Joana Bonet
«¿Podría haberse evitado la gran crisis con dirigentes femeninos?», se pregunta Vicente Verdú en su afinado ensayo La hoguera del capital (premio Temas de Hoy). Al leerlo, recordé que en el inicio del desplome financiero corría un chiste no exento de orgullo hembrista: «Si Lehman Brothers hubiese sido Lehman Sisters, todo sería distinto». El juego de las hipótesis, siempre tan literario, se sirve en bandeja condicional : «Y si…». Pero antes que nada un matiz, el talante machista y vetusto está representado tanto por hombres como por mujeres, como Angela Merkel, a quien Verdú etiqueta sin piedad de “adefesio ideogramático” con sus recetas de la abuela basadas en recortes y ahorro. El autor también recuerda que fue una mujer, Brooksley Born, presidenta de la CFTC (Commodity Futures Trading Comission), quien compareció hasta 17 veces en el Congreso estadounidense para reclamar la regulación de productos tóxicos para la estabilidad financiera. Los gobiernos Bush y Clinton se burlaron de ella hasta que renunció a su cargo, «hastiada de machos sordos».
Cierto es que mucho se ha abundado en la consolidación de una sociedad en red, porque sin ella no hay colaboración igualitaria ni comunicación. Una red que nos conecte y nos cohesione tejiendo valores tradicionalmente femeninos. La ética del cuidado, la gestión de los afectos y la previsión y el cálculo de lo micro parecen fundamentales para desactivar el miedo que nos atenaza. Porque -y esa es una de las claves de La hoguera del capital- el monstruo apocalíptico que anuncia un cambio de era, un cuestionamiento del modelo productivo o la tercermundialización de Occidente se muestra más emocional que racional, huérfano de brújula y necesitado de una nueva generación de jóvenes que ahora carecen de espacio y oportunidades.
Nuestra sociedad ha desarrollado grandes habilidades en crear sensaciones para vender: desde una noticia hasta un bolso que te permite dejar de ser cualquiera para ser alguien. Y aunque sabemos que detrás de la crisis se agazapa la debilidad política, la misma que en numerosas cumbres ha sido incapaz de frenar el desplome de las bolsas, aguardamos una resurrección emocional, más allá de la reacción y la indignación. Claro que hay emociones malas y emociones buenas: las primeras apuntan a que iremos a peor, las segundas ansían un futuro más saludable, complejo y solidario donde no todo sea blanco o negro y una variada gama de grises nos acompañe en esta metamorfosis, entre la bruma y la luz. Eso sí, siendo capaces de interpretar los claroscuros sin alarmismos y con más cariño, esa palabra tan femenina pero tan universal.
(La Vanguardia)