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Ficha técnica

Título: Las inglesas | Autor: Gonzalo Calcedo | Editorial: Menoscuarto | Colección: Reloj de arena; 77Formato:  Rústica  | Medidas: 14 x 21 cm | Páginas: 192 | ISBN: 978-84-15740-28-5 | Fecha: 2016 | Precio: 16,90 euros

Las inglesas

Gonzalo Calcedo

MENOSCUARTO

La adolescencia, vista por Gonzalo Calcedo: la nueva entrega de uno de los maestros contemporáneos del relato breve

Vivida en presente, la adolescencia es turbiedad, indiferencia adulta, años que descosen la niñez hasta convertirla en harapos. Vista en pasado, es una quimera: estuvo allí, en las suelas de nuestras deportivas y… sencillamente ya no está. Pero jamás deja de acompañarnos, con sus flaquezas y conflictos pendientes. ‘Las inglesas’ narra ese rito de paso, el peaje de crecer y encajar una presunta madurez. Estos nuevos relatos de Gonzalo Calcedo no idealizan tiempos pasados, ni embellecen lo triste y sórdido. Tampoco tratan de ajustar cuentas, hacer sociología o dar testimonio. Son historias agridulces donde abunda la ternura, cierto encogimiento de hombros, una pizca de nostalgia y algún desaire, para mirar la adolescencia como un patio trasero al que asomarse de vez en cuando.

Las inglesas reúne nueve historias con chicos y chicas adolescentes como protagonistas, relatos donde Calcedo vuelve a desplegar su característica voz narrativa, que bebe de la fuente de grandes autores del relato contemporáneo de la cultura anglosajona, como los estadounidenses John Cheever y Raymond Carver, la canadiense Alice Munro o la irlandesa Edna O’Brien, entre otros.

HUELLA IMBORRABLE. Según explica el autor, «vivida en presente, la adolescencia es turbiedad, indiferencia adulta, años que descosen la niñez hasta convertirla en harapos; pero vista en pasado es una quimera: estuvo allí, en las suelas de nuestras deportivas y… sencillamente ya no está, aunque jamás deja de acompañarnos, con sus flaquezas y conflictos pendientes». 

 

Tesoros

Recuerdo que el alféizar de mi ventana era como un nido de urracas. Había dos macetas de terracota y un manto de objetos minúsculos que Mikel lanzaba contra el cristal. Monedas, chapas, nueces y esquirlas de concha se me clavaban en los codos cuando, ya harta, abría la ventana para arrojarle el agua sucia de la tetera. Mikel me sacaba tres años y había dejado el instituto. Con los empleos familiares ese tránsito era habitual. Oponerse suponía dar la espalda al pueblo costero en el que generaciones desempeñaban el mismo trabajo. Una traición imposible para Mikel, cuyos hermanos y tíos faenaban en pesqueros con la naturalidad de quien prende un cigarrillo. El régimen de mareas hacía que sus visitas fuesen tempestuosas y algo lunáticas. No podía ser de otra manera.

     A nuestra casa le había crecido tiempo atrás una joroba en forma de hotelito. Aunque quizás la malformación fuese ya el hogar y no el negocio. Del hotelito se encargaban mis padres y, en temporada alta, un par de chicas mayores a las que el invierno desplazaría a otros servicios. Allí el futuro era presente y estudiar se antojaba una insolencia; la juventud prefería emplearse cuanto antes, manejar dinero para coches destartalados y cerveza. Había poco donde elegir. Con una recomendación podías pasarte la vida en la conservera, regando tripas de pescado con una manguera, o tentar la suerte en una agencia inmobiliaria. Por el momento yo tenía el privilegio de estudiar y los fines de semana de invierno buscaba una cáscara ermitaña donde esconder mi vergüenza. Entonces surgía Mikel lanzando sus amuletos contra el cristal. Era persistente, terco como los perros apaleados del pueblo, que no dejaban de buscar comida en el mismo plato aunque les sacudiesen el lomo.

     Recuerdo su cara redonda y pecosa, algo inexpresiva, como si gesticular resultase un lujo. El cabello rojizo de su familia manchaba de óxido su cabeza y desnudaba las orejas. Había decidido afeitárselo para evitarse complicaciones higiénicas a bordo y a mí me gustaba pasarle la mano por encima centímetro a centímetro, sintiendo en las yemas de los dedos los detalles de su cráneo. Como si leyese braille, muy pocas palabras, malsonantes en general.

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Gonzalo Calcedo

GONZALO CALCEDO (Palencia, 1961), santanderino de adopción, es uno de los actuales cultivadores de la narrativa breve (relato y novela corta) más respetados y leídos, una referencia para muchos escritores jóvenes. Poseedor de un estilo propio y reconocible, entre sus libros sobresalen La carga de la brigada ligera LINK (2004), Temporada de huracanes LINK (2007) y El prisionero de la avenida Lexington LINK (2010), editados en esta misma colección. Quizá por ello sus cuentos han merecido premios tan prestigiosos como el NH Vargas Llosa y aparece en las más destacadas antologías del género.

Obras asociadas
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