
Ficha técnica
Título: Conjuros | Autor: Felipe Garrido | Editorial: Malpaso | Género: Cuentos | ISBN: 978-84-15996-08-8 | Páginas: 256 | Formato: 14 x 21 cm | Encuadernación: Tapa dura | Precio: 18,50 euros |
Conjuros
Felipe Garrido
Conjuros es una colección de 292 textos, muy breves, que quieren ser cuentos. No semblanzas, viñetas, aforismos, chistes ni ocurrencias, sino cuentos. Historias de personajes de carne y hueso, de sombra y olvido, que se enfrentan -atribulados, esperanzados, desconcertados- a la maravilla del mundo. Carcomidos por la certeza de la muerte y por la urgencia del deseo, estos personajes son, sin que ellos lo sepan, esos mismos conjuros que necesitan. Este volumen incluye varios de los mejores cuentos breves de nuestro tiempo. Conjuros ganó el premio Xavier Villaurrutia que antes había recaído en autores como Juan Rulfo, Sergio Pitol, Tomás Segovia, Carlos Fuentes o Augusto Monterroso.
PÁGINAS DEL LIBRO
Conjuro primero
De una inscripción en la arena, abandonada al viento: «…te convoco y te condeno a que no puedas cerrar los ojos sin verme, abrir los labios sin llamarme, saciar la sed sin sentir en tu boca la mía, tocar tu cuerpo sin creer que me acaricias, doblar una esquina sin la esperanza de hallarme, alzar el teléfono sin oír en mi voz tu nombre, abrir un libro sin leer estas palabras, porque el único amor que me hace falta es el tuyo, y lo necesito de esta manera desmesurada en que yo…».
Suspenso
Cerrar un ojo para cuadrar en la mira el blanco -alguien que esté en la parada, en la calle que se va quedando sola-. Aguantar la respiración, quieto al cobijo del muro, los brazos extendidos. Quitar el seguro. Amartillar la pistola. Saber que están a punto de regresar. Apoyar el dedo en el gatillo. Sentir el corazón.
Calcular cada movimiento para no ser descubierto: poner el seguro, sacar el cargador, vaciar la recámara, guardar el arma en el estuche, subirse a la silla, meter la caja de madera bajo las sábanas, en lo alto del clóset, volver la silla a su lugar… asegurarse de que nada diga que cuando se quedan solos él se apresura a dormir a los hermanos, se viste el piyama, toma la pistola, sube a la azotea, cierra un ojo para cuadrar en la mira el blanco -cualquiera que esté a la vista-, aguanta la respiración, quieto, a oscuras, el dedo midiendo la resistencia del gatillo que nunca ha oprimido, siente pasar el tiempo, baja el percutor, escucha el automóvil que llega, alarga un instante más el tenerlo a tiro, galopante el corazón.