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Escrito por

Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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Sobre la educación

 

Al escritor Rafael Sánchez Ferlosio siempre le acompañó la preocupación (y la ira) por el modo chapucero con el que se colonizan las mentes de niños y jóvenes por medio de las leyes de enseñanza

Algún día alguna institución reconocerá la ingente labor editorial que lleva a cabo Ignacio Echevarría. Con erudición, minuciosidad y respeto por la figura editada, pone al alcance de los lectores textos que no son en absoluto fáciles de encontrar. Entre sus últimas aportaciones está la edición de los escritos de Canetti sobre Kafka y aquella de la que hoy voy a hablar: Borriquitos con chándal, una selección de artículos de Rafael Sánchez Ferlosio “sobre la educación, la enseñanza y el deporte” (Debate, 2023).

A Ferlosio siempre le acompañó la preocupación (y la ira) por el modo chapucero con el que se colonizan las mentes de niños y jóvenes por medio de las leyes de enseñanza. Llevamos ocho desde que se restauró la democracia. En realidad, iba mucho más allá de una mera protesta contra la tecnificación pedagógica y los manejos políticos que acaban aplastando la inteligencia de los niños y los jóvenes. De los adultos, nada hay que decir. Ya es demasiado tarde.

En esta muy recomendable antología ha reunido Echevarría artículos dispersos, muchos de ellos inencontrables, si no es en los magníficos cuatro tomos de las obras completas (Debate). Aunque aquí se mencionan “la educación, la enseñanza y el deporte”, en realidad se habla de un asunto que es uno de los fundamentos del pensamiento de Ferlosio, la diferencia entre educar e instruir. Más propiamente: los procesos que nos han convertido en humanos. La pregunta a la que Ferlosio quiso responder una y otra vez es esta: ¿cómo, de qué manera, mediante qué instrumentos nos hemos arrancado a la naturaleza?, ¿cómo se ha producido la adaptación a algo llamado “humanidad”, que es enemigo de nuestro estado original?

En su prólogo, menciona Echevarría un artículo al cual Tomás Pollán, el máximo experto en la obra de Ferlosio, se ha referido como la intuición germinal de la pregunta. Es un artículo de 1962 titulado Personas y animales en una fiesta de bautizo. Por cierto, si no tienen ustedes las obras completas, este texto germinal se encuentra en otra imprescindible antología de Ferlosio, también editada por Echevarría: Páginas escogidas (Random House, 2017).

Además de ser el mayor prosista español del siglo XX, en apretada compañía de Juan Benet, es Ferlosio un filósofo e incluso podría decirse, un filósofo presocrático. Debería ser estudiado y leído en las facultades de filosofía más que en las de literatura. Así, por ejemplo, en nuestro caso, el problema de la enseñanza se plantea desde una perspectiva radical: los procesos que hemos ido estableciendo los humanos, a partir de la era moderna, para perderle el miedo a nuestro origen animal. Es decir, el desarrollo de una adaptación lingüística que usamos con particular eficacia en la humanización de los niños para impedir que sean ellos mismos quienes descubran su fondo original. La educación no persigue el conocimiento, sino la adaptación.

La educación es una coerción que busca asimilar todo lo que es ajeno a nuestra propia condición, “un proceso de apropiación social del niño por el medio”. Históricamente es la invención de las grandes industrias pedagógicas, la televisión, el deporte, la publicidad y, aunque Ferlosio no llegó a conocerla, la trama fatídica de las redes sociales. Un nombre, el de “redes”, tan exacto como el de las “cadenas” de televisión.

Una vez más ha sido la técnica la que ha ido disponiendo las invenciones y las máquinas necesarias para destruir lo que de originario pudiera quedar en los humanos y en el resto del planeta. Y esa ha sido la operación adaptativa que nos ha distinguido. Aunque Ferlosio no lo mencione, la pulsión que lleva a dar un nombre propio a un recién nacido es la misma que la imposición de Yahvé a Adán cuando le ordenó dar nombre a todos los animales y plantas del Edén. Fue la primera adaptación y la primera destrucción de la naturaleza humana.

 

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13 de junio de 2023

Carlos Morla Lynch, Federico García Lorca y el embajador de Chile en España en 1932. Foto de la Fundación F.G. Lorca

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Memorias memorables

 

Lo primero que juzga uno, tras leer las ochocientas páginas de estos enormes cuadernos de recuerdos (Editorial Renacimiento), es que su autor, Carlos Morla Lynch, era una buena persona. Una bondad, sin embargo, que no estaba inspirada por la compasión, la caridad, la piedad u otra virtud cristiana, sino por la inteligencia. Y buena prueba de ello es que no confunde en ningún momento a los buenos con los malos. Los malos, por cierto, suelen ser tontos de remate.

Algunos lectores le conocen ya gracias a los diarios anteriores, los de 1928 a 1936, dominados por la figura de Lorca, íntimo amigo de Morla, y los de 1936 a 1939, estremecedores documentos sobre la Guerra Civil en los que no abandona nunca el juicio puramente humano para abrazar una ideología u otra. Su grandeza es evidente cuando sabemos que salvó la vida a dos mil personas acogiéndolas en la Embajada de Chile de la que era encargado de negocios, pero en realidad actuaba como embajador. Los primeros centenares eran ciudadanos de derechas perseguidos por los sayones rojos que los mataban en las checas y en las cunetas de Madrid. En la segunda parte son refugiados republicanos a los que perseguían con saña los esbirros de Franco. Total, dos mil vidas salvadas por este hombre, una especie de Schindler chileno.

Y ahora nos llega su diario de Berlín, cuya primera entrada es de enero de 1939 y la última de julio de 1940. Así que da un testimonio único del asalto de los nazis a la fortaleza europea y a la declaración (nunca oficial) de guerra invasora. Así, por ejemplo, asistió en persona a la reunión del Reichstag en la que Göring comunicó a todas las embajadas mundiales la anexión de Polonia: un disimulado anuncio de la guerra inminente.

Pero no es sólo un testimonio histórico, es también un cuadro escénico del Berlín de aquel momento con toda su abigarrada y diversa complejidad. Morla era un hombre de curiosidad insaciable y un talento literario indudable con el que dibuja cientos de retratos “al natural” de la más variada índole: viejos aristócratas acabados y medio lelos, odiosos funcionarios del Reich, o la gente menuda que forma su ámbito favorito, camareros, vendedores callejeros, criadas, mendigos, bebedores de taberna, chóferes, proletarios, en fin, el pueblo que tanto le había fascinado en España y que nunca olvidaría. De hecho, mientras está viviendo el ascenso de Hitler, la invasión de Polonia o la caída de París, no deja de preocuparse por los 17 comunistas que aún estaban refugiados en la Embajada de Madrid y sobre los que temía un asalto brutal que los sacara por la fuerza de la embajada y los fusilara de inmediato. Vivía espantado por las noticias que recibía de España sobre la barbarie del régimen, aunque no todas eran ciertas.

La misma honestidad que le llevó a refugiar primero gente conservadora y luego revolucionaria le habría llevado a proteger judíos de haberse quedado más tiempo en Berlín. Su indignación ante los primeros actos criminales antisemitas le encendía una cólera que no podía manifestar dada su posición oficial.

No le dio tiempo. En 1940 lo enviaron a Suiza donde permaneció hasta 1947. Aquel hombre imparcial, tan de la Tercera España, vivió la guerra en el más neutral de los países europeos. Luego tendría otros destinos hasta morir en 1969 y ser enterrado en España, su patria de adopción.

Los aficionados a la música tenemos, además, un regalo. Músico vocacional, amigo personal de Claudio Arrau y entusiasta de Furtwängler, vienen en sus memorias recuerdos de algunos conciertos sensacionales. La edición, a cargo de Inmaculada Lergo, con un estupendo conjunto de fotografías, es soberbia. ¡Ah, y con prólogo de Trapiello!

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30 de mayo de 2023

Fuente: Archivo personal de Andrés Trapiello. Fotografía de Yolanda Cardo, 2019.

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Otro paso ganado

 

El proyecto en el que está trabajando Andrés Trapiello es descomunal y, como todo lo monumental en este país, apenas tiene el eco que merece

 

Pues señor, este es ya el número veinticuatro. Cada volumen suele tener unas quinientas páginas, de modo que llevamos ya doce mil, mucho más que Proust. Y eso que no se ha acabado, Dios no lo quiera, porque el libro del que forma parte como capítulo número veinticuatro durará lo que le dure la respiración a Andrés Trapiello. Si llega un día en que deja de respirar, Dios lo impida, pues se habrá terminado la novela llamada Salón de pasos perdidos.

Porque es una novela. Desmesurada, pero novela. Y aunque, según cuenta en la página 112, algunos amigos suyos verdaderos o fingidos le han recomendado que lo deje ya, él razona con mucha lucidez por qué no va a dejarlo y por qué va a seguir mientras el cuerpo aguante. Dado que los lectores aguantan y aunque sean escasos, no hay razón para ser él mismo su peor lector.

A mi modo de ver este es un proyecto descomunal y como todo lo monumental en este país apenas tiene el eco que merece. Veamos, estamos hablando de una novela que es, necesariamente, la vida de su autor, como lo es la Recherche de Proust, y quienes la seguimos lo hacemos por la misma razón por la que leemos al francés, a saber, una prosa impecable, inteligente, irónica, en coloquio con el lector y mediante la cual nos cuenta las cosas que ve o le pasan.

Naturalmente no lo leemos por saber qué le pasa a Trapiello ni si ha comprado jamón york o de bellota, que es algo totalmente trivial, sino por oír cómo suena el español cuando lo tañe un gran instrumentista. De modo que da lo mismo si nos cuenta una lectura en Bruselas, con un director de instituto casi dickensiano, paginas cómicas que no desmerecen las de Baudelaire en su Pauvre Belgique!, o si lo que cuenta es la muerte de Delibes que viene casi a seguido y muestra una emoción y un cariño entrañables.

No es el transcurso vital de Trapiello el argumento de esta novela sino ella misma. Leemos su novela porque nos interesa su novela. Y eso es algo de lo que muy pocas novelas pueden sentirse orgullosas. Que la prosa misma sea la protagonista es en verdad una rareza. Casi todo lo que hoy se publica busca interesar al lector por un asunto convulso, sea un sufrimiento, una operación a vida y muerte, una pareja tóxica, una aventura desbocada. Trapiello nos cuenta la vida humilde de un escritor sustancialmente normal, y todo aquello que le rodea.

Uno de sus maestros, Azorín, fue sobresaliente en la descripción de lo humilde y lo obsoleto. Como si fuera un pintor flamenco, igual figura una calle del viejo León entre palacios, que una cabaña agrícola en Levante o un puchero desportillado. El lector se queda fascinado por esa prosa cristalina, de una pureza insólita capaz de contar todo lo grande y lo pequeño, “Who sees with equal eye, as God of all,/ A hero perish, or a sparrow fall”. Algo así sucede en las memorias de Trapiello, pero ahora me percato de que he escrito “memorias” y no lo son. Son, desde luego, asuntos que él ha conocido personalmente, pero no forman parte de su biografía porque su vida es de lo más escueto: sentarse a la mesa para escribir a todas horas, todos los días, año tras año.

Esta es la razón por la que el volumen, titulado Éramos otros, no se pueda comprar en librería. Hay que encargarlo directamente a Trapiello en su dirección de internet. Se trata de una lectura para poca y muy escogida gente. No merece la pena meterla en los enormes desaguaderos que alimentan el pantano de la actualidad. Hay que pescarlo en un pequeño arroyo truchero que fluye escondido entre peñas y abrojos, por decirlo como Azorín.

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23 de mayo de 2023

Imágenes de la serie 'Fortunes of War' con Emma Thompson y Keneth Branagh.

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Novelón

 

Olivia Manning firma la ‘Trilogía balcánica’, una de las mejores narraciones sobre la Segunda Guerra Mundial, a pesar de los miles y miles de novelas que le hacen la competencia

Por fin la admirable editorial del Asteroide ha publicado el tercer y último volumen de la impresionante Trilogía balcánica, también conocida como la primera parte de una serie a la que seguiría la Trilogía del Levante que ignoro si será publicada por los mismos. Los seis títulos, obra de Olivia Manning, se editaron juntos en 1982 con el nombre de Fortunes of War, pero fue la televisión británica la que, en una serie de gran popularidad, lanzó a la autora a la fama internacional en 1987.

Bien está que se edite de nuevo porque es una de las mejores narraciones sobre la Segunda Guerra Mundial, a pesar de los miles y miles de novelas que le hacen la competencia. No lo digo yo, también lo dicen Anthony Burgess y Antony Beevor, que de esto saben. La traducción de Eduardo Jordá y Concha Cardeñoso es muy buena.

La primera virtud, si dejamos aparte el talento literario de Olivia Manning, es que la guerra está vista desde un punto excéntrico. Las aventuras y desventuras del matrimonio Pringle, protagonistas de la saga, comienzan en Bucarest en 1940 (La gran fortuna) donde han llegado como funcionarios del British Council. En aquella zona el conflicto se ve muy lejano. Es cierto que ya ha caído Polonia, pero los rumanos no temen ser invadidos, aunque en Bucarest comienzan a sembrar el terror los miembros de la Guardia de Hierro. La descripción de la ciudad alegre y confiada, sus habitantes y los personajes que acompañan a los Pringle en la saga, es formidable. Un excelente retrato de la Mitteleuropa entre inconsciente, banal y heroica.

En la segunda parte (La ciudad expoliada) se aprecia la decadencia progresiva de Bucarest y el temor cada vez mayor a una invasión alemana hasta convertirse en verdadero terror. Manning comienza su introspección en los personajes de la saga y va mostrando los egoísmos, cobardías, traiciones y, sobre todo, la inmensa estupidez de algunos caracteres que parecían normales o incluso interesantes. El mayor peligro, evidentemente, es que Bucarest es un cul-de-sac de donde no es fácil escapar si los alemanes toman la ciudad. La exasperación va poniendo al descubierto los aspectos más detestables de cada personaje.

Finalmente, en el tercer volumen (Amigos y héroes), los Pringle, que han sufrido una huida de Bucarest casi mortal y una separación angustiosa, volverán a reunirse en Atenas donde comienza de nuevo una maravillosa descripción de la ciudad, la inconsciencia de su población, la insoportable arrogancia de las autoridades británicas, la odiosa obsequiosidad de los empleados de la administración inglesa, la generosidad del pueblo griego, hasta el desastre final cuando los alemanes invadan también Grecia. La huida de los Pringle hacia el Levante de la segunda trilogía es uno de los momentos más brillantes del conjunto.

Pero hablamos de una larga novela (los tres volúmenes suman 1.300 páginas) en la que Harriet y Guy Pringle están perpetuamente presentes. La lucidez con la que Manning va descortezando a la veinteañera Harriet, caprichosa y algo tonta, y a su marido, un izquierdista pelmazo dotado de una caridad oceánica para todo el mundo, menos para su mujer, es digna de la más cruel Patricia Highsmith. En el último volumen Manning da muestras de ser una de las mejores narradoras del siglo XX británico. Ojalá el Asteroide emprenda ahora la segunda parte de la saga.

 

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9 de mayo de 2023
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Calderón

 

Maestro de las contradicciones, de los imposibles, sigue siendo un poeta mal conocido y poco representado

Hace más de 20 años, Eugenio Trías, una de las mejores cabezas de la transición fatalmente muerto demasiado joven, nos escandalizaba a sus amigos con unos artículos, conferencias y un librito en alabanza de Calderón de la Barca. Nos escandalizaba porque no había personaje literario más alejado de la modernidad que aquel dramaturgo teólogo, pero Trías lo había apreciado gracias a la cultura alemana (tanto Goethe como Schlegel) y lo tenía por un precursor del existencialismo: “El asombro que la existencia produce, o la emergencia de ésta de la nada, o del no ser que siempre le antecede”, ese era “el gran tema del teatro calderoniano”. Y citaba estos versos de El pintor de su deshonra: “¿Qué soberano poder/ hoy ser al no ser ha dado/ que yo conmigo he pasado/ sin mí del no ser a ser?”.

Este es un misterio propiamente filosófico, ¿cómo es posible que yo venga de la nada y me encamine de nuevo a ella, sin dejar de ser yo mismo? Es el desconcierto existencial lo que permitía a Trías comparar a Calderón con lo mejor del teatro griego e isabelino. Y en otro orden de valores, como el más grande imaginista o creador de imágenes, de la literatura barroca, comparable a Goya como pintor de la maldad: “Calderón de la Barca, como quizás únicamente Goya en el contexto hispano, es un artista de raza revelador del mal: el mal moral que mancilla el alma con el crimen; el mal público, político, que desgarra el cuerpo de la nación con la desatada violencia fratricida, la guerra civil”.

Hay, en efecto, una doble pulsión en el teatro de Calderón, de una parte, el afán filosófico, siempre disimulado tras la obediencia teológica, pero también una imaginación, como dice Trías, próxima a la de Goya. Y cita estos versos de El médico de su honra: “A pedazos sacara con mis manos/ el corazón y luego,/ envuelto en sangre desatado en fuego,/ el corazón comiera/ a bocados, la sangre me bebiera”. Estampa tremenda que está próxima al Saturno de las pinturas negras en la Quinta del Sordo.

No es un autor fácil. El personaje que profiere estas terribles palabras enloquecido por los celos, es, sin embargo, un calculador incapaz de matar a su mujer por temor al castigo de la justicia, así que ocultará el asesinato mediante un sangrador, un barbero en el idioma de la época, que desangra a la pobre e inocente Leonor con una excusa médica. Por un lado, el violento monstruo sanguinario con impulsos asesinos, que es también, de otra, un cobarde calculador el cual deja taimadamente en manos ajenas la venganza de un honor perdido, que es sólo fruto de su desequilibrio mental.

Poeta de las contradicciones, de los imposibles, de lo que es viniendo del no ser y de lo que va hacia el no ser sin dejar de ser lo que es, el extraordinario Calderón sigue siendo un poeta mal conocido y poco representado.

Quizás para compensarlo, la Biblioteca Castro publica, con su finura habitual, un volumen titulado Calderón esencial con ocho de sus más famosas piezas y una introducción de Ignacio Amestoy. Y quienes quieran leer el drama del demente que quiere comerse el corazón de su falsamente infiel esposa, pero luego retrocede con astucia para que culpen a otro del asesinato, vean la edición de la Real Academia de El médico de su honra.

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19 de abril de 2023
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No uno, sino dos

 

En una ocasión, Robert Graves coincidió con el gran T.E. Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, y hablaron de poesía. El coronel mostró un interés notable por los poetas de la época, como el propio Graves, y confesó tenerles mucha envidia porque estaba convencido de que guardaban un secreto que él quería conocer y aprovechar. “Lawrence pensaba que el secreto de los poetas era una maestría técnica de las palabras, más que un modo particular de vivir y pensar”, escribió Graves. Y, por lo tanto, siendo un secreto técnico, podía aprenderse y poner en uso. Esta ha sido, desde la antigüedad, una divisoria típica de los poetas, aquellos que son maestros del lenguaje, como Keats, y los que sobresalen por su inspirada y sombría existencia, como Byron.

Poetas hay pocos y en nuestro tiempo aún menos, ni siquiera creo que deba hablarse de la poesía, pero yo tengo ahora encima de la mesa dos gruesos volúmenes de quinientas páginas cada uno que resumen la vida entera de dos grandes escritores. Uno se llama Jon Juaristi y el libro Derrotero reúne sus poemas de 1969 a 2022 (Renacimiento). El otro se llama Francisco Ferrer Lerín y el libro, titulado más convencionalmente Poesía reunida (Tusquets), también recoge toda la obra desde 1969. He aquí dos vidas que coinciden en el cuidado de las palabras y han conocido la misma época. Dos perfectos y atemporales firmamentos. En cualquier país civilizado tendrían ya, por lo menos, una calle.

El título del libro de Juaristi, Derrotero, da una pista sobre su mundo porque es, en efecto, una guía de navegación, pero también una colección de derrotas. Su poesía es irónica, distanciada, sin esperanza, sin convencimiento, humorística, a veces sarcástica y esconde bajo el disfraz de la humildad una audacia suicida. El coronel Lawrence lo habría puesto junto a los maestros técnicos, porque sus poemas, exquisitamente construidos, son un prodigio de exactitud lingüística.

Ferrer Lerín seguramente cuadraría con los que antes dije que eran particulares por su pensamiento y por su vida. La vida de Lerín es una obra de arte que debe consultarse en su página de internet. Se encontrarán en ella todos los ingredientes de la novela negra: asesinatos sexuales, espionaje, juego de naipe bajo nubes de tabaco, retiro salvaje, todo ello cernido por el anillo celeste de los buitres.

Si el mundo de Juaristi es un perfecto modelo moral, un juicio (severo) sobre nuestra existencia tan amada como denostada desde los clásicos latinos, el de Lerín es perfectamente amoral, un mundo de mentiras, caricaturas, historias obscenas: un mundo moderno. Bien podríamos decir que están presentes los dos poetas de la tradición europea, el clásico y el romántico, el que mira desde la altura los movimientos de las hormigas humanas y el que se hunde en una desesperación que sólo es posible expresar mediante el uso surreal del lenguaje.

Hay muy pocos poetas, pero he tenido la suerte de conocer a dos de los que todavía viven, de modo que puedo asegurar su honradez. No quiero hablar de poesía, pero me gustaría ser como esos buhoneros que van por los pueblos con una borrica en cuyas alforjas llevan remedios contra el dolor de muelas, el dolor de cabeza, el dolor reumático y el dolor de la vida. Iría yo mostrando a grandes gritos estos libros y animando a la gente a que los comprara para evitar mayores daños y suavizar los incurables. Son dos universos densos, sólidos, maravillosamente escritos y juzgados. ¡Y aún no tienen ni una calle…!

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4 de abril de 2023

'Eneas y su padre abandonando Troya' (1635), de Simon Vouvet, el héroe que inspiró a Virgilio la 'Eneida'.

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Vuelta al clásico

 

Andrea Marcolongo presenta al héroe Eneas como un gran resistente (eso que los cursis llaman ahora “resiliente”)

 

Sucede en Italia, como en la España de mi infancia, que tienen un genio literario nacional y lo imparten en los colegios. El suyo es Virgilio y el nuestro Cervantes. La lectura del Quijote en los colegios era obligatoria y recuerdo los dolores de cabeza que forzaba en nuestras débiles imaginaciones. El idioma de Cervantes, a pesar de no haber cambiado tanto como el inglés de Shakespeare, era inasequible a los bachilleres. La labor de Trapiello, modernizando la escritura del castellano y haciéndolo asequible a la población más sorda al lenguaje del renacimiento, es tan encomiable como los centenares de miles de ejemplares que ha vendido.

Pero en Italia el genio nacional es un poeta y su obra, la Eneida, no puede “modernizarse” porque está escrita en hexámetros latinos. Ya imaginan los problemas que eso provoca, al tiempo que eleva el nivel de la educación italiana varios cientos de kilómetros por encima de nuestra pobrísima enseñanza. Como es de suponer, todo ciudadano de Italia conoce versos virgilianos de memoria y tiene una enormidad de textos de apoyo que van desde los ensayos doctísimos a los cómics.

La presencia abrumadora del genio nacional hace que, sorprendentemente, su obra se eclipse y no sólo eso, sino que casi no hay estatuaria o monumento en su memoria. De hecho, en España tenemos la suerte de que Cervantes sigue siendo muy grato de lectura y su aprecio entre la población es indudable. No sucede lo mismo en Italia, donde las dificultades del latín virgiliano suponen un obstáculo grande en el aprecio de la epopeya fundacional. Para remediarlo, la simpática Andrea Marcolongo ha publicado un ensayo curioso, ameno y a ratos bromista, sobre Eneas bajo el título de El arte de resistir (Taurus). Ha querido representar al héroe, Eneas, como un gran resistente (los cursis dicen “resiliente”) ya que no se puede exhibir como un héroe de la fuerza, a la manera de Aquiles, o de la astucia como Ulises. Eneas es el héroe del Hado, de la obligación, del deber, el que todo lo sacrifica por el cumplimiento de su destino.

El libro está pensado para italianos, pero también los españoles podemos aprender mucho de la épica latina. Para empezar, Virgilio ha mantenido su presencia a lo largo de miles de años, no sólo como uno de los mayores poetas de Occidente, sino también como profeta del cristianismo, como santo milagrero, como nigromante, como mago… es, en fin, una figura interesantísima y muy bien contada por Marcolongo. Es remarcable el extenso y magnífico capítulo sobre la escena más conocida del poema, los trágicos amores de Dido y Eneas. La reina de Cartago ha sido una de las heroínas más admiradas en todos los tiempos y una de las pocas que tienen en su haber no menos de una veintena de óperas, madrigales, canciones y composiciones varias. Ello se explica por la belleza poética del escenario. A la manera de Ulises y la reina Calipso, Eneas conoce a Dido y de inmediato estalla la carga erótica. Pasarán juntos una temporada de amores volcánicos, pero cuando Eneas decida volver a su deber de resistente, es decir, a la fundación de una patria que sustituya a la perdida Troya, la bellísima reina no podrá soportarlo y se suicidará.

Pasmosamente, Marcolongo, que da muestras de un feminismo muy puesto al día, no llega a justificar a Eneas, pero tampoco se compadece de Dido con la misericordia habitual. Es una muestra más de la inteligencia de esta treintañera que ya ha publicado dos inesperados superventas sobre el clasicismo: La lengua de los dioses y La medida de los héroes, ambas en Taurus.

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21 de marzo de 2023
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Lo bello

 

Hay en Sevilla una pequeña editorial que fabrica libros preciosos, aunque no son fáciles de encontrar por librerías. Este inicio, que parece de un cuento de Washington Irving, responde a la realidad de la editorial Athenaica, cuyos dueños prefieren hacer libros como breves joyas a superventas de peluquería. Lo sé de buena tinta porque me editaron una Venecia como nadie me la había editado.

No obstante, hoy les comento un libro excepcional que es para gente de gusto afinado, el Giotto de John Ruskin, cuyo original data de 1860. Sobre el singular personaje de Ruskin y el origen de este ensayo que cuenta las pinturas de la Capilla de los Scrovegni, en Padua, figura un soberbio prólogo de Andreu Jaume que me ahorra dar explicaciones. Baste saber que el conjunto padano es la obra maestra del gótico italiano. O quizás podría decirse del prerrenacimiento, pues data de 1306 y es de una grandeza racional y serena más propia del clasicismo renacentista que del último cristianismo.

Recibió Ruskin el encargo cuando una sociedad culta londinense, la Arundel Society, editó un conjunto de grabados con la totalidad de los frescos giottescos y aunque Ruskin no estaba muy complacido con la colección (“los mejores resultados obtenibles mediante el esfuerzo mecánico no serán más que planos de los cuadros, no espejos de estos”) consideró un deber explicar cada una de las imágenes. El resultado es deslumbrante, tanto si se ha visitado ya ese monumento absoluto como si no. Pero si no lo ha visitado, llévese consigo la guía de Ruskin, no la hay mejor y cabe en el bolsillo.

Por supuesto, la visión del ensayista es la de un prerrafaelita y tiene el valor documental de la invención medieval en Inglaterra, un rearme espiritual de acuciante actualidad para nosotros. Así, por ejemplo, le irrita que a la Virgen se la represente como una matrona y no como una doncella a la manera, digamos, de Burne-Jones (p. 122), pero esa era la forma monumental de presentar a la madre de Dios. Porque lo maravilloso de Giotto es justamente el aspecto marmóreo, grandioso, de sus figuras sagradas y profanas, tan próximas a la escultura de los Pisano y de lo que se conocía de la Atenas dórica. Las fortísimas figuras suelen apoyarse en gráciles arquitecturas aéreas en contraste apolíneo. ¡Qué aplomo, qué equilibrio, qué enormidad! Esta es la historia del sacrificio de Jesús antes de que lo tomaran para sus dramatismos los barrocos y para el minucioso sentimiento los románticos. Es un sacrificio más próximo a Sófocles que a los calvarios del medioevo.

El texto de la edición tiene un gran interés, pero si lo traigo aquí con tanto empeño es porque el libro contiene todas y cada una de las grandes escenas de la capilla. La reproducción es muy buena, los colores responden con acierto al original y el conjunto me parece inmejorable. Téngase en cuenta que la mitad del relato allí pintado por Giotto pertenece a textos pseudo epigráficos sobre la vida de la Virgen que no figuran en el canon bíblico, aunque puede leerse una parte en Los evangelios apócrifos editados por Santos Otero en la Bac. Así que estamos en el mundo de la leyenda cristiana y su inspirada novelería, ilustrada por uno de sus más grandes talentos.

La traducción de Victoria León es excelente.

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7 de marzo de 2023
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Cuando había esperanza

En plena Gran Guerra, o, mejor dicho, en su momento final, aún Rolland impostaba una actitud pacifista tomada de Gandhi y Tolstói. Sin embargo, al final cayó en las garras del estalinismo y en 1927 se adhirió al Partido Comunista.

Pero a Rolland lo que de verdad le apasionaban eran los héroes, Goethe, Beethoven, Miguel Ángel, Wagner y Tolstói. Pero no tenía la agudeza de otro apasionado admirador de los Grandes Hombres, Thackeray, muy superior literariamente a su colega francés. Así y todo, tuvo un éxito global en el mundo de la lectura anterior a la Primera Guerra Mundial. En parte por el premio Nobel de 1915, tras la publicación de Jean-Christophe, una enorme saga sobre la vida de un músico.

Es difícil en la actualidad leer esos libros tan enormes como sus personajes. Hemos perdido la inocencia y ya no creemos en grandes héroes culturales o incluso en grandes hombres en el mundo de las artes. Pero ese culto al “genio” ha durado prácticamente hasta el día de hoy y por eso es una buena noticia la aparición de una obra menor de Rolland (Goethe y Beethoven, en la editorial Firmamento), que acerca de un modo inteligente y mesurado a estas dos luminarias.

Reconozco que, en este texto, más que Goethe y Beethoven, me interesa Bettina Brentano, una muchacha de veintitantos años, realmente libre, que aparece por lo común en los libros sobre la literatura romántica alemana como una entremetteuse. Aunque estuvo casada con uno de los espíritus más desencadenados del momento, Von Arnim, y colaboró con él en algunos trabajos esenciales sobre las artes, pero pronto emprendió vuelo propio.

Su vida, fantasiosa y aventurera, la fue completando con libros claramente inventados, como el Epistolario de Goethe con una niña, prototipo de los fakes contemporáneos. Acabó, como Rolland y los infectados con admiraciones políticas neuróticas, defendiendo a gobiernos socialistas de su momento. Necesidad de un padre.

Lo más divertido es que todo el escándalo de Bettina con Goethe se debió a que al llegar a Weimar estaba tan agotada que se durmió en las rodillas del poeta. Fue la criada la que, elevándose a vestal de la moralidad, dio curso a la escena. Seguramente no pasó nada, sino que la niña, una vez descansada, pudo irse a su pensión. Pero ya entonces comenzaban los héroes, no del arte, sino de la catequesis, a imponer sus puntos de vista sobre una sociedad acobardada.

Olvidaba decir que la traducción es de Cernuda, quien seguramente se sintió muy identificado.

 

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21 de febrero de 2023

Rainer María Rilke, en una imagen sin datar.
RIGHTS MANAGED (MARY EVANS P.L. / CORDON PRESS)

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El penúltimo

 

En ‘Elegías de Duino’ Rainer María Rilke se plantea la tarea sobrehumana de abandonar el nihilismo, de recuperar la alabanza, el homenaje, la celebración de la vida y la muerte

Nuestras autoridades educativas han decidido eliminar la Filosofía de los estudios para niños y jóvenes. Con ello no hacen sino seguir la corriente masiva que ha eliminado el pensamiento crítico de la vida intelectual, excepto en aquellas materias y lugares en donde la teoría puede servir para algo práctico y monetarizable, es decir, disponible para el poder técnico.

La desaparición de la Filosofía puede servir para que los mentores más inclinados a una educación profunda y perdurable de sus pupilos elijan la poesía como medio de plantear los problemas que siempre han acosado al pensamiento occidental. Así, por ejemplo, concibo perfectamente un curso de Filosofía a partir del prólogo que Andreu Jaume ha escrito para su traducción de Elegías de Duino de Rilke (Lumen). En esas densas páginas ha glosado la tarea del pensamiento occidental durante dos mil años. Leerlas y comentarlas con alumnos comprometidos puede ser algo realmente notable.

La filosofía occidental nació, como todo el mundo sabe, en Grecia y con el fin de domeñar la bestia devoradora de la conciencia de la muerte y el acabamiento. A diferencia de otras culturas, la nuestra está edificada sobre una convicción muy clara y aguda de que hemos de morir, somos mortales, efímeros e intrascendentes. Desde Parménides y Platón el pensamiento buscó cómo fundar el mundo, el universo, las cosas y nosotros mismos sobre algo duradero. Aquello que merecería la pena de ser pensado era lo que no podía desaparecer en unas pocas estaciones. Y, por lo tanto, el ser, lo que es, lo que las cosas no son era el núcleo de la filosofía.

Esta inspección fue perdiendo fuerza a partir del renacimiento hasta llegar totalmente desarbolada a la revolución burguesa. A partir de ese momento fue tomando cada vez más fuerza el nihilismo hasta convertirse en la única ideología aceptada por los distintos poderes del Estado. Nosotros nos hemos habituado a que el Estado sea la máquina que dispensa justicia de vida y aunque se ponga diferentes disfraces (opulentos, misérrimos, técnicos, benéficos o criminales) lo cierto es que no ofrece ningún proyecto, esperanza o visión que vaya más allá de nuestra vida consumida en un trabajo útil para el poder inmediato y una muerte que se oculta en lugares destinados al disimulo.

Quedó sin embargo un rincón inasequible a la destrucción y ese rincón se puede llamar “lírica”, “poesía” o “arte supremo de la palabra”. El último o penúltimo de esa especie, cada día más extinguida, fue Rainer María Rilke. Y su obra final es un monumento llamado Elegías de Duino. Esa obra enorme es la que ha traducido Andreu Jaume de un modo ejemplar, y le ha añadido un conjunto de documentos de especial interés, como cartas o poemas relacionados con la obra, más los comentarios del autor, muchos de ellos inéditos en español.

En estos 10 poemas finales del poeta se plantea la tarea sobrehumana de abandonar el nihilismo, de recuperar la alabanza, el homenaje, la celebración de la vida y de su hermana inmutable, la muerte. Es decir, de integrar la mortalidad como elemento de cimentación y afirmación de la grandeza del mundo que los humanos podemos ensalzar mediante la palabra. Porque este es el poema final de la gloria de la palabra y de la condición lingüística de los mortales. Luego vendrá nuestro tiempo y el dominio de la imagen.

Por supuesto la edición es bilingüe, pero la potencia de los poemas, como en los de Hölderlin, va más allá de la lengua alemana. Inmenso poema, traducción ejemplar para nosotros, pensada para nosotros. Edición perdurable y por lo tanto verdadera.

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7 de febrero de 2023
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