Félix de Azúa
De nuevo con el formidable paisaje de Formentor a manera de fondo, 40 profesionales de la literatura componemos una foto de familia capaz de lidiar con las calumnias contra la tenacidad de las humanidades. La literatura es pura ética. Invitados en el mejor hotel de España y cuidados como futbolistas rendimos homenaje a Ricardo Piglia. Mientras tanto, también tenaces, votan los ciudadanos de Cataluña.
En mi habitación, además de frutas y chocolates, encuentro un volumen de viejos Time de 1977. Leo un artículo sobre Santiago Carrillo. Su partido acababa de ganar 19 diputados para las Cortes. El venal Novoye Vremya de Moscú dice de él que es un lacayo del imperialismo y que quiere dividir al Partido mediante "una dudosa tercera vía". Y añade: "Últimamente ha hablado de nuestra patria y de nuestro Partido en términos que incluso los escritores más reaccionarios no osan utilizar".
¡Qué recuerdos de mis años universitarios! ¡Qué nostalgia de aquel lenguaje petardero y beocio de los comunistas! ¡Y cómo se parece al de los separatistas catalanes! El totalitarismo tiene una música inconfundible. Dados los resultados de las elecciones catalanas, tenemos estalinismo para rato. La región está dividida por Gala en dos y sólo puede empeorar. No es un choque de trenes, es una vaca muerta en medio de la vía. O un burro.
En imitación de los enemigos de Carrillo hay ahora varios miles de universitarios, tenderos y periodistas catalanes que usan el mismo discurso de aparatchik de Gerona. Dentro de 20 años, cuando lean las simplezas que proferían con un lenguaje episcopal basado en que nosotros somos los buenos y ellos unos fachas, sentirán nostalgia de su juventud, perdida en una causa superflua. Aunque puede que (¡oh, Señor, ten piedad!) sigan con el prusés.