
Ficha técnica
Título: Cuando yunque, yunque. Cuando martillo, martillo | Autor: Augusto Assía (Felipe Fernández Armesto) | Editorial: Libros del Asteroide | Páginas: 504 | Formato 14 x 21,5 cm |ISBN: 9788416213191 | Precio: 24,95 euros | Ebook: 14,99 euros en Libranda
Cuando yunque, yunque. Cuando martillo, martillo
Augusto Assía
Durante la segunda guerra mundial, Augusto Assía, corresponsal de La Vanguardia, era el único periodista español que informaba a sus compatriotas desde Londres. Una vez terminada la guerra recogió algunas de esas crónicas en dos libros. El primer volumen, que apareció en 1946 e incluía textos publicados durante la primera parte de la guerra, la denominada «guerra defensiva», llevaba por título Cuando yunque, yunque. El segundo volumen, Cuando martillo, martillo, recoge las crónicas publicadas a partir de julio de 1943, durante la segunda fase de la guerra, la «guerra ofensiva».
Las crónicas escogidas no incluían solo artículos de corte bélico, porque en palabras de su autor: «El criterio seguido en la selección es el de alternar los temas de la guerra con los civiles, la resistencia con la lucha, la vida y la muerte». Así, las crónicas lo mismo nos dan noticia de cómo funciona la corona británica que de la retirada de los soldados ingleses de Dunquerque o del sistema escolar vigente en el Reino Unido.
El libro es, por tanto, no solo una crónica de la guerra vista por un español, sino también un auténtico retrato moral del único país de Europa occidental que no se dejó doblegar por Hitler.
«Assía no solo fue un gran corresponsal de guerra, sino que fue un magnífico analista de la sociedad británica, de los usos y costumbres de los ingleses, de la forma con que se enfrentaron solos ante aquel poderoso enemigo.» Lluís Foix (La Vanguardia)
«Assía fue el legítimo heredero de un grupo de periodistas extraordinarios, formado por Gaziel, Xammar, Pla, Camba, Corpus Barga y Chaves Nogales.» Xavier Pericay
«El último superviviente de una extraordinaria generación de periodistas españoles que empezó con Julio Camba, siguió con los catalanes Gaziel, Eugenio Xammar y Josep Pla, y tuvo en el sevillano Manuel Chaves Nogales -el único de ellos que, paradójicamente, no llegó a viejo- el máximo apego con la modernidad. Los seis fueron grandes escritores, grandes viajeros y grandes liberales y a todos ellos -el que menos a Camba- les partió la guerra por la mitad. Aún compartieron otro rasgo genérico: sus escritos iban dirigidos a una burguesía perfectamente inexistente….» Arcadi Espada
Prólogo
Augusto Assía. Una vida española del siglo XX
El periodismo puede hacer o deshacer a un escritor, pero es indudable que la literatura española siempre ha entrado y salido de los periódicos con naturalidad perfecta. Quizá por eso sea un acto de estricta justicia que el mejor periodismo español del siglo xx -de Camba a Gaziel y de Xammar a Chaves Nogales- haya ido pasando en estos últimos años de las hemerotecas a los libros. Rescate tras rescate, es algo que estamos viviendo todavía. Más allá del valor historiográfico de un legado hasta ahora disperso, la recuperación de tantas obras y de tantos nombres nos ha servido, de modo eminente, para repensar las galerías que unen el periodismo y la literatura. Nos ha ayudado a subrayar la inteligencia sobre la realidad que puede abarcar un género tan mixto y fecundo como es la crónica. Nos ha puesto ante los ojos la dosificación inmejorable de atractivo literario y peso moral que llega a alcanzar la palabra del cronista. Y nos ha hecho ampliar la imagen que de sí mismas tenían las letras españolas en el siglo xx para así perfeccionar su canon. Si este salvamento editorial era ya una empresa de mérito, los lectores tampoco han dejado de celebrar su oportunidad, agradecidos de encontrar -en aquella España con frecuencia endogámica y sufriente- el testimonio del temperamento abierto, el alcance europeo y el temple de civilización de nuestros grandes cronistas.
Literatura o periodismo, queda claro que su lucidez no estaba destinada a prescribir con el diario de la mañana. Quién sabe si, todavía hoy, la exclusión de Augusto Assía* (1904-2002) del elenco de magníficos de nuestro periodismo no será el pago póstumo a una carrera fértil y feliz como pocas. Sin duda, ese apartamiento tiene algo de purgatorio, a la espera de la mano de nieve que devuelva a los lectores una prosa perpetuamente legible y grata, inmune a los años, de soltura infalible y totalmente seductora. No es la única generosidad de su escritura: página tras página y país tras país, con el Assía corresponsal y viajero recorremos también el itinerario vital de un curieux de profession que vio y narró un siglo en su fuego y sus cenizas en todo lo que va de la Alemania nazi a los primeros barruntos del proyecto europeo o el optimismo moral de la América de los fifties. Ni siquiera iba a ahorrarse Assía los claroscuros y misterios que tanto seducen en una edad mitómana. En su caso, son más que suficientes para una ubicación controvertida entre quienes ponderan su pasado de fiereza comunista, su colaboración con el Gobierno de Burgos o su posible espionaje aliadófilo. Como periodista, él supo bien que a los suyos se les conoce por informados tanto como por discretos.
Restaurado su perfil de cronista con este volumen, queda aún por hacer la quest de Augusto Assía. Ni faltan materiales ni debieran faltar voluntarios. De la vida a los libros, lo importante -en todo caso- será el carácter «independiente y liberal» que otorgó a Assía su palco de privilegio en la hora de tragedia y de gloria del continente. El escritor que aún acertó a vivir el último cosmopolitismo de la gran Europa iba a dar fe de la ventolera de la historia y a metabolizarla como un poso ético y una cierta sabiduría en lo político. Por eso, si hemos de buscar una vida española del siglo xx, tal vez no debamos buscar mucho más allá de Augusto Assía, quien tuvo además la largueza de contarlo con esa facilidad propia del periodismo en su aleación más pura.
Al término de sus casi cien años, Augusto Assía podía mirar por el retrovisor y recordar riñas con Goebbels, complicidades con Churchill, visitas al Saint Simeon de Randolph Hearst, clases de Einstein o de Sartre, polémicas con Baroja y Valle-Inclán y tratos con espías soviéticos como Philby o agentes dobles como Garbo. Es una constatación del extraordinario carácter mercurial de un hombre capaz de gozar, al mismo tiempo, de la amistad de exiliados tan dispares como una reina de España y un presidente de la República española. ¿Qué otro personaje tuvo oportunidad, sin salir de Londres, de compartir mesa con Franco y ejercer de anfitrión de Indalecio Prieto? Ciertamente, no a todo el mundo le fue dado conocer a Picasso y a Miró en la misma mañana parisina, reconciliar a Pla y a Xammar o encontrarse por primera vez a Julio Camba nada menos que en los tejados de la catedral de Santiago. Sí, Assía cumplió siempre con aquel primer mandamiento del periodismo que exige siempre estar donde hay que estar, del 23F en el Congreso al acercamiento hispano-yanqui o -más prosaicamente- el día aquel que sorprendió a Truman bajándose los calzoncillos. Ese bendito oportunismo iba a convertirlo en príncipe de los corresponsales españoles de todo tiempo.
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* Siempre dado a usar un nom de plume, Felipe Fernández Armesto -así fue bautizado- utilizaría este seudónimo de resonancias viajeras y tolstoyanas para sus crónicas en La Vanguardia.