El caso de Eden Bellwether
Benjamin Wood
Cambridge, nuestros días. Oscar, un enfermero de una residencia de ancianos, conoce a la seductora Iris Bellwether, estudiante de medicina, violonchelista e hija de la burguesía acomodada de la ciudad.
Inmediatamente se enamora de ella y entra a formar parte de su grupo de amigos. Es un círculo exclusivo integrado por unos jóvenes con unos orígenes muy diferentes a los suyos, entre los cuales sobresale Eden, el hermano de Iris, un personaje narcisista y carismático, convencido de poder sanar a través de la música y de la hipnosis. Pero ¿quién es en realidad Eden Bellwether? ¿Un genio o un manipulador?
La prensa dice:
«Wood acompaña magistralmente al lector en un viaje a través de la bucólica Cambridge junto a la élite británica, para finalizar en la mente enloquecida de Eden.» Kirkus Reviews
«Un Mozart del thriller.» L’Express
«La combinación de virtuosismo narrativo y erudición hacen que el universo de Wood sea muy original.» Le Monde des Livres
«Deja al lector sin aliento.» The Huffington Post
«Una asombrosa novela que aborda la dicotomía entre razón y superstición, locura y cordura, ciencia y fe. Wood da voz a sus ideas de una forma lúcida e inteligente. Posee un ritmo y una fluidez magistrales.» The Guardian
«Un libro diabólico, imposible de dejar.» Télérama
«Wood posee una frescura y una inteligencia que le auguran un gran futuro.» The Times Literary Supplement
«Te atrapa, y una vez sumergido entre sus páginas es imposible salir de ellas.» Independent on Sunday
«La originalidad de Wood radica en la forma en que traza la frágil línea entre la genialidad y la locura.» The National
«Benjamin Wood narra vívidamente el dilema en el que se encuentra Oscar: su fascinación por Iris y el círculo Bellwether, y el temor a desafiar a Eden.» The Washington Post
Preludio
Junio, 2003
Escucharon el aullido de las sirenas y vieron la polvareda levantarse bajo las ruedas de la ambulancia en el extremo más alejado del camino de acceso a la casa. Al poco rato, el oscurecido jardín se había transformado en un baño de luces azules. Nada parecía real hasta que les dijeron a los paramédicos dónde estaban los cuerpos. Había uno en la planta de arriba, otro en la casa del órgano y uno más al pie del jardín –este último todavía respiraba, aunque agónicamente–. Lo habían dejado en la orilla del río sobre una cama de juncos aplastados, con el agua fría rompiendo contra sus pies. Cuando los paramédicos les preguntaron cómo se llamaba, les dijeron que ése era Eden. Eden Bellwether.
La ambulancia había tardado demasiado en llegar. Ellos se habían reunido durante un rato en el porche de atrás de la rectoría. Estaban desquiciados, elucubrando, contemplando los mismos olmos y los mismos cerezos que habían contemplado cientos de veces antes, escuchando cómo el viento perturbaba las ramas. Todos se sentían responsables por lo que había sucedido. Todos se culpaban a sí mismos. Así que discutieron –discutieron de quién era la culpa y sobre quién debería sentirse más culpable–. El único que no habló fue Oscar. Se quedó apoyado contra la pared, fumando, escuchando a los otros discutir. Cuando finalmente abrió la boca, su voz sonaba tan calmada que los silenció a todos.
–Ya ha pasado –dijo, y aplastó su cigarrillo en la barandilla del porche–. Ya no podemos dar marcha atrás ni cambiar nada.