Skip to main content

Ficha técnica

Título: La ciudad de las muertas| Autores: Marcos Fernández y Jean-Christophe Rampal| Editorial: Debate |Fecha de distribución: 22 de febrero de 2008 | Páginas: 224 | Precio: 17,90 € | Fecha de publicación: 22/02/2008

La ciudad de las muertas

EDITORIAL DEBATE 

En Ciudad Juárez, estado de Chihuahua, México, cerca de la frontera con Estados Unidos han sido asesinadas casi 400 mujeres desde 1993, y todavía hoy siguen desaparecidas más de quinientas. Sin embargo, más de diez años después del descubrimiento de la primera víctima y, a pesar de la detención de numerosos sospechosos, las autoridades siguen sin identificar a los responsables de los homicidios. Peor aún, los crímenes continúan al ritmo infernal de dos víctimas al mes, y Ciudad Juárez es considerada como la capital mundial del «feminicidio».

Los periodistas franceses Marcos Fernández y Jean-Cristophe Rampal han llevado a cabo esta extraordinaria investigación en el corazón de la ciudad que asesina, en busca de los principales protagonistas del caso: policías sospechosos, abogados temerarios, chivos expiatorios torturados para que confiesen delitos que no han cometido, familias de víctimas y mujeres honorables… Los autores repasan las diferentes pistas -desde las más aberrantes a las más científicas- de un expediente que, por desgracia, dista de estar cerrado. Porque si hoy los criminales siguen sin ser hallados, una cosa es cierta: los asesinatos de Ciudad Juárez dan cuenta de la perversidad de esa ciudad fronteriza, reino de la droga y de la corrupción, auténtico laboratorio de la globalización salvaje.

 

Extracto del libro: capitulo 1. Presas fáciles

«Averiguación previa número 1780/93-05, de fecha 25 de enero de 1993. Se localizó en la colonia Alta Vista el cadáver de una persona de sexo femenino de aproximadamente 16 años de edad, de complexión robusta, de tez blanca, cabello castaño claro, de aproximadamente un metro sesenta y cinco de estatura. […] Como huellas de violencia se le apreciaron: doble equimosis* en la región del cuello con marcas profundas en la parte lateral derecha del mismo, apreciando en esta región un cable de conexión eléctrica con dos vueltas y anudado. […] Causa de la muerte: asfixia por estrangulación. Dicho cadáver fue identificado con el nombre de Angélica Luna Villalobos, quien contaba con seis meses de embarazo.»

He aquí cómo, en unas cuantas líneas, las autoridades presentaban el deceso de la que sería una de las primeras «muertas de Juárez». Cuarenta y ocho horas antes, otra joven, Alma Chavira Farel, había corrido la misma suerte: había sufrido abusos sexuales antes de ser estrangulada. Pero no hay rastro de este caso en los archivos de los investigadores, ningún expediente. A partir del descubrimiento de esos dos cuerpos, en enero de 1993, los informes de autopsias seguirían uno tras otro, en cadena.Varios centenares de niñas y de jovencitas serían encontradas asesinadas, un promedio de dos al mes. Muchas de ellas fueron violadas, secuestradas y torturadas con una violencia rara vez igualada. Incluso después de varios meses de los hechos, los cadáveres encontrados testimoniaban la saña de los asesinos. «Averiguación previa número 08520/94-503, de fecha 8 de mayo de 1994. A trescientos metros de la autopista Juárez Porvenir, a la altura de la estación de radio XROK, denominada Radio Cañón, se localizó el cadáver de una persona del sexo femenino en una posición decúbito ventral, con los brazos extendidos en forma de cruz y las extremidades inferiores separadas en forma de «V», de una edad aproximada de 10 años, cabello negro, nariz chica, boca chica y labios delgados, dicho cadáver viste calcetas negras y zapatos tipo tenis color blanco, su blusa levantada hasta el cuello. […] Presenta las siguientes huellas de violencia: equimosis en región anterior de cuello. […] Luego de realizar la autopsia se estableció que la causa de la muerte fue asfixia por estrangulación. […] En la región vaginal se localizó un cabello color blanco tipo cana. Posteriormente fue identificada con el nombre de Gladys Janeth Fierro Vargas, la cual desapareció el día 6 de mayo del mismo año [1994].»

«Averiguación previa número 05396/96-1102, de fecha 7 de abril de 1996. Víctimas: Rosario García Leal, Guadalupe Verónica Castro Pando,Olga Alicia Carrillo Pérez. Al sur del sector denominado Lomas de Poleo, al nivel del lugar llamado Ejido López Mateos, se localizó el cadáver de una persona del sexo femenino, el cual carece de cráneo y extremidades superiores. Como a sesenta metros al norponiente se encontró un maxilar inferior con sus piezas dentales completas, una clavícula completa con restos de piel acartonada. […] A tres metros, un brasiere color negro, de talla chica con ambos tirantes rotos, un zapato de piel semienterrado color negro, un pantalón color café, un suéter color azul con guinda con la letra R, una bata de maquiladora con el logotipo de Philips en el lado izquierdo. […] Al practicarse las autopsias, se estableció que en su mayoría las víctimas habían sido violadas y victimadas infiriéndoles lesiones cortopenetrantes o bien estranguladas.»

«Jamás regresó» Las «muertas de Juárez», como la mayoría de la población de Ciudad Juárez (1,5 millones de habitantes), vivían en una colonia o barrio periférico, a menudo colindando con el desierto. Eran estudiantes, camareras, empleadas domésticas, vendedoras, obreras de alguna maquiladora. Más de doscientas fábricas de este tipo se encuentran distribuidas en diecisiete parques industriales, denominación pomposa tratándose de zonas de arquitectura triste. Construcciones a manera de galerones o hangares, rodeadas de cercas, se alinean a lo largo de centenares de metros, separadas por terrenos llenos de contenedores y de estacionamientos donde aguardan inmensos remolques de camión. Todas estas grandes empresas de electrodomésticos o de electrónica de consumo operan aquí bajo su propia marca o la de algún subcontratista local. La maquila o maquiladora es el mayor empleador de la región: 245.000 personas son sus asalariadas, según la Asociación de Maquiladoras (AMAC), que es el sindicato patronal. Una gran parte de los juarenses viven del trabajo de esta industria, actividad que está sometida a los vaivenes del mercado mundial. Si la crisis golpea a Estados Unidos o a Europa, las maquiladoras despiden personal; si la actividad se recupera, pequeños anuncios pegados a los postes de la electricidad o inmensas pancartas ofrecen «trabajo inmediato».

En las colonias, la vida cotidiana no es fácil. Cuando sopla el viento levanta un polvo amarillo que llega a oscurecer el cielo y se introduce en las pequeñas casas de ladrillo hueco, que en algunos casos no parecen terminadas. En la parte superior de cada castillo de esas viviendas sobresalen las varillas, oxidadas, en espera de que se construya un hipotético segundo piso. Más lejos, los recién llegados se contentan con un ensamblaje de maderas reutilizadas y tela alquitranada. En uno de estos barrios, de nombre Anapra, vive Juana Rodríguez Bermúdez. Sentada bajo un árbol, cerca de una casita sin piso, de paredes blancas y techo de chapa ondulada, abre un gran portafolio negro donde se encuentran dispuestas cuidadosamente en fundas de plástico varias fotos de una niña y recortes de periódico ya amarillentos. «Mandé a mi hija a comprar un refresco a la tiendita que está al lado de la casa. Era el 10 de febrero de 2003. Jamás regresó», cuenta con una voz apenas audible.2 Brenda Berenice tenía cinco años. Su cuerpo fue encontrado el 20 de febrero de 2003 en pleno centro de la ciudad, cerca del antiguo edificio de las aduanas, al lado de las vías del ferrocarril. Había sido violada y apuñalada. Una de las más jóvenes «muertas de Juárez».

«Las autoridades no han investigado mucho -afirma la madre-. Cuando fuimos a denunciar la desaparición, los policías me dijeron que me calmara, que la encontrarían.» Sus otros dos hijos, su marido, así como su hermana, la rodean y la sostienen mientras cuenta su pesadilla.Varios perros están echados a la sombra, en la arena esparcida por el pequeño terreno de este barrio del noroeste de la ciudad, separado de Estados Unidos por una simple cerca de alambre de púas y las vías del tren. Al otro lado, mirando al sur, una inmensa extensión de un amarillo anaranjado: el desierto de Chihuahua. Los niños juegan con un viejo balón desinflado casi por completo, mientras que un camión que transporta agua potable rebasa a toda velocidad al único autobús que pasa por allí, el de la línea 10, que se distingue por los colores rojo y blanco.

La casa de la familia Rodríguez Bermúdez, levantada hace poco, es una de las más alejadas de la entrada de este barrio que no cesa de extenderse. Cuanto más se adentra uno en los confines de Anapra, menos carreteras y calles se ven. El asfalto va dejando lugar, poco a poco, a la terracería, a las piedras y luego a la arena y el polvo. Algunas tiendas están alineadas, una carnicería entre un taller de reparación de bicicletas y un desguazadero de coches. Los retratos de antiguos candidatos al cargo de presidente municipal o de gobernador se borran lentamente de las paredes donde fueron pintados. Indiferente a cuanto la rodea, Juana Rodríguez Bermúdez habla y habla. «Quienes hicieron esto a mi hija son monstruos. Los polis son igual. No tienen más que una idea en la cabeza: acusar a mi marido, que no se apartó de mí ni tantito el día de la desaparición de Brenda Berenice. Todo esto porque él no es más que su padrastro, porque su verdadero padre no ha vuelto a dar señales de vida.» Con el cigarro en la boca, su marido confirma lo que ella dice y se levanta la camiseta para mostrar las heridas. «Me detuvieron tres veces. Cada vez me golpearon para que dijera que fui yo quien la mató. La última vez que me llevaron, un agente de la policía judicial del estado me rompió las costillas. Me decía: «¡Confiesa! ¡Todavía podemos ayudarte a que te den veinte años en vez de cuarenta!».»

Doscientas mil familias en zonas de alto riesgo Los jardincillos junto a las viviendas no encierran sino una escasa vegetación, a menudo dos o tres árboles famélicos rodeados de algunos manchones de hierba quemada. Más arriba, una pequeña iglesia azul domina las casas, aportando un toque de color que rompe el amarillo uniforme del desierto.A falta de asfalto y de cunetas, las tormentas convierten los baches de las calles en lagunas. Barrios enteros no tienen acceso al agua potable ni a la electricidad, por no hablar de la red de desagüe. Desde luego, camiones cisterna atienden a quienes no están conectados a la red de distribución del agua, pero hay que pagar para llenar uno o más bidones, que es preciso llevar enseguida a la casa.

[ADELANTO DEL LIBRO EN PDF]

Close Menu