
Ficha técnica
Título: Un día en la vida de una mujer sonriente | Autora: Margaret Drabble | Traducción: Miguel Ros González | Editorial: Impedimenta | Formato: 13 x 20 cm. | Presentación: Rústica | Fecha: 2017 | Páginas: 272 | ISBN: 978-84-16542-79-6 | Precio: 21,95 euros
Un día en la vida de una mujer sonriente
Margaret Drabble
Heredera de Jane Austen, Virginia Woolf, Iris Murdoch o Doris Lessing, Drabble mira con los ojos de las mujeres de sus relatos para poner en tela de juicio la realidad de su tiempo.
Esposas sin maridos. Madres y hermanas. Mujeres que se debaten entre la vocación artística y las exigencias familiares. Científicas que han decidido dejar de teñirse el pelo y de ir por la vida disculpándose por cada paso que dan. Amor no consumado, vanidad y soledad. El poderoso universo ficcional de Margaret Drabble se concentra en estos cuentos que abarcan cuatro décadas de producción literaria. Una madre trabajadora que puede con todo y acaba sus enloquecidos días con una sonrisa. Una prestigiosa investigadora que acaba de recibir el Nobel por el descubrimiento del «gen de la vanidad». Una mujer que suspira aliviada cuando muere su esposo, y una romántica empedernida que busca el amor en los trenes. Trece relatos, la totalidad de la producción de Drabble en este género, que constituyen una muestra exquisita de la capacidad de ironía, lirismo y amplitud discursiva de una de las narradoras británicas más importantes del siglo XX.
«Drabble escribe de forma tan penetrante sobre la condición femenina que es imposible no reírse, estremecerse y admirarla a un tiempo.» New Statesman
1
LA TORRE DE HASÁN
-Si estuviese segura de que son gratis -dijo ella-, me los comería.
-Tienen que serlo -dijo él-, a juzgar por el precio de la bebida.
-Pero supongamos, y solo es una suposición -repuso ella-, que fueran tan sumamente caros como la bebida. Si te cobran doce chelines por un gin-tonic, no quiero ni pensar lo que tendrías que pagar por algo así.
Él guardó silencio, pues había llegado exactamente a la misma conclusión, aunque se mostrara reacio a admitirlo, reacio a revelarle hasta qué punto llegaba su miedo crematístico. Además, le había molestado que ella lo verbalizase, ya que, para la joven, esas reflexiones suponían meras sutilezas coyunturales, mientras que para él eran el pan de cada día. El joven miró con ojos tristes los pequeños cuadraditos de pan tostado, decorados, para su desgracia, con apetitosas sardinas, gambas y olivas, y se preguntó a cuánto se cotizarían en ese sistema financiero fantástico, y a la vez increíble, en el que acababa de entrar. ¿Cuál, se preguntó, sería el precio máximo que podría alcanzar cada uno de esos cuadraditos? ¿Cinco chelines? Absurdo, absurdo pero no imposible, eso seguro. ¿Siete chelines con seis peniques? Bueno, siete con seis sí que era del todo imposible. Parecía inimaginable, incluso en un hotel de cinco estrellas marroquí, que unos simples panecillos pudiesen llegar a costar siete chelines con seis peniques. Así pues, si la joven se los comía todos (y estaba claro que iba a comérselos, pues su apetito se había vuelto insaciable), la broma ascendería a más de tres libras. Pero ¿qué suponían tres libras, a fin de cuentas, entre amigos? ¿O entre recién casados, mejor dicho? Se diría que nada. Para su creciente sorpresa, incluso a él le pareció que no significaban nada de nada. Aunque, por supuesto, era una cantidad excesiva, y mucho, para unos cuadraditos. Claro que también era posible, incluso probable, que fueran gratis, que los hubieran puesto ahí y estuvieran, como quien dice, incluidos en el precio desorbitado de los gin-tonics. Si ese fuera el caso, sería una pena dejarlos. Pero si no lo eran y ella se los comía y luego se dirigían al ascensor para subir a su habitación creyendo que no había que pagarlos, ¿qué pasaría? ¿Saldría aquel camarero ataviado con un ridículo fez de detrás de la barra con un gesto ágil y se pondría a perseguirles? ¿Incluirían quizá, con suma discreción, el coste en los extras de la factura del hotel, ya de por sí bastante caro? La verdad era que la falta de experiencia lo tenía atrapado entre dos tipos de tacañería: le cabrearía dejarlos si eran gratis, lo mismo que le cabrearía comérselos si costaban más de la cuenta.