Marcelo Figueras
Leí por ahí que se cumplen cuatro siglos de la creación de King Lear. En estos tiempos existe todavía mucha gente que oyó hablar de esa summa shakespiriana, aunque más no sea por la posición que ocupa, merecidamente cenital, en la porción canonizada de nuestra cultura; pero imagino que no son demasiados los que saben siquiera de qué va (las puestas teatrales de Lear son hoy escasas, y tampoco ha habido grandes versiones cinematográficas más allá de Ran, dirigida por Akira Kurosawa) y me temo que son aún menos los que se han tomado el trabajo de leerla. En el improbable caso de que mi opinión tenga el más mínimo peso para ustedes, concédanme ese único crédito y lean King Lear. (Yo sé que el de la traducción es todo un tema, y lamentablemente no estoy en condiciones de recomendar una. Si alguien puede aconsejarnos al respecto, será bienvenido.) Este texto es una de las más altas cotas de la creación humana, no sólo por su belleza intrínseca, sino además por lo que expresa respecto de nuestra especie. Si se enviasen más muestras del ingenio humano al espacio en la esperanza de que otras especies las encuentren, Lear no debería faltar en el muestrario. Aunque ya hubiésemos desaparecido del todo para entonces (“La humanidad debe convertirse en presa de sí misma, de manera inevitable / Como monstruos del abismo”), cualquier ser en uso de raciocinio lograría comprender mediante su lectura que el experimento humano fue a su manera una maravilla; tal vez frustrado al final, pero maravilloso mientras duró.
De todas las cosas que me gustaría decir sobre Lear, me voy a quedar sólo con una, como la expresa Harold Goddard en The Meaning of Shakespeare. Para Goddard, Lear constituye la cima del arte shakespiriano –a la altura, o incluso por encima de Hamlet- por la manera en que encierra uno de sus temas más importantes, quizás el más recurrente: en todas sus obras, y en especial en Lear, se sugiere que “la redención que el hombre busca respecto de la violencia debe provenir de la mujer, pero no sólo de la mujer como tal o en sí misma, sino además de la mujer genérica que, ya sea que esté manifestada u oculta, es una parte integral de ambos sexos. Si la Julieta que había dentro de Romeo, si la Desdémona y la Cordelia que había dentro de Hamlet, se hubiesen salido con la suya, ¡cuán diferentes habrían sido las historias que narran sus obras!”
Lear es trágica por donde se la vea, pero léanla para atravesar los abismos insondables que contempla y llegar, por fin, a disfrutar de su ternura. Es la historia de un rey que aprende a ser hombre; y que al conseguirlo, aunque le quede poco de vida, experimenta la más grande felicidad a la que un ser humano puede aspirar. Aun derrotado y encerrado en prisión, Lear se siente rey de verdad por primera vez, porque en ese exiguo espacio tiene todo lo que necesita para obtener plenitud: su propia vida y también a su hija Cordelia, a la que invita a disfrutar de su encarcelamiento, “cantando como aves en su jaula”, rezando, contándose historias, riendo ante la visión de unas simples mariposas y atendiendo “los misterios de las cosas, como si fuésemos los espías de Dios”.
La epifanía de Lear dura poco, ¿pero cuántas cosas duran de verdad, dada la brevedad de la experiencia humana en el orden general del universo? Esos momentos en que Lear vuelve a ser rey le inspiran a uno la nostalgia de lo que nunca ocurrió; al igual que ocurre al morir Hamlet, uno piensa qué maravillosos monarcas habrían sido entonces, de no haberlos truncado la muerte a poco de obtener sabiduría.
Si el Hamlet y el Lear que llevamos dentro se saliesen con la suya, cuán diferentes serían nuestras historias.