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Escrito por

Vicente Luis Mora

Vicente Luis Mora (Córdoba, España, 1970), es Doctor en Literatura Española Contemporánea y licenciado en Derecho. Ha trabajado como gestor cultural y profesor universitario. Estudioso de las relaciones entre literatura, imagen y tecnología, hasta el momento ha publicado la novela Alba Cromm (Seix Barral, 2010), el libro de relatos Subterráneos (DVD, 2006), y la novela en marcha Circular 07. Las afueras (Berenice, 2007). También ha publicado Quimera 322 (2010), inclasificable proyecto sobre la falsificación literaria desde la teoría y la práctica, a través de 22 seudónimos, que apareció como nº 322 de la revista Quimera. Como poeta, cuenta con los poemarios Texto refundido de la ley del sueño (Córdoba, 1999), Mester de cibervía (Pre-Textos, 2000), Nova (Pre-Textos, 2003), Autobiografía. Novela de terror (Universidad de Sevilla, 2003), Construcción (Pre-Textos, 2005) y Tiempo (Pre-Textos, 2009). Ha publicado los ensayos Singularidades. Ética y poética de la literatura española actual (Bartleby, 2006), Pangea. Internet, blogs y comunicación en un mundo nuevo (Fundación José Manuel Lara, 2006); La luz nueva. Singularidades de la narrativa española actual (Berenice, 2007) y El lectoespectador. Deslizamientos entre narrativa e imagen (Seix Barral, 2012). La parte de narrativa de su tesis doctoral, galardonada con premio extraordinario de Doctorado, aparecerá próximamente en la Universidad de Valladolid en una versión breve y actualizada bajo el título de La literatura egódica. El sujeto narrativo a través del espejo.  Ejerce la crítica literaria y cultural en su blog Diario de Lecturas (I Premio Revista de Letras al Mejor Blog Nacional de Crítica Literaria), y en revistas como Ínsula, Quimera, Clarín o Mercurio. Ha recibido los premios Andalucía Joven de Narrativa, Arcipreste de Hita de Poesía, y el I Premio Málaga de Ensayo por su libro Pasadizos. Espacios simbólicos entre arte y literatura (Páginas de Espuma, 2008).   Copyright de la foto: Racso Morejón

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22. Heidegger: el filósofo no del ente, sino del "entre"

 

"Quizá no precisamos

licores siderales

tanto como explorar el espacio del entre"

J. Riechmann, Poesía desabrigada

 

"la membrana

de la oscuridad que siempre se halla 

interpuesta

entre dos superficies al cerrarse."

Robert Bringhurst, Hachadura

 

"No hay que elegir entre lo que vemos (con su consecuencia excluyente en un discurso que lo fija, a saber la tautología) y lo que nos mira (con su influencia excluyente en el discurso que lo fija, a saber la creencia). Hay que inquietarse por el entre y sólo por él."

G. Didi Huberman[1]

 

Y ese "entre" es la "historia"

Arturo Leyte, Heidegger

 

La importancia de Heidegger, el libro de Arturo Leyte (Alianza, 2005) como introducción a la obra heideggeriana, que puede completarse con este artículo, no viene dada sólo por sus muchos valores, sino por su militancia. En este sentido hay que entender por militancia la depuración del estilo hasta unos límites desconocidos hasta ahora, actitud confrontada a la "capilla" de "oscuros" que hasta ahora sólo añadían esoterismo y oscuridades a la obra de Heidegger. Leyte se opone a la presunta inaccesibilidad de la obra del filósofo, favorecida por esa escolástica hermética, que creaba así un interesado círculo de iniciados en torno al autor de Ser y tiempo. Eso sí: el esfuerzo depurativo de Leyte queda lejos de cualquier reduccionismo, de cualquier falsificación y de cualquier restricción de rigor; su objetivo es demostrar que Heidegger es difícil, pero no complicado. Esto es, que su filosofía está constituida por una serie de elementos, perfectamente definibles, cuya exégesis es dura, pero no por un conglomerado confuso de planes o mapas metafísicos, por cuyos caminos de bosque es imposible orientarse. El resultado, este Heidegger, no es un libro, por tanto, enciclopédico ni historiográfico, sino un intento radical de clarificación, de llegar a la almendra del pensamiento del filósofo, mediante una preparación o presentación de la lectura, puesto que se deja muy claro desde el principio que la lectura de la obra de Heidegger es condición indispensable para entenderlo y apreciarlo. Como lector no especialista, además, agradezco (y creo que esto lo suscribirían muchos) la facilitación de la lectura a través de la supresión de la jerga habitual de los libros sobre Heidegger, donde aparece un nuevo idioma, el germañol, mezcla de expresiones españolas y alemanas, y continuas interferencias sobre los problemas de traducción, que vencen el ánimo del lector más voluntarioso. En algunos casos, con no poca ironía, llega a señalar Leyte que el no conocimiento del alemán puede incluso facilitar (p. 46) el acceso al auténtico sentido de ciertas expresiones, ya que la inevitable asociación con ciertas palabras alemanas en su sentido común desnaturaliza, en parte, el mensaje heideggeriano.

 

La estructura del libro de Leyte, dividida en tres partes, tiene dos objetivos, acumulativos: primero, ordenar, que no sistematizar, cronológicamente, el pensamiento de Heidegger y, con ello, desestimar o desactivar la tradicional y errónea clasificación en "dos" Heidegger, dos tramos diferentes de pensamiento separados por una Kehre o giro brutal de su filosofar. No es este el único malentendido que Leyte se propone despejar; también intenta desmantelar la idea, comúnmente extendida, de Heidegger como "el gran filósofo del ser". A su juicio, la originalidad e importancia del filósofo de Messkirch (Baden) viene de plantear una gigantesca contratesis sobre el ser. Esa contratesis consistiría en que, a diferencia de la idea tradicional, por la cual la Filosofía intentaba siempre exponer la cuestión del Ser desde una "exposición predicativa", intentando especificar las propiedades, predicados y atribuciones del ser. Heidegger considera que lo esencial sería, más bien, incidir en que el ser es  (en 2007 publica Leyte un artículo sobre este asunto, llamado precisamente "El paso imposible del sujeto al predicado"). Para Heidegger, los grandes filósofos (en concreto, Parménides, Aristóteles, Platón, Kant), lo que habían dicho es algo negativo, desmontando la incongruencia de toda exposición, el fracaso del decir. Heidegger, según Leyte, reiteraría la certidumbre de ese fracaso, pero haciéndolo expreso: como diciendo "vamos a partir de algo de lo que se pueda hablar" (la cuestión del Ser en relación del hombre, vgr.), y en ese punto de partida (que es para Heidegger el Dasein) demostrara que, en realidad, lo que se revela es que ese lugar, ese punto de partida, no es tal lugar, ni ese ente es tal ente, y que el Dasein no puede identificarse con el hombre o con un hombre concreto, sino más bien es un no-lugar (no en el sentido de Augé, desde luego, sino como algo que es contrario a la idea de lugar, a la posibilidad de lugar), algo identificable con una intercesión, con una escisión, con una fisura, con una grieta. Hay algo que está ahí, y en el momento en que queremos decir algo, pronunciarlo, estamos -constitutivamente- fracasando. Ahí permanece la pregunta, pero se queda como Nada y, por ser nada, no puede ser un lugar, sino un entre[2]. Conclusión, si he entendido bien a Leyte: el Dasein no es radicalmente distinto del Sein, porque ni el Sein es totalmente abstracto, ni el Dasein es en puridad concreto o concretable: "tal vez no haya una distancia tan fuerte entre Da y ser o incluso puede que los dos términos no dejen de referirse a lo mismo" (p. 45). Y esa grieta o esa Nada es precisamente la Metafísica, puesto que ésta, si es algo, es permanente ambigüedad, esa relativa diferencia ínsita del ser.

 

Para ello, insiste Leyte varias veces a lo largo del libro, lo importante es darse cuenta de que Heidegger reproduce en su pensar la historia misma de la filosofía y que su observación de la Metafísica, su "ontología trascendental" es una larga y sostenida mirada atrás, reconstruyendo el camino de su fundación (epistemológica) con Aristóteles, su desarrollo y su muerte "a manos" de Nietzsche. De este modo Leyte nos presenta un Heidegger que, como el ángel de la Historia de Benjamin, camina de espaldas, en dirección a esa "idea de futuro" que presidía su obra, pero mirando atentamente el camino recorrido por sus predecesores, que era, a su vez, el que deseaba transitar en su "trayecto".

 

De ahí que, en un proceso lógico y que no supone ningún giro ni esotérica Kehre, acabe llegando Heidegger al arte. En el razonamiento de Leyte, el arte sería la posibilidad de revelar o interpretar esa nada, esa interferencia, ese entre de la cosa, algo perfectamente compatible con la idea de Mundo no como concepto que une una cosa y otra cosa y otra cosa, sino "entendido como esa y que une y separa, como esa diferencia que no cabe en ningún concepto" (p. 18; dos años más tarde escribirá Leyte en un artículo que "la filosofía, la hermenéutica, siempre tuvo que ver con este suspenderse, con este quedarse en medio, entre"[3]). La diferencia interna de una cosa como cosa es lo que revela el arte, según Heidegger. La metafísica dice lo que no vemos de la cosa, sin lo cual no se entiende, porque sin ello no tendría siquiera apariencia. Aquí se enlaza con la concepción de lo "no pensado", esencial en Ser y tiempo, a juicio de Leyte. El arte como metafísica revela que a la cosa le es inherente su aparición, pero también, e inherentemente, su no aparición. Así, en Heidegger "el arte no constituye una ontología regional o particular, aquella que trate de determinados fenómenos, sino el ámbito mismo donde tiene sentido plantearse originalmente la cuestión de la cosa (...) el más  que acompaña a la obra de arte [frente al resto de cosas] es justamente esa nada no detectable (...) vinculada al ser" (p. 263). En última instancia, el concepto clave de la filosofía heideggeriana, la Finitud, sería la diferencia interna de la cosa entre su aparecer y lo inherente no visible. Como resume Leyte, ni el arte, ni los griegos, ni la poesía de Hölderlin, son "temas" del pensar, sino que "por filosofía sólo cabe entender entonces una meditación no sólo sobre ellas -y esto es cuestión fundamental-, sino a partir de ellas" (p. 16).

 

De esta manera, vemos que el pensamiento de Heidegger, como expone con brillantez Leyte, no es un conjunto de ideas sobre el Ser, ni un tratado de lecturas ontológicas, sino un "trayecto" que explora su propia búsqueda, y que tiene un sentido (ese sentido) desde el principio al final. Que Ser y tiempo quedase inconcluso como Libro no quiere decir que sea incompleto como "proyecto", pues ese proyecto de pensamiento siguió adelante, y la prueba más evidente, a juicio de Leyte, es el modo en que el filósofo retomó en la Carta sobre el humanismo los conceptos esenciales (la existencia, entre otros) de Ser y tiempo. El proyecto surge, precisamente, con el reconocimiento, tras el fracaso de la escritura de Ser y tiempo, de dar forma al Dasein. De modo que, según la brillante apertura de la obra de Leyte, "la idea general que rige este libro es que no hay una filosofía de Heidegger que quepa articular en un conjunto de tesis. En definitiva, que no hay tesis, de lo que deriva la imposibilidad de presentar determinados contenidos como una doctrina" (p. 9). Y que un Heidegger "orgánico" es tan peligroso y falso como un "Heidegger reducido a frases" (p. 11), algo muy en boga en cierta hermenéutica, cierta filosofía reciente, y no digamos en cierta crítica literaria y ciertos escritos de estética contemporánea, que intentan, mediante la irrupción extemporánea de citas de Heidegger, adquirir una pátina de brillantez y profundidad intelectual. Algo de eso aparece citado en la página 41, como parte del "malentendido Heidegger", pero no se imagina hasta qué punto esa tesis palabrista se ha extendido, como un tumor, por la crítica literaria y hermenéutica más reciente. Pero lo mejor es dejarle la palabra al autor, y que su preparación a la lectura de Heidegger nos ilumine por sí misma.


[1] Georges Didi-Huberman, Lo que vemos, lo que nos mira; Manantial, Buenos Aires, 2011, p. 47.

[2] "Entre las cosas no designa una relación localizable que va de la una a la otra y recíprocamente, sino una dirección perpendibular, un movimiento transversal que arrastra a la una y a la otra, arroyo sin principio ni fin que socava las dos orillas y adquiere velocidad en el medio"; Deleuze y Guattari, Rizoma. Introducción; op. cit., p. 57.

[3] Arturo Leyte, "El paso imposible del sujeto al predicado" (2007), El paso imposible; Plaza & Valdés, Madrid, 2013, p. 52.

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19 de junio de 2015
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Series: no literatura, sino storytelling

 Estos días mi blog "Diario de Lecturas" cumple 10 años. Nunca pensé al abrirlo en 2005 que llegase a ser una parte tan importante de mi trabajo y de mi vida. Para celebrarlo (pues me ha dado muchísimas alegrías) publicaré varios post largos y controvertidos a lo largo del año, y no descarto alguna sorpresa. Os doy las gracias de corazón a quienes habéis leído las entradas, que tanto trabajo me cuestan. Comienzo con un post que va a ser impopular, creo, desarrollando una conferencia reciente donde cuestionaba la consideración literaria o artística de las series de televisión, sugiriendo algunas explicaciones sobre su extraño auge actual que van más por lo económico que por lo artístico... Preveo que habrá un interesante debate donde se desatarán las furias seriófilas. Lo siento, pero debo las cosas como las pienso, a ello debo el poco prestigio que tengo. Enlace:

http://vicenteluismora.blogspot.com.es/2015/06/por-que-llamar-las-series-arte-cuando.html

 

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13 de junio de 2015
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23. Encarar a los tuyos

De la misma forma que el espejo, como recordaba el neurocientífico Francisco Mora y citábamos en La literatura egódica, nos acostumbra varias veces al día a nuestro aspecto, evitándonos la áspera sensación de vernos envejecer de golpe, las redes sociales están permitiendo que nos acostumbremos de forma gradual e imperceptible al crecimiento o envejecimiento de las personas de nuestro entorno próximo. Las continuas fotos -propias o ajenas- que comparten nuestros amigos y contactos testimonian sus minúsculos cambios faciales, sus pérdidas o ganancias de peso, sus cambios de peinado, sus decoloraciones o alopecias, sus diminutas variaciones expresivas. Cuando me fui a vivir al extranjero y transcurrían los meses sin ver a mis amigos, al regresar les notaba muy distintos: multitud de pequeñas diferencias, casi inapreciables, creaban la impresión de una mutación en ellos, como si un primo o un mellizo hubieran usurpado su personalidad. Poco a poco esos amigos fueron abriéndose perfiles en la red, y subieron fotos de sí mismos y de otros amigos comunes; ver esas imágenes de pronto era como estar (visualmente al menos) allí con ellos, compartiendo sus microevoluciones faciales, las leves alteraciones de su rostro, su modo de encarar o arrostrar el tiempo.

 

            Por ese motivo, cuando me reencontraba con ellos algo sucedía que era nuevo por completo, y es que una frase típica de los anteriores reencuentros había desaparecido, había dejado de pronunciarse: esa de cómo has cambiado.

 

            Observar vuestra imagen, casi igual pero algo distinta cada vez, va actualizando vuestro perfil en mi memoria, haciendo vuestro yo de hoy indistinguible de los pasados, porque no hay transición ni cambio, sino deslizamiento paulatino entre etapas.

 

            Acostumbrados a la percepción constante de las variaciones minúsculas, inmersos en este presente continuo en el que nada cambia, crecemos y envejecemos pensando que somos siempre los mismos.

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20 de mayo de 2015
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24. Lo que Internet nos quita

Todos sabemos lo que la red nos da. Respecto a lo que nos quita, dan materia pensable estos dos párrafos de Groys y Dennett, que se explican por sí mismos:

"¿Por qué? Porque se supone que todos nos ocupamos de hacer nuestras propias reservas por Internet. Así que me paso horas y horas tratando de concretarlo. Otro ejemplo: muchas veces tengo que mandar por correo paquetes pequeños. Y, dadas las modalidades actuales, tengo que determinar yo mismo cuál es el tamaño, el peso, utilizar un programa informático para ver cuánto tengo que pagar, ir a ese lugar y pagar. En realidad, todo es más engorroso en la sociedad del ‘hazlo tú mismo'. Si comparo todo esto con lo que le ocurría a Leon Tolstoi, que vivía en el siglo XIX, o a Jean-Paul Sartre, que vivía en París, una ciudad que a mediados del siglo XX seguía estructurada como en el siglo XIX... Hoy por hoy simplemente no hay posibilidad de tener el tiempo, la energía y la concentración para escribir una obra como La guerra y la paz. La gente pierde mucho tiempo haciendo las cosas de la vida cotidiana. Nada de lo público funciona por sí solo: se supone que en esta sociedad uno tiene que saber hacerlo todo. Es el lado oscuro del narcisismo, de la privatización. Un proceso que deja al sujeto viéndoselas solo con los problemas de la vida cotidiana. Se supone que uno tiene que aprender todo, que será buen cocinero, se ocupará de su físico, de sus trámites, y siempre estará haciendo algo. Es una característica de nuestro tiempo: la vida cotidiana se ralentiza. El resultado es que hay menos tiempo para dedicarse a trabajar en lo propio. No tenemos tiempo para trabajar porque ocupamos demasiado tiempo en resolver las calamidades de las que se tendrían que ocupar otros.". Boris Groys en La Nación.

 

"‘Internet se vendrá abajo y cuando lo haga viviremos oleadas de pánico mundial. Nuestra única posibilidad es sobrevivir a las primeras 48 horas. Para eso hemos de construir -si se me permite la analogía- un bote salvavidas'. Los botes salvavidas son, según Dennett, el antiguo tejido social de organizaciones de todo tipo y pelaje que se han visto (casi) aniquilados con la llegada de Internet. ‘Algunas tecnologías nos han hecho dependientes e Internet es el máximo ejemplo de ello: todo depende de la red. ¿Qué pasaría si se viniera abajo? No puedo hablar por España pero en Estados Unidos todo se iría a pique en cuestión de horas. Imagínate: te levantas y la tele no funciona. Obviamente no tienes línea en el móvil. No te atreves a coger el coche porque no sabes si ese va a ser tu último depósito de gasolina y los únicos que se han preparado para ello son todos esos chalados que construyen bunkers y almacenan armas. ¿De verdad queremos que ellos sean nuestra última esperanza?'. Dennett, famoso por sus teorías sobre la conciencia y la evolución, y considerado como uno de los grandes teóricos del ateísmo, no mantiene -según explica a este diario- un tono alarmista, y tampoco quiere ser acusado de catastrofista: ‘Lo que digo no tiene nada de apocalíptico, puedes hablar con cualquier experto y te dirá lo mismo que yo, que es cuestión de tiempo que la red caiga. Lo único que digo es que deberíamos prepararnos: antes solía haber clubes sociales, congregaciones, iglesias, etcétera. Todo eso ha desaparecido o va a desaparecer. Si tuviéramos otra red humana a punto... Si supieras que puedes confiar en alguien, en tu vecino, en tu grupo de amigos, porque habéis previsto la situación, ¿no estarías más tranquilo?'" Daniel Dennett según Toni García en El País.

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12 de mayo de 2015
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25. Relato cruzado de Benet , González Sainz y Sánchez Ferlosio

 Primera voz

 

            1. Entonces, si el caminante acierta a fijar un momento su atención -se levanta algo de polvo que va cubriendo también de blanco poco a poco las matas de hierba del arcén-, puede escuchar el murmullo de las hojas agitadas por el viento, el susurro del juego enigmático y recóndito por el que intercambian impenetrable e impávidamente sus posiciones los haces y los enveses de las hojas igual que si la intercambiabilidad fuese una ley y no sólo una ligereza del pecíolo, una versatilidad del rabillo de las hojas mientras el viento nos pesa y la plata no retorna a su reverso como si nunca hubiera desafiado en su innumerable fulgor pequeño al sol que la hacía relucir. 2. Es cierto, el viajero que saliendo de Región pretende llegar a su sierra siguiendo el antiguo camino real -porque el moderno dejó de serlo- se ve obligado a atravesar un pequeño y elevado desierto que parecen interminable. (...) A medida que el camino se ondula y encrespa el paisaje cambia: al monte bajo suceden esas praderas amplias (por donde se dice que pasta una raza salvaje de caballos enanos) de peligroso aspecto, erizadas y atravesadas por las crestas azuladas y fétidas de la caliza carbonífera, semejantes al espinazo de un monstruo cuaternario que deja transcurrir su letargo con la cabeza hundida en el pantano.

 

            3. De vez en cuando lanzaba una mirada hacia delante, no tanto aún para ver cuánto faltaba como, según mi intención por lo menos, para apreciar y contemplar el panorama del camino. (...) Pero ninguna de las muchas veces que había dirigido la mirada hacia delante había advertido sin embargo la presencia de un hombre mayor, un anciano enjuto y de baja estatura, que caminaba delante de mí a una distancia en realidad no tan grande como para que me hubiera pasado desapercibido hasta entonces. (...) Me le acercaba cada vez más, de que el sencillo movimiento de aproximación empezó a antojárseme también como algo extraño, como algo peliagudo y oscuro, comercial además, cuya naturalidad mera asimismo del todo inescrutable. Era como si desde el primer momento hubiera sido evidente que tenía que alcanzarle, como si hubiera sido incuestionable, pero también que, desde ese mismo momento, desde ese mismo primer momento remoto y elemental, fuese asimismo seguro que no podría adelantarle jamás.

 

Segunda voz

            4. Hace ya muchos años, yendo yo por los campos y dehesas que desde la carretera de Piedralaves hacia Pedro Bernardo y Arenas de San Pedro van bajando, ondulantes, hacia la orilla derecha del Tiétar, vi que me seguía, como a unos 10 o 12 metros de distancia, sin tratar de alcanzarme, un perro grande, un mastín, que arrastraba un trozo de cuerda que traía atado al cuello. Era, evidentemente, un perro ahorcado, que con su peso había roto la cuerda y había salvado la vida. ¿Qué vida? Aquel andar tan cansado, con la cabeza baja, aquellos ojos tristes y como entrevelados, ¿podían ser todavía la vida? La confianza en que aún alguien en el mundo lo acogiese la traía ya tan disminuida que se me fue quedando lentamente atrás hasta perderme de vista.

 

 

Primera Voz

            5. ...mientras se piensa como yo ahora iba pensando, con la mirada gacha puesta todavía o más bien quizá ya definitivamente en el polvo del camino (...) Y que, ni siquiera ahora que estaba a punto de llegar a la orilla, a una orilla que tal vez tampoco veía más que en abstracto aunque levantara la vista de la tierra batida del camino, lograba atender y ver en sus justos términos de la misma forma que no había visto ni atendido antes, durante todo el recorrido, al anciano que caminaba todo el rato delante de mí.

 

 

 

*

 

[Origen de los fragmentos:

1. J. A. González Sainz, El viento en las hojas; Anagrama, Barcelona, 2014, p. 97.

2. Juan Benet, Volverás a Región; Bibliotex, Madrid, 2001, pp. 11-12.

3. J. A. González Sainz, El viento en las hojas; Anagrama, Barcelona, 2014, pp. 100-104.

4. Rafael Sánchez Ferlosio, Campo de retamas. Pecios reunidos; Random House, Barcelona, 2015, p. 38.

5. J. A. González Sainz, El viento en las hojas; Anagrama, Barcelona, 2014, p. 113.]

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4 de mayo de 2015
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26. Notas sobre la narrativa transmedia

Algunas cosas que se me han ocurrido al hilo de la jornada de ayer en el Seminario de Narrativas Transmediales de la Universidad de Granada (‪#‎TransmediaUGR‬):

1. El proyecto transmedia debe idearse como tal desde el principio, porque el tipo de historia que cuenta es diferente a los convencionales.

2. Un proyecto "devenido" transmedia es tan raro y poco creíble como una crónica "devenida" novela o un artículo de prensa "devenido" poema.

3. Mientras que en la narrativa convencional la complejidad es un factor posible, en la transmedia es un desiderátum, es irrenunciable.

4. Con independencia de su tamaño, el "libro" o "biblia" que resume toda la narrativa del transmedia es el texto más importante del mismo.

5. Transmedia "it's not about the tools, it's about the story" (Simon Sticker).

6. Hay que distinguir los transmedia "povera" o transmedia cartoneros, hechos por un solo autor, de los colectivos y de los industriales.

7. Llamo transmedia povera o artesanal al realizado con los medios al alcance de un escritor normal, sin esmero gráfico ni dominio de la informática.

8. El transmedia es colectivo en la mayoría de los casos debido a su complejidad. Distinguiremos transmedia indie y transmedia mainstream.

9. El transmedia colectivo indie supone un conjunto de creadores independientes trabajando unidos en una narrativa transmedial común.

10. El transmedia mainstream supone un conjunto de personas contratadas por una gran empresa para desarrollar una narrativa transmedial.

11. El transmedia povera es un género literario más. Su efectividad y alcance dependerán del talento del escritor que lo utilice.

12. Utilizar de diferentes modos un soporte no implica transmediación. Contar una historia a través de Twitter y Facebook no es transmedia.

13. Si la transmedialidad supone contar una historia a través de diversos soportes sin repetirla en cada uno, Internet cuenta como un solo soporte.

14. Contar una historia por otro medio no es transmedia, sino remediación; el transmedia es contar una historia a través de distintos medios.

15. El transmedia, como explicaron Campalans, Renó y Gosciola, no es estrategia ni una estructura, sino un lenguaje.

16. La transtextualidad genettiana es útil para explicar las relaciones de complejidad entre partes de un relato o de relatos en un mismo medio.

17. Pero la teoría transmedial de Jenkins es más adecuada para explicar la complejidad del proyecto narrativo global.

18. El relato transmedia, ante la contracción del mercado editorial, será una vía natural de expresión literaria... y de obras no literarias.

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30 de abril de 2015
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27. Contra lo "bonito"

Siempre he pensado que "lo bonito" es el grado cero del aprecio y la forma menor y menos provechosa de lo estético.

Lo explica muy bien Chantal Maillard:

 

 

[Chantal Maillard, Contra el arte y otras imposturas; Pre-Textos, Valencia, 2009, p. 73] 

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12 de abril de 2015
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28. Algunas lecturas

He pasado un buen rato leyendo los relatos delirantes de Alekséi N. Apujtin, Porfiri P. Infántiev, Veleri Y. Briúsov y Serguéi R. Mintslov incluidos en Pioneros de la ciencia ficción rusa (selección y traducción de Alberto Pérez Vivas, Alba, Madrid, 2013). En rigor son de ciencia ficción los últimos cuatro relatos, pues el primero, de Apujtin, "Entre la vida y la muerte" aborda un conocido motivo de la literatura fantástica. En algún momento se desliza algún delicioso error chauvinista, como cuando los prisioneros de los extraterrestres en medio de África descritos por Briúsov se fugan de su reclusión para buscar "vodka" (p. 211), cuyo hallazgo en las proximidades de las cataratas Victoria debía ser algo, en efecto, de ciencia ficción. Los aficionados al género disfrutarán de estos relatos, pese a (o precisamente por) cierta ingenuidad y varios excesos melodramáticos; los no aficionados pueden acercarse al volumen como aperitivo, en el que encontrarán algunas anticipaciones de Infántiev que les dejarán asombrados y un relato de Briúsov en el que una ciudad sufre un síndrome de "contradicción" (que puede recordar algo al Ensayo sobre la ceguera de Saramago, pero en realidad es más interesante).

 

Tenía razón José Luis Rey cuando decía que "En Gimferrer, la expresión es refractaria, tanto en castellano como en catalán. Y procede siempre por imágenes y símbolos y mediante máscaras. Gimferrer no practica la confesión: sí puede haber, en ocasiones, una voz poética que juega a ser y no ser el autor, recordando experiencias, comentando asuntos de una vida que parece propia, con lo cual entremos en el terreno de una experiencia ficticia, de un monólogo dramático cuya máscara no es cultural, sino vital. Es éste un recurso frecuente en la etapa catalana, en Els miralls, en Mascarada. Se trata de lo que llamaré la máscara vital, para diferenciarlo de la máscara cultural, más frecuente en la etapa castellana" (J. L. Rey, Caligrafía del fuego. La poesía de Pere Gimferrer, 1962-2001; Pre-Textos, Valencia, 2005, p. 181). Y, en efecto, en El Castell de la puresa (2014), escrito en catalán en el original, con versión al castellano de José María Micó, también asoma la máscara vital apuntada por Rey: "Así es nuestra vida: una leyenda, / una máscara de rojo terciopelo"; (Pere Gimferrer, El castillo de la pureza; Tusquets, Barcelona, 2014, p. 29). Lo que demuestra, tantas décadas después, una profunda coherencia en la obra gimferreriana.

 

Pocas literaturas tan inclasificables como la del guatemalteco Estuardo Prado, un escritor de culto en su país por su radicalidad y su extrañeza. Quizá la única forma de definir su narrativa es utilizando una categoría mencionada por él mismo en Los amos de la noche (e/X, Guatemala, 2011), la "teología de la alucinación" (p. 95), pues estamos ante una mezcla imposible de los paraísos artificiales baudelaireanos con la escatología -en ambos sentidos- de los Cantos de Lautréamont, pasados por los tamices de la ciencia ficción y del realismo sucio y de las letras oníricas del rock más ácido -en ambos sentidos también-. Disculpen si no soy muy preciso, pero no sé cómo serlo. Intento explicarles que Prado es inexplicable, que leerle es una especie de aventura en la que sabes que te vas a encontrar muchas drogas y paranoia philipkdickiana y mucha iconografía, pero la almendra es cómo el autor mezcla distintos elementos delirantes en un texto que hay que leer como un sueño o como una pesadilla, según el caso. Les cuento un argumento de uno de los relatos de sus Vicio-nes del exceso (e/X, 1998, visión redux 2015): su alucinante tesis es que la Tierra no está dominada por la especie humana, sino por los gusanos; ellos nos dominan y nos dejan crecer para que engordemos y poder así alimentarse de nuestros cuerpos al morir, de la misma forma en que nosotros comemos a las vacas o a los cerdos; los gusanos, seres superiores provenientes del espacio exterior, más inteligentes que nosotros, son los que a la postre triunfan, al devorar a todas las demás especies. Su autor, que tuve la oportunidad de conocer en persona, no es menos extravagante que su obra: he oído que en una feria del libro guatemalteca, que resultó ser especialmente calurosa, dedicaba a las señoras su libro pasándose la mano por su pelo teñido de azul para estampar una huella añil en las primeras páginas del volumen. Si non è vero...

 

Termino con un autor cubano, Jorge Enrique Lage, cuyo libro de microrrelatos Vultureffect (Unión, La Habana, 2011) incluye algunas piezas magistrales, ya sea por su agudeza al mirar o por su destreza al construir brevísimas historias cuya instantenidad no desprecia la resonancia épica. Dentro del primer grupo me parece especialmente significativa e ingeniosa este microcuento, titulado "Hemisferios" (p. 80):

 

Resulta tentador especular sobre la posibilidad de que una parte importante de la simulación objetiva sea realizada por el hemisferio derecho del cerebro. Numerosas observaciones prueban que las funciones cognitivas incluso complejas, no están inmediatamente ligadas a la palabra o algún otro medio de expresión simbólica. Se pueden citar los estudios realizados sobre diversos tipos de afasias. Las experiencias de los sujetos cuyos hemisferios cerebrales han sido quirúrgicamente separ

 

 

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1 de abril de 2015
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29. Hechos reales

La literatura contemporánea parece estar plagada de hechos reales, de historias basadas en hechos reales, supuestamente apegadas "a la vida". Los lanzamientos narrativos de las editoriales combinan: 1. Autobiografías de existencias dramáticas. 2. Crónicas históricas de tinte sentimental o de historias reales dirigidas al corazón. 3. Autoficciones. 4. Novelas históricas. 5. Novelas del presente que recrean escenarios auténticos con personajes reconocibles.

Abro el poemario de Álex Chico Habitación en W (Isla de Siltolá, 2014) y los primeros versos son: "Pregunto por la distancia / entre el libro y la vida / y accedo a la ventana para ver el mundo", pero aclara poco después: "Aparentar que somos uno / cuando, al observar por la ventana, / también mentimos". Qué lástima que las narraciones supuestamente basadas en hechos reales olviden que todo lo tocado por la escritura, al final, es pura ficción, y que ese supuesto apego a la vida no añade absolutamente nada de valor a un libro. Spinoza decía: "el primer significado de verdadero o falso parece haber extraído su origen de las ficciones". Pues eso.

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17 de marzo de 2015
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