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Pensar el caos

Por 5 de octubre de 2020 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Marta Rebón

Cifras y promedios, estadísticas y previsiones, funciones exponenciales, comparativas por regiones y países… Líneas que representan flujos de movimiento, mapas de colores con manchas mutantes a medida que pasan los días y que dividen el mundo entre enfermedad y salud, miedo y seguridad, emergencia y normalidad. Donde me encuentro, en una Cracovia también sujeta a las medidas de distanciamiento social y de reducción de movilidad, empiezo la mañana con una nueva tentativa de penetrar en el lenguaje matemático de la pandemia. Mediante gráficos y números, se hace visible un universo microscópico al que hasta hace poco hacíamos caso omiso, como si seres humanos y murciélagos, pangolines o gorilas fueran islas inconexas entre sí, cuando, como subraya el divulgador científico David Quammen, estamos unidos por la historia evolutiva y por tener que coexistir en un pequeño planeta. El modelo imperante de crecimiento económico, devorador de ecosistemas, ha propiciado los brotes de epidemias y su expansión. En estos tiempos denominados Antropoceno, en los que ante la avalancha de desastres mirar para otro lado se convirtió en la norma, este virus debería activar nuestra conciencia global.
 
Todo aquello de lo que hoy nos alertan epidemiólogos y médicos no difiere mucho de lo que venían advirtiendo científicos de otras disciplinas: el cambio climático y sus riesgos eran ya una realidad, y el punto de no retorno se acercaba, inexorable. No hace tanto que se ridiculizaba a una activista medioambiental que dio rostro a las protestas contra el calentamiento global. La economía mundial, al parecer, no podía redefinirse, y mucho menos pisar el freno. Resulta que ahora aquellos que desoían, burlones, a la joven sueca, después de que una gran parte de la población mundial fuera confinada, tuvieron que replantearse su engreimiento ante el cierre de comercios y aeropuertos, la parálisis de la industria o la pérdida de empleos. La atmósfera por fin respiró aliviada. Despertemos y veamos lo que esta crisis sanitaria nos ha revelado: el sistema que se creía inmune a las catástrofes, tijereteado por los recortes, era un equilibrista sobre el abismo.

Los "héroes", según Platón, se definían por ser capaces de preguntar. En la actual era pandémica deberíamos mostrarnos "heroicos", en el sentido de saber formular las preguntas correctas, a salvo de ese otro virus que emponzoña nuestra vida pública. Me refiero al de la polarización y el enfrentamiento que, si por un breve instante pareció eclipsarse, no tardó en aflorar de nuevo. El nombre "héroe", añadía el filósofo griego, no se aleja demasiado del de "amor" (eros). Semidioses, los héroes nacieron del amor entre un dios o diosa por un o una mortal. A médicos, enfermeras, limpiadores y demás servicios públicos los hemos elogiado llamándolos héroes por su predisposición a "amar" mediante el cuidado. Y ellos, aun agradeciendo aquellos aplausos, nos recordaron que también son mortales y que trabajaban sin el equipamiento necesario para hacer de dioses.

El descrédito de las humanidades discurrió en paralelo a la merma de recursos para la ciencia. Son los dos saberes que guían la buena toma de decisiones. Tanto el primero como el segundo coinciden en subrayar la importancia de lo concreto. Y así lo expresaron médicos escritores como William Carlos Williams -"no hay ideas sino en las cosas"-, Mijaíl Bulgákov -"un hecho es la cosa más obstinada del mundo"- o Antón Chéjov, que exhortaba a los lectores a "no generalizar, a prestar atención a los detalles, a centrarse en lo particular". Hoy, lo concreto son las mascarillas y los respiradores -estos últimos en manos de un oligopolio-, pero también las buenas preguntas.

Debemos pensar.

 

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Marta Rebón

Marta Rebón (Barcelona, 1976), se licenció en Humanidades y Filología Eslava. Amplió sus estudios en universidades de Cagliari, Varsovia, San Petersburgo y Bruselas, cursó un postgrado en Traducción Literaria en Barcelona y un Máster en Humanidades: arte, literatura y cultura contemporáneas. Tras una breve incursión en agencias literarias se dedicó a la traducción y a la crítica literarias. Ha traducido una cincuentena de títulos, entre los que figuran novelas, ensayos, memorias y obras de teatro. Entre sus traducciones destacan El doctor Zhivago, de Borís Pasternak; El Maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov; Cartas a Véra, de Vladimir Nabokov; Gente, años, vida, de Iliá Ehrenburg; Confesión, de Lev Tolstói o Las almas muertas, de Nikolái Gógol, así como varias obras al catalán de Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura en 2015. Actualmente es colaboradora de La Vanguardia y El Mundo. Sus intereses de investigación incluyen el mito literario de varias ciudades y la literatura rusa del siglo XX. Fue galardonada con el premio a la mejor traducción, otorgado por la Fundación Borís Yeltsin y el Instituto Pushkin, por Vida y destino, de Vasili Grossman, escogido el mejor libro del año en 2007 por los críticos de El País. Ha expuesto obra fotográfica en Moscú, La Habana, Barcelona, Granada y Tánger en colaboración con Ferran Mateo, quien también participa en sus proyectos editoriales. Ha publicado En la ciudad líquida (Caballo de Troya, 2017) y El complejo de Caín (Destino 2022). Copyright: Outumuro

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