Joana Bonet
De aquella bienintencionada idea de la vida fraccionada en franjas de ocho horas ?ocho para trabajar, ocho para dormir y ocho de asuntos propios?, pasamos al realismo sucio del seven eleven, incapaces de detener nuestra actividad que arranca de buena mañana y no se desmaya hasta bien entrada la noche, sin un minuto para permanecer absortos ante una pared en blanco mirando las musarañas. Ahora, cuando la ideología del bienestar nos reprocha que olvidemos las respiraciones profundas, que no mastiquemos despacio o juguemos con pantallas antes de acostarnos, parece ardua tarea la de escapar del 24/7, que es como se denomina a la no desconexión y a la disponibilidad absoluta.
Pesan, por un lado, los imperativos de la autonomía profesional, que a menudo implican trabajar sábados y domingos, y acostumbrarse, como Esperanza Aguirre, a que no te paguen las vacaciones de verano ni de Navidad. Pero la resistencia a los tiempos muertos no sólo se debe al paradigma de trabajar el doble para cobrar la mitad, sino a la evidencia de que la tecnología se ha convertido en un órgano más de nuestra anatomía. Una especie de segundo cerebro, ansioso y voluble, que no le teme al tedio porque tiene línea directa con el infinito, a una velocidad que abruma y aísla.
Ahora, el sector del entretenimiento digital se prepara para una nueva batalla en la que el arma de combate serán las gafas de realidad virtual. Las nuevas Oculus Rift llegarán al mercado durante el primer trimestre del 2016 e incluirán un mando de control de Xbox One y un sensor de movimiento. Sus responsables prometen que nos teletransportarán a otro mundo donde es imposible bostezar. Pero los sabios globales reivindican el aburrimiento por higiene mental y acicate para la creatividad. Y animan a perderle el miedo a la palabra tan depauperada, en las antípodas de las tendencias. Nadie quiere ropa, películas, libros, personas o periódicos aburridos. El tedio es una de las prohibiciones de nuestro tiempo: el capitalismo ha censurado esas ?horas oscuras? ?así llamaba Rilke a ese estado que puede ser fértil o llevarte hasta el borde de la desesperación?. El mismo que el filósofo Bernard Stiegler ha denominado ?la proletarización del tiempo libre?, esto es, la expropiación, más allá de nuestra fuerza de trabajo, de nuestro tiempo y de nuestros instrumentos de placer.
La intolerancia ante el tiempo improductivo se agudiza en vacaciones, que, si bien para algunos son un lujo prohibitivo, para otros resultan la etapa del año que quisieran eliminar a fin de no tener que enfrentarse con su yo ?y el de su familia? en las tardes mudas del verano. Las agencias de viaje corroboran el aumento de los viajes singles aunque se viva en pareja, a fin de evitar disidencias engorrosas. Porque una cosa es aburrirse solo, y otra, mucho más tremenda, es aburrirse en compañía.
(La Vanguardia)