Clara Sánchez
Una de las cosas menos prácticas del mundo es viajar con miles de maletas que se van a perder por los aeropuertos de turno con el consiguiente disgusto y quebraderos de cabeza. ¡Dios santo!, ese que te toca en la cola de facturación con diez enormes maletas llenas de todo lo que tiene en los armarios empotrados. Qué apego a sus cosas, y sobre todo, ¡cuántas cosas!. ¿Para qué tantas si las puedes comprar en cualquier parte? En el año 2000 recibí el premio Alfaguara de novela y tuve que viajar de promoción por casi toda Latinoamérica. Iba a pasar del calor al frío y del frío al calor en cuestión de horas. Iba a necesitar abrigo e iba a necesitar bañador, botas y sandalias, jerséis de lana y vestidos de tirantes. Me veía como a una de esas viajeras románticas de antaño seguida por porteadores con sus baúles y maletas y neceseres haciendo juego. Pero enseguida me dije, no te flipes, y opté por una pequeña maleta con ruedas que podía llevar conmigo siempre, por lo que me evitaría las molestas esperas de equipajes y la tendría controlada en todo momento.
Y además sospeché, casi sin margen de error, que el hotel siempre estaría cerca de algún centro comercial y que con el dinero del premio podría darme el capricho de proveerme de lo necesario e ir deshaciéndome por el camino de lo que me estorbara. Y así lo hice y se lo aconsejo a todo el que se encuentre en este caso. Es una maravilla ir por el mundo ligera de equipaje. De hecho cuando a alguien se lo extravían ese alguien sobrevive y si no apareciese nunca al final se olvidaría de lo que había metido allí.