Darse
Victoria Ocampo
Durante muchos años, la fama de Victoria Ocampo (1890-1979) ha impedido valorar su obra. Instigadora de algunos de los proyectos culturales más importantes del mundo hispano, como la revista SUR, feminista y pensadora fundamental, amiga de escritores, artistas y compositores que pasaron por su Villa Ocampo, ahora Patrimonio de la UNESCO, se ha querido ver en ella a una Musa sin obra, protagonista de algunos de los momentos más emocionantes del siglo XX.
Darse, cuidada selección de sus textos autobiográficos y ensayísticos, casi una novela de su vida, permite rescatar lo más valioso de su obra del «ardiente desorden» en el que ella misma quiso que permaneciera. El resultado es una de las cimas de la literatura memorialística de nuestro idioma. Un libro donde la amistad con intelectuales como Ortega y Gasset, Virginia Woolf, Tagore o Camus convive con agudas reflexiones sobre los celos, el amor adúltero y el arte de «descifrar un rostro». Donde algunas de las figuras (trágicas) del siglo hacen su aparición breve y dolida, como el escritor francés Drieu La Rochelle.
Mujer y autobiografía, doble pecado de género. Todos los prejuicios de su época parecen haber concluido en un momento en que estas dos palabras vuelven a estar en el centro de la literatura del siglo XXI. Mujer y autobiografía. Quizá porque, como ella misma escribió, el principal enemigo de la literatura (y de la mujer) es el pudor.
Carlos Pardo
LA VIDA COPIA A LA LITERATURA
Viviendo su sueño
Digámoslo desde el principio: este libro se propone vindicar la figura de Victoria Ocampo como escritora. Es decir, mostrar lo mejor de su obra para que el lector juzgue si, como se ha repetido tantas veces, fue solo una mujer amante y gran promotora de la cultura o una verdadera escritora. Una escritora autoexigente y humilde al codearse en pie de igualdad con grandes autores de su tiempo, al reconocer sus propios límites, pero sin duda una de las mejores escritoras de literatura memorialística en español del siglo XX.
Nos proponemos destacar a Victoria Ocampo no solo como pionera de la vanguardia en una labor que hoy llamaríamos «gestión cultural», sino como creadora de un tipo de literatura que quizá únicamente ahora, con un cambio en la mentalidad de los lectores, en la recepción, empezamos a leer como gran literatura.
También, por decirlo al comienzo bien claro: así como se ha rescatado la figura de su hermana Silvina, excelente cuentista, y a pesar de que nuestro maniático pensamiento binario nos lleva a verlas enfrentadas (la tímida hermana pequeña, Silvina, hormiguita con obra perdurable; y la avasalladora Victoria, la hermana mayor, Musa sin obra), es necesario valorar la contribución deliberadamente «menor» de Victoria a la literatura a través de sus propios textos (hay una dialéctica de lo tímido y lo confesional, de lo artístico y de lo «aliterario» en la obra de Victoria, humilde en su propósito pero no en su resultado).
Quizá así veamos que la familia Ocampo dio lugar a dos escritoras muy diferentes, cuyos estilos no compiten, dos de las mejores escritoras argentinas del siglo XX.
La fama de Victoria, una de las intelectuales más valoradas de su tiempo, impide ver su obra. Así que lo primero que deberíamos hacer para buscarle el lugar que merece, no solo como amiga y protectora de Tagore, Ortega y Gasset, Stravinski, Borges, Gabriela Mistral y un largo etcétera, o como fundadora de la revista Sur, el mayor órgano cultural de Argentina y de buena parte del mundo hispánico durante más de medio siglo, es señalar algunos tópicos que envuelven su obra y desmontarlos.