
Ficha técnica
Título: Esto no es un programa | Autor: Tiqqun | Traducción: Javier Palacio Tauste | Editorial: errata naturae | Colección: La muchacha de dos cabezas | Dimensiones: 14 x 21,5 |ISBN: 978-84-15217-74-9 |Páginas: 136 | Precio: 13,90 euros
Esto no es un programa
Tian
Una vez más la lucha, una vez más el fuego. Una vez más hay que salir a la calle, o quizás no, que cada cual elija su estrategia, se aposte donde pueda hacer más daño. Recomienza la búsqueda, a ratos investigación, a ratos batida. Como tantas veces en la historia, no hemos recibido ningún comunicado, ni falta que hace. Conocemos los medios con los que contamos y las mediaciones que nos debilitan. ¿Representación? Impresentables. Para los que no quieran entender, no hay explicaciones: este libro no se las dará y este editor no se esforzará en seducir a ningún despistado desde el texto de contracubierta.
Programas electorales, papeletas bien dobladitas, escaños de caoba. Que ardan. Un proceso insurreccional puede desencadenarse en cualquier punto del territorio o del cuerpo, a partir de cualquier experiencia. Se levanta un día ventoso y de repente, tras años o siglos allá arriba, la cornisa se desploma. Cae sin crueldad, pero cae a plomo. En la medida en que estos procesos acaecen, se conforma un plano de inmanencia común, la subversión contra el Imperio. A ese plano podemos llamarlo Partido Imaginario: nombre que por sí mismo expone su artificio, su función táctica. Un partido que está a la vez ya aquí y siempre en construcción. Y cuyo programa, por supuesto, no cabe en este libro. Construir ese partido nada tiene que ver con expedir carnés de militante, de modo que las diferencias se anulen ni siquiera en beneficio de la lucha. Construir ese partido significa conformar formas de vida a partir de esas diferencias, canales por los que pueda circular la intensidad.
Llega la primavera. Veo orugas procesionarias en los pinos: una larga fila de lepidópteros ensamblados, la cabeza de cada una siempre unida al extremo del abdomen de la que la precede, puro gregarismo a la búsqueda de alimento. ¿Qué pasaría si uniéramos la cabeza de la primera al abdomen de la última, formando un círculo cerrado? Comenzarían a girar indefinidamente hasta morir de hambre o de aburrimiento o de tristeza. O hasta que un niño les prendiese fuego.
¡EN FRANCIA DEBEMOS DEJAR DE MORTIFICARNOS!
Nosotros, que provisionalmente operamos en Francia, no tenemos una existencia plácida. Sería absurdo negar que las condiciones en las que llevamos a cabo nuestra labor tienen un determinado carácter, e incluso asquerosamente determinado. Más allá del fanático aislamiento impreso en los cuerpos mediante la educación soberana del Estado que convierte la escuela en inconfesable utopía fijada en todos los cerebros franceses, existe esa desconfianza, esa pegajosa desconfianza en relación a la vida, en relación a cuanto existe sin necesidad de excusas. Y también un repliegue en relación al mundo-en el arte, en la filosofía, en la buena cocina, en la propia casa, en la espiritualidad o en la crítica- como línea de fuga exclusiva e impracticable de la que se alimentan los flujos en crecimiento de mortificación local. Repliegue umbilical que apela a la omnipresencia del Estado francés, ese amo despótico que parece que gobernará aquí hasta que encuentre alguna oposición, de ahora en adelante, de carácter «ciudadano». Así le va al gran pasacalle de dubitativos, tullidos y torcidos cerebros franceses, que no acaban nunca de mirar fuera de sí mismos, y a cada segundo se encuentran más amenazados por cuanto se acerca algo que podría sacarles de su complaciente miseria.
En casi en todas partes los cuerpos debilitados disponen de algún icono histórico del resentimiento al cual aferrarse, algún orgulloso movimiento fascistoide que ha empuñado con inmejorable estilo el emblema reaccionario. Eso no ocurre en Francia. El conservadurismo francés jamás ha tenido estilo. Y jamás lo ha tenido porque es un conservadurismo burgués, un conservadurismo estomacal. Que haya alcanzado, a la fuerza, cierto nivel de reflexividad enfermiza no altera el asunto.