No sólo el patrón de Dickens. El argumento de cualquier novela clásica, el de cualquier tragedia griega, o el de cualquiera de los dramas de Shakespeare pueden ser empleados en una telenovela y no es más que fijar y realzar los contrastes y pasarlo todo al blanco y negro. Pero tampoco hay que ser injustos, como acaso lo fui con Disney. La telenovela mexicana de falsos decorados y actrices maquilladas en exceso, y lo mismo la venezolana, se quedaron atrás frente a las telenovelas brasileñas y colombianas que hablan un lenguaje diferente, mundano y atractivo y para nada estirado ni retórico, y entran en la complejidad de los matices, con personajes más complejos, más humorísticos y contradictorios, y por tanto más atractivos.
Y son las que tienen más público, como en el caso de Betty la fea, que no sólo paralizó a América Latina a la hora de la presentación de sus capítulos, sino que ahora se ha convertido en un arquetipo universal para las telenovelas en cualquier idioma o latitud. Y el genio que inventó ese personaje de consumo masivo, el de la muchacha que aparenta fealdad mientras su belleza se mantiene escondida, es, otra vez, la rana en el charco que sufre luego una feliz metamorfosis.