
Los millones de Brewster
George Barr McCutcheon
En plena fiesta de su 25º cumpleaños Monty Brewster recibe la noticia de que su abuelo ha fallecido y le ha dejado un millón de dólares. Apenas se ha recuperado de la sorpresa cuando, poco después, muere un tío suyo del que apenas ha oído hablar y se entera de que en su testamento lo ha nombrado heredero de casi siete millones de dólares. Pero con una condición: en el plazo de un año, sin hacer donaciones benéficas, ni apuestas ni especulaciones, y sin decírselo a nadie, tiene que haberse gastado hasta el último centavo de la primera herencia recibida de su abuelo. Brewster tendrá, pues, que aprender a ser millonario tan rápido como a precipitarse en la ruina… pero descubre que, a veces, el dinero no es tan fácil de quemar. Beneficios inesperados y golpes de «mala suerte» incrementan, en vez de disminuir, su fortuna, y su repentina fama de excéntrico y derrochador pone en peligro su relación con la chica de la que está enamorado.
George Barr McCutcheon escribió Los millones de Brewster (1902) por una apuesta, y por supuesto la ganó. Llevada a Broadway y al cine (en nueve ocasiones, la última en 1997), esta brillante, accidentada e ingeniosa novela -inédita en español- sigue siendo hoy de una comicidad vertiginosa.
I. Una cena de cumpleaños
Los «Retoños de los Ricos» estaban reunidos alrededor de una mesa larga en el estudio de Pettingill. Eran nueve aparte de Brewster: jóvenes todos, con espíritu más o menos emprendedor y fe en el porvenir. La mayoría tenía apellidos que significaban algo en la historia de Nueva York; de hecho, uno de ellos había observado que «a un hombre se lo conoce por la calle que lleva su nombre». Como se acababa de incorporar al grupo, los demás lo lamaban «Metro».
El más popular de todos era el joven «Monty» Brewster. Era alto, caminaba erguido y se afeitaba con esmero; la gente decía de él que tenía pinta de «pulcro». Interesaba a las mujeres mayores porque sus padres se habían casado por amor y de manera clandestina, y nunca se les había perdonado. Interesaba a las mujeres de mundo por ser el único nieto del multimillonario Edwin Peter Brewster, cuya fortuna Monty confiaba en heredar, a no ser que su abuelo la donara, por despiste, a una organización benéfica. Interesaba a las mujeres más jóvenes por una razón más sencilla y evidente: se sentían atraídas por él. A los hombres les caía bien porque era buen deportista y muy viril, y también porque se respetaba a sí mismo y no sentía demasiada aversión por el trabajo.
Sus padres habían muerto cuando era niño y, como para compensar los largos años de intransigencia, su abuelo lo había acogido en su casa y lo había cuidado con lo que Monty llamaba cariño. Sin embargo, tras terminar la universidad y pasar unos meses en Europa, el joven había decidido independizarse. Es verdad que el viejo Brewster le había conseguido un trabajo en el banco, pero, por lo demás, y dejando aparte algunas cenas esporádicas, Monty no pedía ni recibía favores. Tenía que trabajar mucho y por poco dinero; vivía de su sueldo porque no le quedaba otro remedio, pero no se quejaba de la actitud de su abuelo.