Edmundo Paz Soldán
Si los latinoamericanos pudieran votar en las elecciones de noviembre, su opción más clara debería ser, sin dudas, Barack Obama. El candidato demócrata ha dado este año, en mayo, el discurso más ambicioso y concreto sobre una nueva política de los Estados Unidos hacia la región. En ese discurso, Obama se ha mostrado dispuesto a una reforma de las leyes inmigratorias que permita que muchos indocumentados se conviertan en ciudadanos; en cuanto a la política con Cuba, al mostrarse abierto al diálogo, a cierta apertura que no castigue a los ciudadanos cubanos ni a sus familiares en los Estados Unidos, parece interesado en romper con una ortodoxia de casi medio siglo que apresa a los políticos estadounidenses como una camisa de fuerza, impidiéndoles soluciones creativas al problema; su política de libre comercio es algo confusa, pues el partido Democrata se ha vuelto más proteccionista y Obama no quiere perder el voto de las bases que, durante las primarias, se mostraron receptivas al discurso populista de Hillary Clinton. Con todo, lo importante es que Obama demuestra un claro interés en América Latina, un deseo de no descuidar a un continente que se halla cada vez más distanciado de los Estados Unidos.
En cuanto a John McCain, sus instintos guerreros lo llevarán a continuar con la obsesión de Bush en Irak. Si bien es uno de los pocos republicanos con una mirada humanitaria hacia el tema de la inmigración y está convencido de la necesidad de una reforma, el rechazo recalcitrante de su partido a este tema lo ha obligado a endurecer su posición. De la misma manera, cuando habla de América Latina, lo hace con un rígido discurso en el que la seguridad de Estados Unidos es prioritaria y la sutileza diplomática pasa a segundo plano: se debe continuar con el apoyo a Uribe en Colombia, no se debe negociar con Cuba, se debe ser más severo con Chávez y Morales.
Ésta ha sido una década perdida para las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Hay razones para pensar que las cosas cambiarán para mejor con una nueva administración: son varios los temas urgentes en la agenda que no pueden seguir siendo postergados. Igual, hay que aceptarlo: para Estados Unidos hoy, embarcado en dos guerras y con un severo crash económico, América Latina no tiene la importancia estratégica que alguna vez tuvo.
(Foreign Policy, octubre-noviembre 2008)