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La interrogación sobre el paso de la ciencia a la filosofía

Por 2 de febrero de 2016 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

Vuelvo ahora al tema evocado en una columna anterior sobre el nacimiento en Jonia tanto de la ciencia como de la filosofía. Leyendo a  autores eminentes (algunos ya citados), que se acercan al asunto desde la historiografía filosófica,  pero a veces también desde la ciencia,  se tiene la impresión que explican  más bien el nacimiento de la ciencia que el nacimiento de la filosofía. En otros términos: parece relativamente fácil distinguir la reflexión sobre la naturaleza que llevan a cabo los pensadores jónicos (y que tiene los rasgos esenciales de lo que nosotros llamamos ciencia), no sólo de otras formas de aproximación a la naturaleza, sino incluso de otras formas de conocimiento de la misma, a saber  las  que se darían en Egipto, China o Mesopotamia. Pero entra la sospecha de que  no llegamos a saber muy bien en qué consiste la filosofía.

El entendimiento humano, a través de la comparación, el juicio,  la deducción, la inducción y el silogismo  conceptualiza las cosas del mundo, y  gracias a ello puede eventualmente modificarlas, forjando  tanto  las técnicas necesarias a la subsistencia, como  las  que tienen como objeto el confort o la belleza, es decir,  tanto lo que  nosotros llamamos  técnica como  lo que nosotros llamamos arte (designadas en Griego por la misma palabra, techne). Una interrogación determinada por exigencias  prácticas puede dar lugar a conocimientos sofisticadísimos, de los cuales las técnicas de agrimensura en Babilonia o en Egipcio son una expresión cabal.

Pero en cualquier caso es una tesis ampliamente aceptada (aunque genere reacciones  cuando es llevada a extremos) que en Jonia se fragua una de las más singulares peripecias de la razón humana, a saber, simplemente la conversión de interrogaciones vinculadas a las mencionadas  exigencias prácticas, en interrogaciones liberadas de toda función, cuya eventual respuesta podía tan sólo satisfacer al espíritu.

Y se añade que  sólo en este paso a una interrogación que no tendría otro objetivo que la mera inteligibilidad, el entender por el hecho de entender, cabría ver  el origen mismo de la ciencia,  tal como la palabra resuena en boca de científicos que se reconocen  en la  disposición de espíritu de los pensadores jónicos, forjadores de  hipótesis que de entrada, sólo podrían despertar el escepticismo de sus contemporáneos. Por el carácter desinteresado de esta etapa, el entendimiento tiende a concebir la esencia y el comportamiento de cosas que, como los astros,  no son susceptibles de ser modificadas por la técnica, ni de ser puestas a nuestro servicio, separando así lo que es un abordaje técnico de un abordaje que cabe llamar científico, el cual puede entonces extenderse a cosas  que sí podrían ser útiles pero que en la nueva disposición de espíritu son contempladas bajo otro prisma.

Así Tales habría tenido razones muy serias para sostener  que tras la aparente diversidad de los fenómenos hay un elemento común, que él denomina agua. Y tal sería el caso de  Anaxímenes cuando reduce las apariencias a fenómenos de condensación o de rarefacción de otro elemento primordial. En la actitud de ambos puede el científico de nuestro tiempo encontrar analogías con su propio proceder.

Pero con el esfuerzo de estos pensadores  prístinos se está asimismo fraguando en  Asia Menor  una vía que, dispersándose por la  Italia meridional o Tracia, acabará confluyendo en Atenas, y que constituye algo realmente sin precedentes, a saber,  la filosofía, la cual es ante todo expresión de que el intelecto humano no se conforma. Esta no conformidad puede esquemáticamente reflejarse como exigencia de una actividad del intelecto irreductible tanto a la disposición del hombre de arte, el technites como del físico, aunque tenga en la misma el arranque.

Pues un momento esencial de la segunda  etapa, la ciencia, es que  el entendimiento se apercibe de lo poco de fiar que, en ocasiones, son los sentidos  como testigos de la naturaleza,  y en consecuencia repara en su propio papel en las actividades anteriores, dando cabida a la idea de que este papel no es quizás despreciable. Se abre así la posibilidad de una  auténtica  inversión de jerarquía: lejos de que el intelecto sea mero reflejo de las propiedades de  las cosas conducidas hacia él a través de los sentidos, sería quizás el intelecto quien, al menos parcialmente, determinaría las auténticas propiedades.

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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