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Ficha técnica

Título: Humillaciones | Autor: Marcelo Mellado | Editorial: Hueders | Páginas: 120 | Formato: 14 x 22 x 1 cm | ISBN: 978-956-8935-38-2 | Precio: 10.000 pesos chilenos

Humillaciones

HUEDERS

Humillaciones, el nuevo libro de relatos de Marcelo Mellado, uno de los narradores chilenos más interesantes de la última década.

Tres amigos adolescentes se refugian en los días inmediatamente posteriores al golpe de Estado viendo películas de Buñuel y Fellini, y crean un mundo paralelo a partir de un viejo tren Marklin. Un escritor ventila su amargura y rencor con su antiguo editor, generando de paso una radiografía hilarante de la escena literaria local. Un barman intolerante a la estridencia que provoca la felicidad se convierte en asesino en serie en las calles de Santiago. Y en el puerto de Valparaíso, acodados en la barra de un restaurante, un profesor de historia y un viejo militante comunista se pierden en disquisiciones ideológicas mientras intentan comprender el presente.

Estas son algunas de las historias de los catorce relatos que componen este libro, en los que Marcelo Mellado, fiel a sus obsesiones y fiel a sus fantasmas, entrega una imagen desopilante de las prácticas sociales, de nuestros vicios y costumbres.

La felicidad de los otros

Cuando atiendo mesas percibo con mucha claridad el fenómeno de la felicidad de los otros, entendida como una agresión, incluso como una humillación dirigida a aquellos que ocupamos un radio de un par de metros, y que nos vemos obligados a ser testigos de esa escena deprimente. Es espantoso, sobre todo para la gente como yo que quiere vivir sin sobresaltos. Padecer la risa patológica de una mesa de clientes que, contentos hasta el delirio, hablan con voces chillonas y carcajean con espasmos histéricos, puede ser un gran desastre para la dimensión personal de la existencia. Mi parecer íntimo es que las personas no debieran hacer más ruido del necesario. Es raro que mucha gente entienda el ocio o un momento de solaz como la emisión insoportable de ruido, lanzado al ambiente como desprecio a la tranquilidad de los otros. Es tan insoportable que he decidido enfrentar el problema directamente, sin las dilaciones propias de la humanidad mediocre, siempre pusilánime. Para ello preparé un plan, no sin antes hacer un diagnóstico preciso. Y me di cuenta de que la felicidad de los otros no sólo es una agresión artera contra el género humano, porque pone en escena una autoafirmatividad perturbadora, casi siempre tribal, sino además porque excluye a los que sufren y los trata de someter a la ignominia de la presencia indeseable. Y todo esto por hacer prevalecer el estilo abacanado del sujeto latinoamericano moderno. Ese es el punto, cuando un cerdo cara de perro achilenado pretende erigirse en centro de las miradas y las referencias, habla fuerte y grita, y lo único que dice (en su pretensión) es que está ahí, disponible, para que los otros asistan al espectáculo de su felicidad. Felicidad siempre dudosa, aunque no es el momento de desviarnos para explicar dicho mecanismo enfermizo.

Por lo general se ponen contentos -que pareciera ser la antesala candorosa de la felicidad- por cosas idiotas, como cuando un futbolista mete un gol o por la obtención de logros menores, como graduaciones o los llamados fines de procesos. Imaginen un curso, una capacitación picante de esos chulos aspiracionales que hacen un magíster o un diplomado, y que celebran exámenes de grado que han superado exitosamente. Una de las situaciones más deplorables se produce cuando un grupo de hombres se junta a celebrar algo como eso, o un grupo de amigas chillonas participa de un after hour. Estos malditos y malditas no saben estar solos, porque nadie les enseñó esas elementales pautas zen de existencia que son tan necesarias para el nuevo ser humano que debiéramos proponer. Estos perros y perras fueron educados en el griterío soberbio que pretende pasar por terapia saludable: padres y madres igual de gritones y risueños que ellos.

Decidí, entonces, seguir a un par de felices que iban semi borrachos a tomar el auto de uno ellos, ubicado en una calle oscura cerca de la Costanera. Yo trabajaba en un pub asqueroso que estaba en Manuel Montt, en el barrio Providencia. Me acerqué sigilosamente por detrás, preocupándome de que no hubiera testigos, y los rocié con bencina que yo había trasvasijado en un spray e, inmediatamente, con un encendedor convertido en soplete, cuyo modelo saqué de internet, les prendí fuego y huí corriendo.

[ADELANTO DEL LIBRO EN PDF]

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