
Ficha técnica
Título: La transmigración de los cuerpos | Autor: Yuri Herrera | Editorial: Periférica | Colección: Largo Recorrido | Género: Novela | ISBN:978-84-92865-69-7 | Páginas: 136 | PVP: 16,00 € | Publicación: enero de 2013
La transmigración de los cuerpos
Yuri Herrera
Una epidemia paraliza el país pero propicia, a su vez, el encuentro entre una mujer deseada, La Tres Veces Rubia, y un hombre que desea, El Alfaqueque. Las palabras de éste parecen conseguir, calmar o sanarlo todo: producen fascinación. Hay algo en él de mensajero y, también, de ángel sin espada.
Su particular ética organiza el mundo, un mundo tan lleno de muerte como de contradicciones, donde por debajo de la muerte late, sin embargo, una pura vida que nada ni nadie podría enfangar de tan intensa.
Un encargo llevará a El Alfaqueque hasta personas y lugares insospechados para los lectores, más allá de tugurios y tabernas, en una suerte de trama detectivesca que a la vez se incardina en los grandes mitos de la literatura desde los clásicos griegos. Tragedia, redención, familia, sexo y muerte son las claves de una historia escrita en estado de gracia, como todas las de Yuri Herrera, y que parece tan bíblica que nadie diría que pertenece al presente.
«La prosa de Herrera consigue plasmar el ritmo y hasta la textura de las conversaciones que le gustaba escuchar en jornadas de cantinas y corridos.» (Amelia Castilla, El País)
I
Lo despertó una sed lépera, se levantó y fue a servirse agua pero el garrafón estaba seco y del grifo escurría nomás un hilo de aire mojado. Miró con rencor el tercio de mezcal sobre la mesa y sospechó que ése iba a ser un día horrible. No podía saber que ya era, desde hacía horas, verdaderamente horrible, mucho más que el infiernito íntimo que se había procurado a tragos. Decidió salir a la calle. Abrió su puerta, se extrañó de no ver trajinando en el pasillo a la Ñora, que vivía ahí desde que la Casota era la Casota y no dos pisos de casitas para gente a media desgracia, abrió la puerta principal y salió. Nomás dar un paso afuera, un torzón en la espalda lo alertó de que había algo mal.
Supo que no estaba soñando porque sus sueños eran muy vulgares. Cuando lograba dormir varias horas a la vez, soñaba; pero sueños tan vívidos que no servían de descanso, pequeñas variaciones de sus trayectos vulgares y sus conversaciones vulgares y sus miedos de siempre. A veces se le caía la dentadura, lo demás era vulgar; no como esto.
Un zumbido: luego el compacto bloque de mosquitos maniatando un charco de agua como si lo quisieran levantar. No había nadie, nada, ni una sola voz, ni un otro ruido cualquiera en esta avenida que a esta hora ya debía anegarse de coches. Entonces miró mejor: el charco empezaba a los pies de un árbol, como si alguien se hubiera apoyado en él mientras vomitaba; y lo que sorbían los mosquitos no era agua, sino sangre.