta entre el campo y la alameda. No se mueve.
-!Santo cielo! -dicen-. .Que se puede esperar de alguien asi?
Es agosto de 1911 y Ruven escucha alejado del pueblo. Atiende la cadencia que marcan la luz y los chopos: claro, oscuro, claro. En torno a el hierve la mies germana, protestante, muda de calor. Por fin descansa la avena madura y, en el silencio, un lala, lalai ajeno, distante primero, luego mas proximo. Ruven ladea la cabeza y cierra los ojos. Sus dedos se estremecen, la mano derecha sigue el compas, ese juego de luces y sombras; la izquierda va con el canto, lala, lalai. Ahora incluso levanta los brazos, dirige una orquesta. Las mujeres apartan la vista y se enjugan el sudor de la frente. Ahi pasmado y gesticulando no ira a ninguna parte, piensan, asi la cesta no se llena.
Remontan la alameda dos carromatos tirados por bestias exhaustas. Un hombre conduce el primero sosteniendo las riendas con una sola mano. Va recostado contra el toldo, como dormido. El otro lo lleva una mujer con falda y chaqueta roja; es ella quien canta. Por detras desfila, un-dos, un-dos, una jauria de gamberros que tambien acechaba desde la manana. La manda Fritz Dordel, cara de nutria y pantalon demasiado corto. Pasan con gran algarabia frente a Ruven, cual desfile de bultos oscuros que invadiese el camino. La mujer, rabia y triunfo, entona su canto zumbon, ensena los dientes y le asesta un latigazo a Fritz, ya medio encaramado a su carro. Ni una sombra de barba, pero toca el ruedo de la falda. La mujer le propina una patada en el pecho con el pie descalzo y lo tumba de espaldas sobre la avena. El muchacho se levanta furioso y escolta los carros hasta el pueblo.
Ruven los acompana con la mirada. Por fin han llegado. Los estaba esperando. Fritz, como siempre, queria que participase en el acecho, pero esta vez no tenia ganas. Es un dia especial que solo ocurre una vez al ano. Ruven se dispone a ir tras ellos cuando por el vado, entre los matojos, aparece su padre con el carro; mas vale que no lo pille cerca del Nutria. El joven se esconde detras del chopo mas cercano. El viejo Preuk no lo ve y sigue arreando al bayo sobre la blanda arena. El roce de la brida forma espuma en su piel. La carga repiquetea en la plataforma mientras el vehiculo asciende por el ribazo. Nils Preuk se apea y empuja por detras; una vez arriba vuelve a montarse sin advertir que su hijo ha subido de un salto. Solo se vuelve cuando amaina el traqueteo y piensa que la carga se ha caido. Entonces lo ve ahi sentado, rubio como una coliflor, y lo oye decir:
-Han vuelto -visto y no visto se acomoda en el pescante junto a Nils.
-.Quienes?
-El musico y Sofie.
-El ano pasado llegaron antes -senala Nils, y se queda un instante en silencio-. Esa Sofie, siempre de granja en granja. A todos les sorbia el seso con sus cancioncillas. Incluso a Rover. !Y aquellos ojos! Doble veneno -dice mirando al vacio.