
Ficha técnica
Título: La memoria del cuerpo | Autora: Patricia Almarcegui | Editorial: Fórcola | Colección: Ficciones 6 | Páginas: 192 | Dimensiones: 13 x 21 cm. | ISBN: 978-84-16247-91-2 | Fecha: mayo 2017 | Precio: 19,50 euros
La memoria del cuerpo
Patricia Almarcegui
¿Cuántas veces nos habremos preguntado qué habría sido de nuestra vida si hubiésemos tomado ciertas decisiones de modo distinto a lo que finalmente hicimos?
«¿Y si, en vez de continuar estudiando en Zaragoza -se preguntó Patricia Almarcegui al concebir esta novela- me hubiera marchado de adolescente a Rusia y me hubiera convertido en la primera española que entra en el Teatro Mariinski de San Petersburgo, el ballet más importante del mundo?»
La memoria del cuerpo responde a esta pregunta, en un ejercicio que tensa la literatura para comprobar si se puede crear una determinada experiencia: la de una vida que no se llegó a vivir, pero que tuvo la consistencia real de un deseo. Estas páginas permiten vivir a su autora aquella experiencia: una vida como primera bailarina.
Desde su retiro en San Petersburgo, a los cincuenta años, la bailarina protagonista de La memoria del cuerpo rememora su vida a través del amor, de su cuerpo y, sobre todo, de la música, a la que estas páginas rinden especial homenaje -la autora nos propone, en la lectura de cada una de las cuatro partes de la novela, una pieza concreta para escuchar de fondo-. De nuevo otro ejercicio en el que se tensa la literatura y el lenguaje.
En estas memorias ficticias asistimos como testigos a una vida entregada a la danza, y participamos de las experiencias más íntimas, preciosistas y dolorosas de su protagonista. Con el telón de fondo de la ciudad del Neva, sus palacios, teatros y avenidas, se suceden sus reflexiones sobre la ambición y la competitividad; la fama y el sacrificio; el abandono del país de origen por motivos profesionales y culturales; las relaciones personales truncadas por una profesión absorbente; el placer y el deseo; y, sobre todo, ese tema innombrable para las mujeres: la decadencia del cuerpo por el paso del tiempo. El tiempo: «cuando nuestra vida pasa sin más, es una pura nada, y de pronto sólo lo sentimos a él».
LA LLEGADA
SAN PETERSBURGO ya no es lo que era. Yo tampoco. Aunque miro el Neva desde mi ventana con la misma intensidad que cuando llegué hace más de treinta años, la luz no es la misma. Es extraño, pues lo que tendría que haber cambiado es el amor que siento por este río y no su luz. Mi cuerpo también es diferente, del pasado solo me quedan los gestos. Cuando estoy triste miro mis fotografías y creo que fui como ella: alta, delgada, rubia, segura y feliz. Pero solo me reconozco cuando oigo la música.
En las tardes húmedas y plateadas de mi viejo apartamento me acuerdo de mis padres. Están en el jardín de la casa familiar, desayunando, entre las adelfas que plantaron para convertir en un paraíso el desierto en el que vivíamos. Siempre velaron por mis sueños y los de mis hermanos. Eso los honra porque la generación de sus padres no pudo hacerlo por ellos y, además, nuestros ideales eran inalcanzables. Aunque algunos críticos dicen que yo los he conseguido. Solo he vuelto una vez a la ciudad donde nací. Durante mucho tiempo no tuve fuerzas para reencontrarme con lo que podría haber sido si no me hubiera convertido en bailarina, y ahora el cuerpo me ha abandonado. Hace unos años me hicieron una oferta muy atractiva para dirigir el Ballet Nacional. Podría haber vuelto. Incluso llegué a imaginar la calle y la casa donde viviría en Madrid, pero cuando una lleva tantos años fuera ya no entiende a su país. Además, en San Petersburgo ha transcurrido toda mi vida. Dice así.
Nací en una familia de la burguesía de Zaragoza. Mi padre, aunque era poeta, se ganaba muy bien la vida vendiendo papel y hierro. Mi madre era una mujer muy hermosa. Se decía que, si te la cruzabas y no te dabas cuenta, un ángel tocaba tu hombro para que te giraras y la miraras. Le gustaba vivir rodeada de flores. Llegó a criar hortensias en el desierto y a tener la herboristería más bonita de la ciudad. De ambos aprendí palabras de sonidos y aromas mágicos. De mi padre, gramaje, corrugado, remesa o satinado. De mi madre, abrótano macho,hierbaluisa o malvavisco.