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Escrito por

Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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Diario de rodaje. 1 Piezas sueltas

El primer día de rodaje se rodó la primera secuencia de ‘El dios de madera', una casualidad que no es habitual en la confección de las películas, cuyo orden sigue generalmente la conveniencia de los decorados, el cambio de los climas o la agenda de los actores.      El director de ‘El dios de madera' sólo tiene la experiencia de un film anterior, ‘Sagitario', y, por el contrario, la de nueve o diez novelas publicadas hasta la fecha, todas llevadas a cabo según un mismo método, para este escritor inevitable: empezar su libro por las primeras líneas del relato y no abandonar en ninguna instancia y bajo ningún concepto esa continuidad narrativa; el avance lo marca lo precedente, y los desarrollos y el final no están nunca en su cabeza ni tienen la menor premeditación. La novela llegará hasta donde le lleve su invención, partiendo de un esquema o idea primordial que las más de las veces están limitadas a una imagen, una figura esbozada o un motivo de arranque.

     Todo lo contrario sucede en el cine, y es una de las peculiaridades del medio que seduce al escritor VMF. El -llamémoslo así- ‘libro' de ‘El dios de madera' estaba, después de cuatro o cinco versiones (que aún van admitiendo cambios, supresiones o añadidos durante el rodaje), totalmente acabado cuando la película empezó la semana pasada a filmarse, y lo que se va ‘escribiendo' con la cámara cada día es una pieza suelta de dicho programa o guía verbal; ésa y las siguientes piezas, todas previstas en el conjunto, quedarán almacenadas hasta la fecha en que, terminado el proceso de acumulación de tomas, el director las tendrá a su disposición en la soledad compartida de una máquina prometedoramente llamada AVID. Él, con la esencial colaboración de su montadora, dedicará seis o siete semanas (un poco más de tiempo que la propia captación de las imágenes) a recomponer la trama preconcebida, aunque, naturalmente, beneficiándose de todo aquello que el guión no tenía: caras, cuerpos, encuadres, actos, gestos, segundos y terceros términos. Y también voz grabada en directo, a la que, más adelante todavía, un compositor (Luis Ivars, el mismo de ‘Sagitario') añadirá músicas.  

    Palabras, frases entrecortadas o largas, párrafos ya enunciados pero no entendidos por nadie ajeno al rodaje, ni siquiera oídos. Empieza ya a llegar, como adelanto de lo realizado en los ocho días de trabajo que llevamos, muestras de ese vocabulario cinemático, y algunas llegan repetidas, con ligeras variantes respecto a las que no hay que decidir todavía.

    El montaje les dará el sentido. De momento son sólo trozos de un todo que un equipo de cine conoce al dedillo pero ninguno, ni siquiera el director, sabe en qué quedará.

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14 de septiembre de 2009
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Diario de rodaje de “El dios de madera”

A modo de progenérico, dos imágenes robadas por el director a sus actores protagonistas, en los dos primeros días del rodaje, y con la (mala) calidad esperable de quien mantiene una relación de esclavo/señor con la técnica.

En un decorado industrial de Sollana, pueblo cercano a Valencia, El senegalés Madi Diocou (Yao en el filme) reposa en un sofá después de comer y después de haber pasado casi dos horas empotrado en los bajos de un camión, en compañía de otro de los protagonistas, el actor marroquí Soufiane Ouarab. Y en  la calle Tapinería del barrio del Carmen de Valencia, Marisa Paredes posa de noche ante  la boutique Mavi, su espacio de ficción en la película. Ambos fuera de foco, error que nunca comete en su trabajo el director de fotografía de la película, Andreu Rebés.

En las excelentes fotos de estudio hechas por Daniel Caparrós, el director posa en una con su actriz principal, y en la otra con ella, con Madi, con Soufiane y con Nao Albet, joven actor catalán, el otro protagonista de "El dios de madera". Marisa lleva un vestido que juega un papel en la historia.

La foto tipo pasaporte del personaje de Yao y la de la muchacha rapada, Adama, también tienen su peso dramático en la trama, pero eso de momento no lo desvelamos.

 

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11 de septiembre de 2009
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Cine o literatura

Como disyunción o como pregunta, esos dos términos acechan a todo escritor con veleidades fílmicas, sean pasivamente cinéfilas o sean más activas. El primer registro se ha hecho muy amplio desde los tiempos en que yo era un ‘joven turco' de la crítica especializada, rodeado de chicos todos en torno a los 20 años y todos poetas (entonces la crítica cinematográfica hecha por chicas era una entelequia, o como mucho un desideratum). Escritores cinéfilos ‘mayores' se contaban con los dedos de una sola extremidad, y los modelos literarios vivos que teníamos a mano no eran en absoluto proclives a esa operación de equidad estética que para nosotros resultaba natural: poner en el mismo altar del ‘walhalla' estético a Rilke y a Fritz Lang, a Montale y a Rosellini, a Proust y a Bresson, a Faulkner y a John Ford. Para nuestros maestros, Juan Benet, Gil de Biedma, Barral, García Hortelano, Claudio Rodríguez, la cinematografía era poco más que un arte aplicada, a la altura del diseño de muebles o la filatelia, y sólo el ‘western' despertaba (en Benet, sobre todo) una leve emoción épica, teñida de distanciamiento irónico.

   Hoy ya no es así, y los escritores, unos por cautela y otros sinceramente, conviven con el cine, cuentan con él en su repertorio imaginativo, van incluso asiduamente a las salas de exhibición, y nadie se escandaliza en una cena de novelistas (como a mí me pasó de adolescente) si se menciona con reverencia el nombre de un cineasta taiwanés o turco que acaba de estrenar una película tan buena o más que el último libro de Coetzee o Echenoz.

   Y luego está la segunda y más rebuscada categoría, a la que  -sin yo haberlo previsto en los treinta últimos años de mi vida- me veo ahora perteneciendo de modo creciente: la categoría del escritor que se acerca al cine con la intención de tomárselo tan a pecho que acaba haciéndolo él mismo, no ya como guionista sino como director. Estoy tranquilo, a ese respecto, cuando quedan sólo unos días para lo que antes se llamaba la primera vuelta de manivela de mi segunda película, porque también ahí tengo precedentes o contemporáneos de gran solvencia, que actúan como colchón (si no como inspiración) en el salto mortal que es siempre rodar con un amplio equipo de actores y técnicos. Pasolini (un guía siempre para mí, en todo lo que hizo), Cocteau, Genet, Edgar Neville, Robbe-Grillet, Marguerite Duras, Samuel Beckett, Susan Sontag, Gonzalo Suárez, Paul Auster. Algunos ejemplos, unos más persistentes tras la cámara que otros, de esta rara voluntad de no contraponer excluyentemente el cine a la literatura, que para ellos, y por tanto para mí, dejan de ser hermanos regañones o amantes furtivos, convirtiéndose en formas paralelas -aunque no similares- de contar historias.

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7 de septiembre de 2009
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Trier y Coetzee

No es ni mucho menos Lars von Trier el primer artista al que le repugna o angustia la naturaleza. Durante siglos, lo que estaba más allá de las ciudades y sus pobladores daba pánico a los pintores, como lo daba a los hombres, demasiado acostumbrados a los desmanes del agua, las anfractuosidades del monte y el temible misterio del bosque. Alguien nada timorato en cuestión de peligros y excesos como Baudelaire ha sido quizá quien mejor sentenció sobre el asunto, señalando que la virtud siempre es artificial, es decir, enseñada a una "humanidad animalizada" que tiene como primer instinto el de hacer daño: "el crimen, cuyo gusto el animal humano ha sacado del vientre de su madre, es originalmente natural".

    Las atrocidades, los desvaríos dementes, las mutilaciones y el sadismo extremo en los encuentros sexuales que marcan el desarrollo de ‘Anticristo' y están sin duda en la raíz del escándalo que la película produjo en Cannes, remiten a los impulsos de lo que no se puede reprimir ni educar; una religión en bruto, con creencias ciegas pero sin mandamientos reguladores ni mandatarios sacerdotales. "La naturaleza es la iglesia de Satán", le dice a la mujer (Charlotte Gainsbourg) el marido, psicólogo de profesión (Willem Dafoe), cuando ya ambos, tras la tragedia ocurrida a su bebé, han buscado refugio en la cabaña aislada en medio de un campo frondoso habitado por bestias parlantes y tétricas. Para entonces, el espectador ya ha pasado por la aflicción y el dolor, pero aún no se ha visto obligado (el que lo aguante, y no serán todos los que hayan pagado la entrada) a ver en pantalla los ritos de un infernal castigo que al menos uno de sus dos ejecutores, la mujer, entiende como deber sagrado. Sería una lástima, sin embargo, que la radicalidad turbadora de las imágenes de ‘Anticristo' privara al aficionado al cine de la que, a mi juicio, no sólo es la mejor película de Lars von Trier sino uno de los relatos que con más libertad, imaginación desbocada y arrojo afronta el tema de la trasgresión expresiva y los límites de lo decible en el arte.

     El frecuente desnudo de los protagonistas causó los primeros problemas a ‘Anticristo', y le habrá de causar alguno más. El cine, el cine ‘mainstream' o destinado a las salas comerciales, ha tardado en aceptarlo, cuando y donde lo acepta, y es en ese sentido más pudibundo que el teatro, pese a que sobre las tablas al actor o a la actriz no se le permiten trucos ni "dobles de cuerpo"; los hay (lo dicen al final los títulos de crédito) en ‘Anticristo', aunque no sepamos exactamente en qué partes radica la falsificación, pues hay muchas escenas en que el cuerpo de Dafoe es de Dafoe y los genitales explícitos de Gainsbourg pertenecen a la extraordinaria actriz. Pero el tiempo ha corrido más que el pudor, y el desnudo, incluso el enteramente frontal, está dejando de ser tabú en el cine, aunque no en todos los países; ‘Anticristo' no es la primera película que se estrenará amputada de imágenes en países de gran consumo cinematográfico como Japón o Estados Unidos. En España, Francia e incluso la papista Italia llega tal cual la concibió y rodó el director danés.

   ¿Erotismo o pornografía? El dilema es casi tan antiguo como la práctica de la sexualidad, y Lars von Trier debe de estar cansado de responder, desde el pasado mes de mayo, a la pregunta, que también le hizo, en una muy interesante y larga entrevista publicada con motivo de la presentación del film en el festival de Cannes, el escritor Knud Romer. El cineasta afirma ante Romer no saber si lo que ha hecho es pornografía. Tal vez, añade, "pero la pornografía siempre me ha molestado. Las películas porno son ‘utilitarias', y suelen ser muy crudas". Es cierto lo que dice Trier, tan cierto como que, en el encuentro que yo tuve con él en Copenhague en septiembre del año 2006, enviado por este periódico, reconoció haber producido "películas porno para mujeres heterosexuales, concebidas y dirigidas por mujeres [...] Qué irritante que no haya un buen cine porno en ningún sitio. A mí mismo me gustaría intentarlo. Ha de ser posible hacer buenas películas porno" (EPS, ----).

   No hay, sin embargo, contradicción entre ambas declaraciones. El objetivo capital de la pornografía, su razón de ser, es producir lo que en inglés se llama ‘titillation', es decir, mera excitación, y no creo que nadie, excepto algún secuaz recalcitrante del marqués de Sade o Hannibal Lecter, obtenga retribución libidinosa de las escenas de la última media hora de ‘Anticristo'. Lo que hace singular a esta película es que la desnudez corporal, la franqueza de los coitos y el crudo relieve de sus episodios de sado-masoquismo se producen en un contexto que trata de la culpa, el dolor y el castigo. Asuntos muy cristianos que tampoco sorprenderán a quienes conozcan la obra anterior de von Trier, si bien éste, en la citada entrevista de Romer, confiesa ser cada día "más ateo", apostillando que "la religión en general es una mierda". (No hay que sumar, pese a estas palabras, la escatología al catálogo de las psicopatías de ‘Anticristo', pues es una de las pocas que la película no presenta).

     Nadie ha pedido hasta ahora, que yo sepa, prohibir la exhibición comercial de ‘Anticristo', aunque es de imaginar que ni el Vaticano ni las ciudades santas de Irán la acojan en sus salas de cine, si las hubiere. Por eso aquí no hablamos (en esta ocasión) de censura, sino de límites. Mi opinión al respecto no va a ser, me temo, muy original. Lo escandaloso es un registro privado, relativo y a menudo psicológico; la forzada violencia sexual no, desde luego. Nunca. Y por eso siempre es sospechoso de hipocresía y aprovechamiento sectario (y por tanto condenable) el intento de la autoridad competente de cerrar una exposición de arte o suspender un espectáculo teatral o una proyección cinematográfica  -actos todos de libre elección para quien los frecuenta-  por su supuesta condición escabrosa o blasfema. Los intentos, a veces conseguidos, siguen ahí, y por desgracia no sólo en países gobernados por el integrismo islámico; también en ‘el mundo libre'.

     Von Trier se ha referido a Strindberg como su fuente de inspiración en ‘Anticristo', pero yo no me olvidaría de Shakespeare, sobre todo el más truculento; el de ‘El rey Lear', por ejemplo, con sus bellísimas metáforas animalescas y su alusión frecuente a los desarreglos de la naturaleza, o, en clave menor, el de ‘Tito Andrónico', cuyo reciente montaje teatral a cargo del habitualmente excelente grupo Animalario perdía, al perder en escena la sangre y la crueldad, esencia dramática. Es por el contrario un gran acierto del autor de ‘Rompiendo las olas' la progresiva transformación de lo que empieza como tragedia doméstico-amorosa en película ‘gore', sin esquivar ninguno de los componentes sanguinolentos y estridentes del género de terror de posesiones demoníacas. Pocas veces, y lo digo como espectador poco afín al género, el terror ha tenido tanta sustancia y amenaza como en ‘Anticristo'.

   Ahora bien, la frontera entre lo decible y lo indecible no sólo está en el universo de las secreciones y los traumas. Otra película actualmente en cartelera, ‘Desgracia', plantea, a partir del libro homónimo de J. M. Coetzee, otro asunto de similar o superior trascendencia, ligado en este caso a la naturaleza no menos terrible del odio político. El cineasta australiano Steve Jacobs ha hecho, con corrección escolástica, una adaptación literal que, siguiendo las pautas de la novela, evita mostrar las brutalidades que los protagonistas sufren y estiliza la voracidad sexual del protagonista, aunque filma sin recato las escenas de los animales enfermos o sin dueño, sin duda para provocarnos el ‘pathos'. También hay que agradecerle que se mantenga fiel a lo que subyace en la ficción de Coetzee: el fantasma de la injusticia social que reaparece, acabada ésta, en forma de venganza no menos cruel, y en la que las víctimas repiten el papel de sus antiguos verdugos.

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1 de septiembre de 2009
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Antología francesa (4). Fútbol para intelectuales

La mayor desgracia que le puede pasar a un escritor español es que el día en que se haga la presentación pública de un libro suyo se juegue a la misma hora un partido de fútbol. He pasado por esa prueba, y puedo dar testimonio del sufrimiento, del abandono, de la humillación. En primer lugar está la dificultad de encontrar a otro escritor dispuesto a introducirte en el café o la librería donde suelen hacerse estos actos. Y no porque tu libro le haya parecido un bodrio, y quiera evitar el comprometerse ante los demás con sus elogios. El problema radica en que muchas veces esos actos librescos caen en miércoles, día de la semana muy propicio para los partidos de la Champions League u otros grandes torneos internacionales de fútbol, y por tanto les estás pidiendo el sacrificio de privarse de ver la retransmisión de un, pongamos por caso, Barcelona-Bayern de Munich, Real-Madrid-Arsenal, o Valencia-Olympique de Marsella. Tu amigo no te lo dirá a las claras, por pudor literario. Así que ese día, te comunica con aire compungido que está de viaje en Dinamarca, o su hijo actúa en una función teatral del colegio. Qué mala suerte.

     Cuando por fin encuentras a un semejante que no sigue la liga o la copa, tienes que enfrentarte al malhumor del librero elegido y de los (pocos) amigos íntimos que no han tenido más remedio que venir a escuchar las peroratas sobre tu novela el mismo día y a la misma hora en que Fernando Torres marcará un gol antológico. Una vez, algunos años atrás, mi editor de entonces se vio obligado por las circunstancias a fijar el acto de presentación de una novela mía el día de la semifinal de los Mundiales, a pesar de lo cual no me pareció verle inquieto. Se sentó en un extremo de la mesa, más allá del presentador, y mientras éste y después yo mismo hablábamos del libro, le vi absorto, quizá demasiado absorto para las banalidades elogiosas y los agradecimientos banales que se decían. Acabaron las intervenciones y el escaso público aplaudió, como era de rigor, pero el editor ni aplaudía ni se movía, mirando fijamente al vacío con una mirada de angustia. Tuve miedo de que le hubiera dado un síncope o un ictus, y me acerqué a su sitio, sin que él advirtiera mi llegada. Tenía camuflados en sus orejas unos minúsculos trasmisores (de los que sólo se pueden comprar en las Tiendas del Espía) por los que seguía radiofónicamente el partido, en el que, lo supe después, el Real Madrid, que era su equipo, perdió tres a cero. De ahí su estado casi cataléptico, de ahí su angustia.

    Un fruto nada desdeñable de esta curiosa situación -que ignoro si se da igualmente en los demás países europeos- es la calidad de los artículos periodísticos sobre fútbol y, por ósmosis, supongo, el refinamiento intelectual de algunos jugadores. Aunque el fútbol no está entre mis muchos vicios, leo con agrado a Vila Matas, a Javier Marías, a Ray Loriga o a Javier Cercas cuando escriben de fútbol en la prensa, superando, gracias a su exquisita prosa, la dificultad del universo arcano del que hablan, infinitamente más críptico que sus tramas novelescas. Y hay tradición en esto. Entre los poetas de la generación de García Lorca, hubo encendidas odas a los guardametas (por Rafael Alberti y Miguel Hernández) y al balón de cuero (Gerardo Diego), siguiendo después de la guerra civil esos fervores futbolísticos en la obra de escritores de calidad como Celaya o García Hortelano. Recíprocamente, el argentino Jorge Valdano, que fue un distinguido jugador del Real Madrid y después entrenador de este equipo, arengaba a sus jugadores en los vestuarios con versos de Borges, urdiendo desde el banquillo  -se decía- sus tácticas de juego a partir del esquema de la ‘Divina Comedia' de Dante.

     Una vez coincidí con Pep Guardiola en un programa de televisión en el que no se hablaba de fútbol. El entonces brillante jugador del Barcelona era lector, y bastante fino, y eso me hizo ver algunos partidos suyos en televisión. Luego Guardiola se fue del ‘Barca' y prosiguió una carrera europea menos gloriosa. Pero ahora ha vuelto a su antiguo equipo como entrenador, y está haciendo una temporada triunfal. Hay sin embargo, entre los aficionados ‘culés' una honda preocupación. Guardiola, que fue en su juventud un ‘sex symbol' y sigue siendo un hombre guapo, está, desde que desempeña esa difícil misión, perdiendo pelo. Fue el tema de conversación principal que tuve hace dos semanas con mi editor actual, forofo del ‘Barça'. Le noté más angustiado por esa alopecia que por la crisis del sector editorial.

                               

(Publicado en Libération el 25 de abril de 2009)

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25 de agosto de 2009
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Antología francesa (3). Ultra-leche

"Toda agua es una leche". Me fascina la frase, que no es mía, sino de Gaston Bachelard. ¿Se le lee aún en Francia? Cuando yo era estudiante universitario, y a pesar del fragor de la lucha política anti-franquista, devorábamos con fruición las ensoñaciones poéticas del filósofo de la Champagne, que ya había muerto (en 1962) pero cuyos libros eran traducidos por las editoriales más a la moda entre los ‘sesentayochistas' españoles (el Fondo de Cultura Económica, la entonces recién creada Alianza Editorial). Me he acordado de él con motivo de una leche tóxica y un agua desbordada. En la obra suya que prefiero, ‘L´eau et les rêves', Bachelard tiene la visión del agua, y por extensión de todos los líquidos bebibles, como "una ultra-leche, la leche de la madre de las madres", y ahora mismo los niños españoles, y en especial los de ciertas zonas de Madrid y Toledo, corren el peligro de envenenarse no con la materia de los sueños bachelardianos sino con una sustancia igualmente densa y oscura, la melamina (un pegamento industrial), que unos fabricantes desaprensivos han añadido a la blanca nata de la leche infantil. Este fraude alimentario se inició en China, donde ha habido víctimas mortales, pero se han detectado en algunos comercios regentados por ciudadanos chinos partidas de esa leche adulterada que, tomada en dosis regulares, afecta gravemente al riñón y puede causar la muerte de los bebés. En mi barrio hay muchas y muy populares tiendas chinas, y yo, por mi noctambulismo y mi economía, compro en ellas a menudo, ya que, quizá aún rigiéndose por el horario de su país natal, "los chinos" (como son cariñosamente llamados) abren en la noche española y venden más barato. Madrid, además, ya tiene sus ‘chinatowns', lo que anima mucho el paisaje de una capital que antes de la emigración africana, latina y asiática era monótonamente esteparia.

      Lo malo es que no sólo Madrid y los territorios adustos de La Mancha por donde cabalgaba Don Quijote son esteparios. La mayor parte de la España del sur, del centro y el este es seca, y las noticias acuáticas que llegan no pueden ser peores. La Agencia Europea del Medio Ambiente (EEA) anuncia que España, más que los restantes países europeos de la cuenca mediterránea, va a sufrir en las próximas décadas un proceso de desertización, en el que llegará a extremos saharianos o hindúes la alternancia entre períodos de larga sequía y devastadoras precipitaciones torrenciales.

    He de decir, de forma egoísta, que me siento mejor preparado para esta catástrofe climática que la mayoría de mis amigos madrileños. Nací en un pueblo grande, Elche, cerca de Alicante, donde las temperaturas son muy templadas y apenas llueve durante todo el año, razón por la que en mi infancia empezaron a invadirnos los franceses, los ingleses, los belgas e incluso ‘bárbaros' más nórdicos para comprarse apartamentos y tomar el sol en bañadores sucintos. El resultado imprevisto es que ahora esa hermosa Costa Blanca tiene también el veneno pegajoso de una melamina urbanística, el gobierno y los ciudadanos sensibles han empezado la guerra contra la contaminación medio-ambiental y los turistas empiezan a trasladarse a zonas de un sur menos degradado, como Marruecos o el Mediterráneo turco. Pero vuelvo a mí. Como descendiente (al menos somático) de los bereberes norte-africanos que en el siglo VIII conquistaron mi tierra de origen, haciéndola una de las más arabizadas de la península durante casi siete siglos, sufro con resignación la sequía, el sol me oscurece la piel sin quemarla, y puedo subsistir largas horas a base de dátiles, aunque, ateo de todas las religiones, no sigo el Ramadán.

      Lo bueno es que también los hábitos vitales de mi región me preparan bien para lo que con más frecuencia, antes incluso de que se cumplan los oráculos de la EEA, se produce en España: las lluvias monzónicas. Siendo niño, y después de un verano agobiante pasado día y noche a la orilla del mar, mi ciudad se desbordaba, generalmente a fines de septiembre, con lo que los expertos llaman la gota fría, expresión que, bajo su apariencia verbal de tortura malaya, siempre me ha parecido esconder una lírica delicadeza. Ahora las gotas frías arrasan en pocas horas de lluvia intensa ciudades y pueblos muy diversos del país, y también, en varias ocasiones recientes, la mesetaria Madrid. Pero como se supone que somos un país seco y solar, las autoridades, quejosas de la sequía el resto del año, se dejan sorprender cada vez que diluvia y las calles se hacen ríos, las casas lagos, y la red de transporte público un océano de naves varadas. Bachelard de nuevo: "El agua nos lleva. El agua nos mece. El agua nos adormece". Me temo que el filósofo nunca imaginó que un día la peor la resaca sería la del biberón y las gotas de lluvia.

 

(Publicado en Libération el 11 de octubre de 2008)

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18 de agosto de 2009
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Libros recientes recomendados

En la nueva colección recopilatoria que Anagrama llama "Otra vuelta de tuerca" nos encontramos con viejos conocidos, y para mí, que llevaba años sin leerle, por lamentable falta de 'material' tras su muerte temprana, ha sido de nuevo excitante (y perturbador) leer de un tirón las casi 500 páginas de los relatos autobiográficos de Thomas Bernhard originalmente publicados por separado con sus títulos respectivos: 'El origen', 'El sótano', 'El aliento, 'El frío', 'Un niño', y ahora acompañados por un prólogo de su traductor, Miguel Sáenz.

Junto a este libro extenso, el más breve: los (cinco) 'Sonetos a Grete Gulbransson' de Rilke, en Visor: un regalo inesperado de otro autor que también creíamos conocer del todo.

Sigo siempre a Cees Noteboom, y su hermoso cuento largo 'En las montañas de Holanda' (Siruela) no decepciona. También me ha alegrado ver traducido un pequeño pero intenso relato memorial del joven marroquí Abdelá Taia, 'Una melancolía árabe' (Alberdania), que leí el año pasado cuando salió en francés, su lengua literaria.

Y luego está 'Chile in my mind', pues en el Chile de Allende sucede el originalísimo thriller político 'Las manos cortadas', de uno de los mejores novelistas jóvenes españoles, Luisgé Martín, y chileno es Carlos Franz, autor del magnífico libro de narraciones unitariamente noveladas 'La prisionera', publicado por Alfaguara en Chile a fines del año pasado y ahora llegado a mis manos.

Aunque quizá el mejor libro narrativo de los últimos seis meses no se puede leer, sino sólo ver. Se trata de 'Une semaine de bonté', el catálogo que Mapfre sacó con motivo de la exposición del conjunto de las páginas de ese extraordinario collage de Max Ernst, que, en uno de mis primeros blogs de El Boomeran(g), llamé "una de las más grandes novelas del siglo XX". 

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14 de agosto de 2009
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Antología francesa (2). La reina en carroza

Inesperadamente, al cumplir los 70 años, la reina de España ha sentido celos de los homosexuales. Cada verano, la fiesta del orgullo gay se celebra en Madrid de una manera espectacular: cientos de miles de gays y lesbianas toman las calles del centro de la ciudad en un desfile lleno de música, alegría ruidosa, ropa escasa y muchas capas de maquillaje. Esa cabalgata que cruza toda la Gran Vía se ha convertido en los últimos años en la más multitudinaria y vistosa de las que en Europa marcan el Día del Orgullo, y los numerosos niños que desfilan o simplemente asisten con sus padres (quizá sólo bisexuales), disfrutan especialmente de las carrozas engalanadas, más de 50 el pasado mes de junio. Pues bien: la reina Sofía acaba de decir en un libro presentado en España la semana pasada que, aun aceptando que se pueda dar la homosexualidad en los seres humanos, lo que ya no entiende es que se sientan orgullosos de serlo, y mucho menos que lo manifiesten: "¿Que se suban a una carroza y salgan en manifestaciones? Si todos los que no somos gays saliéramos en manifestación...colapsaríamos el tráfico". Esas palabras las dice la madre de tres hijos cuyas bodas han colapsado completamente en los últimos años las principales ciudades de España (Barcelona, Sevilla, Madrid) durante varios días. Claro que esos matrimonios de las infantas Elena y Cristina y del príncipe Felipe no eran con personas de su mismo sexo (la reina Sofía también está en contra del matrimonio gay aprobado por el parlamento español), aunque no se puede ocultar el hecho de que Cristina se casó con un jugador de balonmano y Felipe con una locutora de televisión divorciada. Todos debidamente heterosexuales, mientras no se demuestre lo contrario.

    Ya se sabe que a las cabezas coronadas les gusta mucho manifestarse en carroza, no sólo en los días de boda: la reina de Inglaterra tiene una colección de carruajes casi tan grande como la de sus bolsos de mano. La reina Sofía, que tuvo que interrumpir la práctica de la solemne manifestación regia cuando en su país natal, Grecia, derrocaron a la monarquía, tuvo la suerte de casarse con un príncipe que acabó siendo rey, por la gracia del General Franco, y desde entonces Don Juan Carlos y Doña Sofía se manifiestan siempre que pueden por las calles de todo el reino en hermosos coches tirados por caballos de raza.

   Tenida siempre por una mujer discreta, culta y prudente, el estupor ha sido general por las declaraciones de la reina a la periodista del Opus Dei Pilar Urbano, con la que mantiene buena relación desde antiguo; éste es el segundo libro que hacen juntas, y Urbano asegura que el texto fue revisado y aprobado por la Casa Real antes de su publicación. ‘La Reina muy de cerca' (ése es el título del libro, un éxito de ventas instantáneo) contiene opiniones ofensivas para una gran parte de la población española, no sólo los homosexuales. Doña Sofía está en contra del aborto, en un momento en que el gobierno de Zapatero prepara una ampliación de la ley ya existente, insiste en que a los niños se les obligue a estudiar religión en las escuelas (¿para que no se desvíen sexualmente?), y habla del origen de la vida ignorando, ella que es tan lectora, las obras de Darwin. Si las ideas privadas de esta mujer  -cuyo deber constitucional es no expresarlas en público-  son así de retrógradas y de pueriles, la idea de una monarquía ilustrada que teníamos tantos españoles no monárquicos ha de ser seriamente revisada. Lo único en lo que se muestra ‘sostenible' Sofía será quizá lo que más irrite a los tradicionalistas: a la reina no le gusta el deporte nacional, las corridas de toros.  

   Ha sido muy cobarde la reacción del gobierno de Zapatero, eludiendo con palabras huecas los desafíos directos a la política gubernamental en materia social expresados por una persona que no puede votar ni, por supuesto, mandar. Y lo que dice la reina de Hassan II de Marruecos y de su hijo, el actual rey Mohamed VI, es, cuanto menos, de una clamorosa falta de tacto diplomático. La imprudencia, la ignorancia y la frivolidad mostradas son tales que muchos españoles nos hemos acordado del dictador de Venezuela. Hace ahora exactamente un año, en la Cumbre Iberoamericana, Don Juan Carlos, en un rasgo de humor borbónico, interrumpió la verborrea pseudo-populista de Hugo Chávez con una frase que recorrió el mundo: "¿Por qué no te callas?". Lástima que el rey no se la haya dicho a la reina en la intimidad de palacio.

 

(Publicado en Libération el 8 de noviembre de 2008)

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11 de agosto de 2009
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Antología francesa (1)

He seleccionado cuatro artículos entre los que escribo mensualmente desde octubre del 2007 en el diario francés ‘Libération' bajo el epígrafe ‘Carta de Madrid'. Los textos, miradas personales a la ‘cosa pública' española no estrictamente política, están escritos originalmente en castellano, siendo después traducidos (con mi colaboración) por Claude Bleton, que fue precisamente mi primer traductor literario al francés. Mantengo de este modo el contacto con mis lectores  -y ya amigos- del blog durante el mes de agosto, recuperando además unos textos que a veces aparecieron en el periódico con pequeños cortes o cambios idiomáticos consentidos.

 

 ‘Tapas'  y  ‘esferas'

He recordado en estos días de grandes guerras entre los grandes chefs españoles una visita de Susan Sontag a Madrid con motivo de la presentación de su novela ‘El amante del volcán' (‘The Volcano Lover'). La editorial nos invitó a comer a la novelista y a sus tres presentadores (Saramago, Goytisolo y yo mismo) en uno de los restaurantes más afamados de lo que yo llamaría ‘nouvelle cuisine' hispanizante. Sontag comió las minúsculas pero sofisticadas porciones con gran apetito, algo que nunca perdió hasta los meses finales que precedieron a su muerte, pero por la tarde, acabados los actos -digamos- oficiales, me propuso un plan privado: ir a ver el film ‘Lamerica' de Gianni Amelio en un cine cercano a la Gran Vía y darnos a la salida un banquete de ‘tapas', lo que más le gustaba de la cocina española. Estando, lo recuerdo, en uno de los más grasientos mesones cercanos a la Puerta del Sol, un admirador la reconoció, y se quedó atónito: Susan estaba en ese momento, después de haber compartido conmigo un plato de oreja de cerdo y una ración muy picante de ‘patatas bravas', degustando nada menos que un ‘zarajo', que es, incluso para los nativos, un compuesto alimenticio difícil de tragar: tiene forma de trenza blanca y se hace con vísceras animales muy recónditas. Aunque no lo dijo, el lector de Sontag pareció decepcionado de que tan exquisita escritora tuviera en la boca no un trozo de langosta sino un liado de tripas de cordero.

     Antes de conocer a Susan Sontag yo ya era amante de las ‘tapas' más recias de nuestra cocina tradicional, y quizá por eso nunca he tenido un paladar de gourmet. Pero aun así sigo con interés la pelea provocada por un libro (‘La cocina al desnudo') y unas declaraciones posteriores muy explosivas de Santi Santamaría, el chef que regenta uno de los restaurantes más célebres de Cataluña, Can Fabes, y tiene muchas estrellas Michelin concedidas a lo largo de su carrera culinaria. Las víctimas principales de su acometida han sido el vasco Arzak y el también catalán Ferran Adrià, colegas no menos distinguidos en el ranking de la Guide Michelin. Algunos observadores especializados (yo no lo soy, como digo, dada mi lamentable inclinación a la grasa) han insinuado que la polémica suscitada es de raíz envidiosa; Santamaría tiene celos del éxito creciente del restaurante de Arzak en San Sebastián y, sobre todo, de El Bulli de Adrià, donde la lista de espera para conseguir mesa es de varios años, y los precios de varios dígitos.

    La contienda pública en televisiones y periódicos entre estos grandes chefs y sus respectivos partidarios ha tenido sin embargo un componente esencial de misterio, algo quizá lógico tratándose de eximios alquimistas de la comida. Santamaría denunció que Adrià en particular usa excesivamente aditivos y sazonadores en su cocina, abusando sobre todo de una sustancia vegetal llamada metilcelulosa, con la que logra esas asombrosas ‘esferificaciones' de una patata o sus calamares ‘gelificados'. ¿Uso ilegal? Santamaría no llega a tanto: "Yo no digo que son tóxicos, digo que tienen consecuencias indeseables". También ha propuesto que sus rivales especifiquen en el menú de sus restaurantes los ingredientes de cada plato, algo que en algún país europeo, como Alemania, es obligatorio, pero que, yo mismo lo reconozco desde mi rústica grosería, le quitaría la poesía del ‘fantastique' a las obras de la imaginación servidas en El Bulli (Adrià tuvo su propia sala de exposición en la última Documenta de Kassel). He comido tres veces en el local de Arzak, que además de artista es un hombre muy simpático, y nunca pude evitar la sensación de que en cada bocado estaba destrozando con mis dientes una ‘instalación' conceptual.

    La guerra de los chefs ha coincidido con la explosión de la crisis, que eso sí que es un asunto de interés nacional y alcance universal. Mientras el número de parados asciende cada semana alarmantemente y hasta el siempre optimista Zapatero reconoce que en nuestra economía se ha acabado el periodo de las ‘vacas gordas', la inmensa mayoría de españoles que nunca comerá ni en Can Fabes ni en El Bulli observa la disputa como una batalla de salón para los ‘happy few'. Los ‘unhappy many' podrán siempre consolarse alimentándose de tapas cocinadas sin espesantes secretos.

 

(Aparecido en francés en Libération el 5 de julio de 2008)

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4 de agosto de 2009
Blogs de autor

El pintor de palabras

No ha habido en la historia de la pintura un artista menos literario que Matisse, y para comprobarlo basta con visitar la excelente exposición que sigue abierta todo este verano en el Museo Thyssen de Madrid (con horario tardío de cierre que los noctámbulos agradecemos). En Matisse no hay ‘programas' temáticos, ni circunstancia, ni historia, ni siquiera personajes, pese a las muchas figuras que él pinta. Matisse es el gran veneciano del siglo XX. Liberado de las obligaciones mitológicas o sagradas o retratísticas que un Veronese aún tenía en el siglo XVI, el francés se dio toda su larga vida a la experimentación de las esencias de su arte: la pura forma, el color, la sensualidad, animadas por el instinto constante de lo jubiloso.

   Pero unos pocos días después de ver esa exposición cayó en mis manos un reciente libro titulado ‘Y además sabían pintar. Desde Dostoiesvski y Proust hasta García Lorca y Sylvia Plath' (Maeva Ediciones). De aspecto, el libro parece, por su gran formato, por su poco texto, por sus lujosas ilustraciones en color, lo que los ingleses llaman "coffee-table book", pero la obra, que firma Donald Friedman, es algo más que un recuento de los escritores que, además de ser creadores de palabras, han sentido la inclinación de la imagen pictórica. La antología de Friedman es amplia y muy completa (aunque no exhaustiva), y el lector perdonará la inclusión de algunos pintamonas como Dario Fo, que ni siquiera es un notable escritor, pese al Nobel, o de los cuadros de Tennessee Williams, que no están a la altura de la obra de este maravilloso dramaturgo. A cambio de esos y algún otro desliz más, el lector puede repasar la importancia de artistas que admiramos sobre todo por su palabra pero concibieron su actividad sin diferenciar la plástica de la poética verbal. Así fueron Cocteau, William Blake, Artaud y nuestro Rafael Alberti, e incluso García Lorca, cuyos extraordinarios dibujos cada vez son mejor comprendidos en el conjunto de su universo propio.

   Y luego están las sorpresas, abundantes. Para mí lo ha sido descubrir la actividad pictórica (un poco en el estilo de Caspar David Friedrich) del gran novelista austriaco Adelbert Stifter (que ya va siendo, aunque tardíamente, traducido en España), saber que Nabokov no sólo coleccionaba las mariposas que cazaba, sino que las dibujaba primorosamente a lápiz, o comprobar que Carlo Levi, Joseph Conrad y e. e. cummings tenían tan buena mano con el pincel como con la pluma. Echo en falta la inclusión de Juan Benet, cuyos ‘collages' irracionalistas y marinas bélicas podrían figurar con más honra en el  libro que los óleos de Aldous Huxley o las litografías de Günter Grass.

    En su epílogo, John Updike, que también pintaba, aunque no pasará por ello a la historia, dice que "poner manchas negras sobre papel blanco es común de escritores y pintores". Y es verdad que un cierto ‘horror vacui' es compartido por todos los artistas, escritores, pintores, músicos, escultores. Buena parte de los novelistas y poetas recogidos en este libro gozaban tanto pintando como escribiendo, aunque la gran mayoría tenía a la pintura como el escape o reposo de la literatura. Justo lo contrario de lo que siempre hizo Matisse.  

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31 de julio de 2009
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