
El Héroe y el Único
13 de febrero de 2008
«Escrito hace treinta y cinco años, y publicado por primera vez en 1982, El Héroe y el Único fue para mí una experiencia de hondo calado, tanto por el esfuerzo que me exigió como por la novedad de dicho esfuerzo. Nunca antes me había enfrentado a un texto de esa envergadura y, en consecuencia, a la sospecha de estar afrontando un proyecto excesivamente ambicioso. Pero en la misma medida en que la experiencia se convertía en experimento, y entre las horas de escritura afloraban interrogantes impensables, las dudas suscitadas abrían paso a estímulos más y más poderosos». Leer más

Saber perder
13 de febrero de 2008
«Para evitar las escaleras del instituto, Sylvia utiliza el ascensor de profesores. Esta mañana, al llegar, se ha subido a la carrera don Octavio, el de matemáticas, siempre estirado, la falta de movilidad en el cuello le obliga a volverse de cuerpo entero para mirar hacia los lados. Al ver la escayola le ha preguntado ¿cuánto tiempo tienes que llevarla? Un coñazo, creo que me la quitan en una semana. Ah, lo mío es peor, es para siempre. Y se ha señalado el cuello agarrotado. ¿Fue un accidente?, le preguntó Sylvia. No, es una cosa llamada enfermedad de Bertchew. Supongo que cuando el señor Bertchew fue al médico y le dijeron que sufría la enfermedad de Bertchew se quedaría bastante acojonado, ¿no? Se rió él solo, Sylvia le acompañó con una sonrisa tardía. Se bajó en la planta anterior a ella. Pasa un buen día. Usted también». Leer más

La ciudad de las muertas
12 de febrero de 2008
«Averiguación previa número 1780/93-05, de fecha 25 de enero de 1993. Se localizó en la colonia Alta Vista el cadáver de una persona de sexo femenino de aproximadamente 16 años de edad, de complexión robusta, de tez blanca, cabello castaño claro, de aproximadamente un metro sesenta y cinco de estatura. [...] Como huellas de violencia se le apreciaron: doble equimosis* en la región del cuello con marcas profundas en la parte lateral derecha del mismo, apreciando en esta región un cable de conexión eléctrica con dos vueltas y anudado. [...] Causa de la muerte: asfixia por estrangulación. Dicho cadáver fue identificado con el nombre de Angélica Luna Villalobos, quien contaba con seis meses de embarazo». Leer más

Presentimientos
3 de febrero de 2008
«Salieron de Madrid por la A-3 en dirección a Levante a las cuatro de la tarde. Julia se había pasado la mañana haciendo el equipaje que ahora con Tito se complicaba extraordinariamente. Desde que nació hacía seis meses, cada paso fuera de casa suponía movilizar mil cachivaches. Y en cuanto faltaba uno el mundo parecía desmoronarse. Pañales, biberones, gotas para el oído, sombrilla, gorro para el sol. Las cosas más urgentes iban en una gran bolsa de tela acolchada marrón estampada con osos azules, que por la calle solía colgar del respaldo del cochecito. La ropa de Félix y de ella la metió a voleo en la Samsonite verde abierta sobre la cama desde bien temprano. Cuando por fin la cerró, estaba hecha polvo con tanta ida y venida por el piso. También cerró los armarios. La que había que montar para bañarse un poco en el mar y tumbarse al sol». Leer más

Los culpables
3 de febrero de 2008
«El teléfono sonó veinte veces. Al otro lado de la línea, alguien pensaba que vivo en una hacienda donde es muy tardado ir de las caballerizas al teléfono, o que no existen los teléfonos inalámbricos, o que tengo vacilaciones místicas y dudo mucho en tomar el auricular. Esto último, por desgracia, resultó cierto. Era Samuel Katzenberg. Había vuelto a México para hacer un reportaje sobre la violencia. En su visita anterior, viajaba a cuenta del New Yorker. Ahora trabajaba para Point Blank, una de esas publicaciones que perfuman sus anuncios y ofrecen instrucciones para ser hombre de mundo. Tardó dos minutos en explicarme que el cambio significaba una mejoría». Leer más

Las aventuras de Barbaverde
3 de febrero de 2008
«La recepción del viejo hotel Savoy de Rosario, una mañana ajetreada de un día de semana (época cercana al presente). Un joven se había acercado al mostrador y esperaba el momento de poder intercalar una pregunta, con una mezcla de impaciencia e incertidumbre. El empleado del hotel, un hombre mayor, hablaba con una pareja de pasajeros con las valijas, que tanto podían estar llegando como marchándose. Una mujer más joven, que debía de ser la telefonista, charlaba en un rincón con un hombre de traje azul». Leer más