Skip to main content
Escrito por

Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

Blogs de autor

Los madriles

Por lo visto, Madrid es una de las pocas ciudades a las que puede nombrarse con un plural. Pronunciado con el debido acento, los madriles suena como el título de una zarzuela escrita con el gracejo castizo tan característico en coloquios y tertulias pasajeras. Una ingeniosa invención para una ciudad que quiso ser muchas ciudades. Quizá en su día la acuñaron vecinos asombrados de ver crecer los arrabales de la ciudad, resignados a perder de vista los barrios que edificaban los recién llegados. Los publicistas modernos podrían haber patentado la expresión como sinónimo de la diversidad cultural, mestiza y desinhibida que identifica a la capital de España.

En contra de los monocordes patrones identitarios que ondean en la periferia ibérica, allí donde tan política es la denominación de origen, los madriles podría ser sinónimo de la practicidad comunitaria de lo posmoderno. Un espacio urbano designado por la utilidad de un presente incesante, en donde gracias a razón y a comunicación se prescinde del farragoso entusiasmo que en otros lugares inspiran las genealogías míticas, las fantasías épicas y las toponimias clasistas. Hay una distinguida complacencia en esta ciudad de individuos a los que sólo conmueve el poderoso flujo de su singular historia personal.

En los madriles. En ningún otro lugar podría pasar más desapercibida la proclamación de los ecuatorianos. Quizá fuera inevitable recordarlo, pero en Madrid parecía una gentileza, y no una obviedad, mencionar la procedencia de los muchachos que ETA asesinó en Barajas.

Paseando con los madrileños por el Paseo Recoletos, entre la Plaza Colón, la Plaza Cibeles y la Puerta de Alcalá, podía corearse cualquier consigna contra la prepotencia criminal del Movimiento Vasco de Liberación Nacional. A esta agotadora y ofensiva reiteración de lo dicho ya tantas veces, a esta cansada aunque decidida aglomeración, pertenecen sin más preámbulo los que van llegando a la ciudad.

Leer más
profile avatar
14 de enero de 2007
Blogs de autor

El más alto testigo

La sospecha de que el capitalismo puede haber sido un accidente cultural ha estimulado a un grupo de historiadores a investigar el origen y desarrollo de las innovaciones financieras que en nuestro mundo regulan el hábito de la transacción. La curiosidad los ha llevado a buscar en las tablillas babilonias de 4000 años de antigüedad, en los registros de la dinastía Tang y en los documentos de la Roma imperial, los principios que fundaron la administración matemática de la necesidad.

Según los trabajos publicados ahora en España por Grupo Analistas y Ahorro Corporación (Los orígenes de las finanzas. Las innovaciones que crearon los modernos mercados de capitales, de Oxford University Press) los tres fundamentos de las finanzas son: la transferencia de valor a través del tiempo, la capacidad para contratar sobre resultados y la negociabilidad de los derechos. Es decir, la tradicional inclinación del hombre a necesitar préstamos, el instinto que lo lleva a reconocer una apuesta prometedora y la general predisposición al parloteo del cambalache. Si a todo ello añadimos el tenaz empeño puesto en controlar los riesgos de las operaciones en las que se embarca tanto el que presta como el que se endeuda, no nos será difícil rastrear la costumbre de consultar oráculos y la ancestral preocupación por los caprichos de Fortuna.

En las tablillas cuneiformes de la cultura sumeria, los más antiguos documentos estudiados, se encuentran fidelísimos testimonios sobre la actividad financiera de la antigüedad, el surgimiento del crédito y el cobro de los intereses devengados que han llegado a ser la verdadera constitución de nuestro sistema.

Marc Van De Mieroop, profesor de Historia Antigua del Oriente Próximo en Columbia University, cita en su estudio un contrato del año 1820 a.C.  Según consta en la tablilla de arcilla cocida, el señor Sin-tajjar ha reunido a cinco hombres como testigos del préstamo que hace al señor Nabi-ilishu. Lo curioso es que para formalizar el acuerdo entre los dos hombres, se hace constar que Nabi-Ilishu recibe los 9 gramos de plata del señor Sin-tajjar y del dios Shamas.

No sabemos muy bien qué significado deberíamos dar a este testimonio. Probablemente el señor Sin-tajjar fuera un hombre piadoso que atribuía su fortuna al dios de sus padres. A lo mejor citaba a dios en el contrato mercantil para amedrentar al deudor. También podría ser un sacerdote del templo que servía de almacén central para el intercambio organizado de productos agrícolas y servicios manufacturados. Quizá el dios Shamas fuera el único propietario de los excedentes que se prestaban (con su correspondiente interés) a los que por culpa de las irregulares cosechas necesitaban fondos para superar los ciclos estériles.

Algunas de las frases que han llegado hasta nosotros como expresión del más profundo sentimiento espiritual podrían tener su origen en estas rudimentarias fórmulas jurídicas: pongo a dios por testigo, no citarás el nombre de dios en vano, etc.

Leer más
profile avatar
12 de enero de 2007
Blogs de autor

Desgracia y consuelo en Babel

El director de cine Alejandro González Iñárritu consigue más de lo que se propone con su nueva película pero la ejemplar tensión dramática de su historia babélica consigue enervar al espectador exigente. Llegando al final, a lo que debería ser una adecuada desgracia colectiva, vemos como se impone un extraño rubor. Como si el director sufriera un súbito desfallecimiento.

Un ejecutivo japonés no encuentra para sus agobios profesionales más terapia que la caza. Este modo de drenar sus carencias afectivas ya nos da una idea de su personalidad. Según nos permite suponer el director con una sutil economía de medios narrativos, el japonés había contratado una batida para liberar las emociones del instinto urbano y conmovido por la fraternidad de la inolvidable excursión regala a su guía el fusil que le ha servido para abatir cabras y cabritos en los peñascos de Marruecos.

Por las carreteras de esta región africana circula un autocar de turistas norteamericanos atemorizados por el aspecto de los lugareños. No se entiende muy bien por qué se han embarcado en una aventura peligrosa: pasearse entre moros de aspecto ceñudo. Ajeno a tales temores, el matrimonio protagonizado por Brad Pitt y Cate Blanchett dirime la tortura de un doloroso remordimiento.

Mientras, en su casa, en Estados Unidos, la mujer mexicana contratada para cuidar a los dos hijos de la pareja Britt/Blanchett debe regresar a México por unos días. Su hijo mayor se casa y no puede faltar a la boda. Como no encuentra sustituta decide hacer el viaje con los dos niños. De nuevo alguna peripecia tercermundista y el cúmulo de premoniciones que nos hacen temer lo peor. La mujer desesperada y los niños rubios desmayados acaban perdidos en el desierto de la frontera.

El guía marroquí vende el rifle de caza a un vecino y éste lo deja en manos de los dos hijos que sacan a pastar el rebaño de cabras. Hacen prácticas de tiro con gran imprudencia temeraria y una de las balas perdidas hiere a la turista norteamericana Cate Blanchett. La sangre mana en abundancia, ella se desmaya, no hay médicos, ni ambulancias.

La hija adolescente del japonés es sordomuda y vive atormentada por el reciente suicidio de su madre. Sabemos que esa mujer desconocida se mató de un disparo (quizá sea el motivo que llevó a su esposo a desprenderse del fusil) pero la muchacha asegura que la madre se lanzó por el balcón del rascacielos. La supersticiosa tentación de los hijos de suicidas (imitar el acto fatal de los padres) hace creer al espectador que ocurrirá lo mismo ante sus ojos espantados por tanta desdicha.

Efectivamente, la desgracia cae sobre los protagonistas de la historia... pero no sobre cada uno por igual. La policía norteamericana encuentra a los niños perdidos y expulsa del país a la trabajadora mexicana. El padre japonés se abraza a su hija dando a entender que no todo está perdido para ella. A Cate Blanchett la rescata un helicóptero de las Fuerzas Armadas de su país pero el cabrero marroquí ve caer a su hijo mayor abatido por las balas de la policía marroquí que los cerca allí donde antes corrían las cabras.

Y de repente comprendemos que hemos estado viendo un western.

Si Alejandro González Iñarritu hubiera sido el dueño de Babel o no le importaran las exigencias sentimentales del público norteamericano, la adolescente sordomuda, hija del cazador japonés, se habría arrojado al vacío, Cate Blanchett habría perdido su brazo gangrenado y, al regresar a casa con su atormentado marido, recibiría la terrible noticia de sus hijos abandonados y muertos en el desierto mexicano.

Pero en el cine, como en la vida real, el infortunio sólo persigue a los desafortunados. En la Babel de Iñárritu nada se confunde, todo está en su sitio: las penas de japoneses y norteamericanos tienen remedio; las alegrías de mexicanos y marroquíes son efímeras y acaban mal.

Esta es la moraleja que la crítica ha celebrado como una obra de arte.

Leer más
profile avatar
11 de enero de 2007
Blogs de autor

La guerra de las esquelas

En su número de enero Revista de Libros publica una entusiasta recensión del libro Francisco Ferrer y Guardia. Pedagogo, anarquista y mártir, de Juan Avilés, publicado por Marcial Pons.

El artículo de Rafael Núñez necesita más espacio del que suele ocupar una esquela pero a su modo participa en la reciente tendencia española de sacar a desfilar a los muertos. Si bien en ciertos casos la procesión de momias ha sido un acto de piedad retroactiva, en este artículo la exhumación desentierra un cadáver olvidado para darle su merecido.

Rafael Núñez, doctor en historia y profesor de filosofía, hace suyos los criterios de Juan Avilés y a grandes rasgos reproduce la figura de Ferrer que el autor ha desmenuzado “tras una minuciosa revisión de los documentos ya conocidos”:
“No sería exacto –dice Núñez- considerar que la dimensión pedagógica de Ferrer y Guardia fuera solo una mera tapadera para sus otras (sic) actividades subversivas”.
Y acto seguido espolvorea su crítica con asertos que desbaratan la idea romántica que nos habíamos hecho del racionalista catalán:

“Fue una figura intrigante, siempre en la sombra, que urdía, alentaba o financiaba las más variadas maquinaciones. Es más que probable que estuviera directamente implicado en los atentados contra Alfonso XIII".

Núñez admite que quizás las sospechas que comparte con su patrocinado no podrían ser aceptadas como evidencias por un tribunal, pero "hay que reconocer que en este aspecto de tirar la piedra y esconder la mano, Ferrer fue un consumado maestro. Actuó siempre bajo cuerda y con actitudes poco claras”.

Deslizándose sobre los acontecimientos de la Semana Trágica que provocaron el fusilamiento de Ferrer en los fosos del castillo de Monjuitch, Núñez se ve obligado a reconocer que Ferrer “no tuvo un protagonismo en los hechos, pero da la impresión –añade- de que no fue por falta de ganas”.

Cuatro pinceladas más le bastan a Núñez para concluir que “nada hay en la vida de Ferrer que nos permita sustentar el mito”.

Y así acaba el justiciero epitafio que estos dos profesores dedican en Revista de Libros al fundador de la Escuela Moderna.
Es probable que algo parecido se temiera Francesc Ferrer cuando dictó al notario Permanyer de Barcelona (abuelo de Borja de Riquer) sus últimas voluntades:

“Protesto ante todo, con toda la energía posible, por el castigo que se me ha impuesto, declarando que estoy convencidísimo de que antes de muy poco tiempo será públicamente reconocida mi inocencia.

Deseo que en ninguna ocasión ni próxima ni lejana, ni por uno ni otro motivo, se hagan manifestaciones de carácter religioso o político ante los restos míos, porque considero que el tiempo que se emplea ocupándose de los muertos sería mejor destinarlo a mejorar la condición en que viven los vivos, teniendo gran necesidad de ello casi todos los hombres.

En cuanto a mis restos, deploro que no exista horno crematorio en esta ciudad, como los hay en Milán, París y tantas otras, pues habría pedido que en él fueran incinerados, haciendo votos para que en tiempo no lejano desaparezcan los cementerios todos en bien de la higiene, siendo reemplazados por hornos crematorios o por otro sistema que permita mejor aún la rápida destrucción de los cadáveres.

Deseo también que mis amigos hablen poco o nada de mi, porque se crean ídolos cuando se ensalza a los hombres, lo que es un gran mal para el porvenir humano. Solamente los hechos, sean de quien sean, se han de estudiar, ensalzar o vituperar, alabándolos para que se imiten cuando parecen redundar al bien común, o criticándolos para que no se repitan si se consideran nocivos al bienestar general.”

Bueno, el artículo de Núñez y el libro de Avilés realizan una decisiva contribución contra el testamento de Ferrer y Guardia. Con renovados bríos los dos profesores se enfrentan valerosamente al que ya entonces deseaba la rápida destrucción de los cadáveres.

Leer más
profile avatar
10 de enero de 2007
Blogs de autor

Síncopes

Piensa John Updike que “la invasión de Irak era una idea quizá brillante que se ha convertido en una trágica chapuza desde el punto de vista estratégico y militar”.

Inmediatamente suponemos que se siente intimidado por Lila Azam Zanganeh, la articulista iraní nacida en Paris que le entrevista para Le Monde (el texto lo reproduce El País).
¿Qué otro motivo le obligaría a construir pensamientos enrevesados?

Si sus conocimientos bélicos le permiten imaginar invasiones estratégicamente agradables, debería citar sus fuentes.
¿Corea? ¿Vietnam? ¿Somalia?
Tampoco aclara cuál ha sido exactamente la tragedia. ¿La retransmisión de la masacre? ¿La muerte en Irak de tres mil norteamericanos desde el día que proclaman su victoria? ¿O, nuevamente, el chasco que se han llevado sus conciudadanos?

Updike no describe el significado que para él tiene la chapuza. Da a entender que los militares no han hecho bien su trabajo. Como si las legiones se hubieran dormido en los laureles. Pero ¿y los demás? ¿Ha sido el nuevo orden mundial de Washington una chapuza? ¿O acaso son chapuceros los mercenarios contratados en Irak como “guardaespaldas”?

Es asombroso comprobar cuántas suposiciones caben en una sola frase bienintencionada.
Sin citarlas, el novelista presta un considerable crédito a las razones que ampararon la brillante idea de invadir Irak: armas de destrucción masiva, sede del terrorismo integrista, solución definitiva al engorroso problema de Oriente Medio...

Lástima que un simple punto de vista haya arruinado tanta visión estratégica.

De hecho su nueva novela (Terroristas la publicará Tusquets en mayo) trata de eso. Updike, al parecer, y una vez ensayado su propio punto de vista, se mete en la piel de un joven estadounidense de origen árabe. "Quería ver a través de los ojos de un joven musulmán devoto e ingenuo".

No podía encontrarse nada mejor: un ingenuo inventa a un ingenuo.

Leer más
profile avatar
9 de enero de 2007
Blogs de autor

El alma rusa

Una vez, en Moscú, en los años de la glásnost, la recepcionista del hotel quiso saber qué había ido a hacer a Ulán Udé. Su ovalado rostro de matrona dejó escapar una voz áspera mientras buscaba en mi pasaporte el sello del visado que al parecer debían haber estampado en la frontera oriental. ¿Lo pregunta por curiosidad –dije- o es que se aburre en este hotel de mierda? Sacha, mi ayudante y traductor, como hizo tantas veces durante el viaje, me atribuyó la servil explicación que los bedeles rusos se creen en condiciones de exigir.

Antes de llegar al hotel, saliendo del fastuoso metro de Moscú, encontré en la calle a una mujer que podría ser mi madre. Vendía por cinco rublos las zapatillas de ir por casa. Es probable que al llegar la primavera vendiera el abrigo. Y luego, ya veremos.

¿Qué pueblo ha sido el más desgraciado de la Historia? Si se convocara un concurso de méritos para otorgar este triste galardón habría que despachar un abundante memorial de agravios. Hasta tal punto la desdicha deja marcas imborrables. Pero el pueblo ruso podría reclamar una especial consideración a su turbulento martirio. De la esclavitud con los zares a la esclavitud con los bolcheviques al caos mafioso de los antiguos funcionarios del KGB. Mientras la vecina Europa renquea y disfruta cíclicos períodos de esplendor, la vieja Rusia, la vieja Rusia de madera de Esenin, soporta con estupefacción un incomprensible calvario.

Vitali Shentalinski ha encontrado en los archivos de la antigua Unión Soviética abundante material sobre las molestias que se tomaban los chequistas con los escritores rusos. Leían exhaustivamente sus escritos, hurgaban en su vida privada, seguían de cerca sus devaneos amorosos, abrían su correspondencia y cuando creían saberlo todo sobre su vida, los encerraban. Luego los sometían a interminables interrogatorios, los torturaban con una gran perfidia profesional y después de obligarles a inventar patrañas sobre sus compañeros, les daban la oportunidad de rehabilitarse haciendo público su arrepentimiento.

Denuncia contra Sócrates reúne los recientes descubrimientos en los archivos literarios del KGB (Galaxia Gutenberg.-Círculo de Lectores, 2006) como si el autor quisiera dar nueva vida a los lúgubres lamentos de unos escritores obligados a sorber una y otra vez las heces de la humillación.

Leer más
profile avatar
8 de enero de 2007
Blogs de autor

Dar en el clavo

Si uno recorre con desgana el dial de su radio puede oír cosas verdaderamente extrañas.

Una locutora, por ejemplo, habla como si ningún corte publicitario la estuviera apremiando. Es evidente que le sobra tiempo para mecer a sus oyentes pero hoy ha decidido poner los puntos sobre las íes. A eso le ayuda una voz absolutamente desprovista de sensualidad.

Creo que habla de la cabeza de Mahoma:
Llamadlos fundamentalistas, dice. Llamadlos integristas si queréis. ¡Pero cómo defienden a su Dios!
Creo que esta señora ha dado en el clavo.

Cada vez que un creyente se enerva proclamando la existencia de Dios, irritado por la incomprensión, pierde la oportunidad de fomentar una hermosa controversia religiosa. Que en modo alguno consiste en vislumbrar la huella que una figura transparente deja en el aire. Es bien sabido que la lógica del lenguaje impide dar consistencia a las simplezas del espíritu –aunque los secretos alborozos del alma provoquen estremecimientos a flor de piel.

Lo que pertenece a la respetable disputa teológica no es la existencia de Dios –que debe darse por supuesta- sino el plan de Dios. La investigación metafísica intenta enhebrar el hilo argumental que daría respuesta solvente a la pregunta: y todo esto ¿para qué sirve? (La vida, la muerte, el mundo…)

Los intérpretes oficiales de la iglesia europea suelen evitar una discusión de este calibre. Agotados por siglos de escolástica se han resignado a considerar como insondables los misterios de un plan cuya envergadura se les escapa. Y se conforman administrando medidas legislativas de carácter moral –o radiofónico.

Es una lástima que renuncien a elaborar las sofisticadas estrategias narrativas que en otro tiempo ayudaron a descifrar el lánguido discurrir de los pesares humanos.

La vitalidad del Islam, sin embargo, que tanto les obsesiona, procede del ímpetu con que sus clérigos creen haber comprendido el plan de Dios.

Leer más
profile avatar
5 de enero de 2007
Blogs de autor

Los ancianos

En un denodado esfuerzo por evitar su noviazgo con el comisario Jruschof, Norman Mailer envió a Fidel Castro una fraternal, severa y muy profética amonestación.

En la carta publicada en Village Voice en 1961 Mailer considera insalvable el trato arisco que sus compatriotas dan al revolucionario cubano. Los insultantes rumores sobre la salud de Fidel divulgados por la prensa sensacionalista no fueron más que el tímido ensayo de la hostilidad declarada poco después. Pero por pedante y miope que fuera la prepotencia norteamericana no debía servir de excusa a la alianza de Cuba con el siniestro aparato policial soviético.

Para demostrar a Castro la sinceridad de su agorero presagio el escritor glosa los episodios heroicos del comandante y afirma haberlo visto avanzar por la Historia “como si el fantasma de Hernán Cortés montara a lomos del caballo blanco de Zapata”.

La imagen no ha tenido el éxito que merece pero expresa con una brillantez casi paródica la mitología que rigió las ilusiones de los años 60. La sensación de estar asistiendo a la eclosión de un avatar redentor subyugó el ánimo de una generación sacudida desde su más tierna infancia por la benefactora y decepcionante ingenuidad.

Los órganos oficiales de la Revolución siguen negando que Fidel Castro esté enfermo. Pero viéndole arrastrar los pies por el pasillo del hospital, mientras sus celadores particulares se apartan del foco de la cámara, uno descubre en su rostro balbuceante el mismo anhelo de todos los ancianos.

Las fuerzas vitales se apagan y la mirada intenta comprender lo que antes parecía tan fácil de poseer. El inesperado estupor del anciano es para nosotros un enigma.

Leer más
profile avatar
4 de enero de 2007
Blogs de autor

La moda del doctor House

Cuando caen sobre la ciudad las últimas luces de la tarde, una amable penumbra invade la sala de espera. Las sombras del retrato colgado en el recibidor se vuelven más oscuras y hacen confusa la figura del patriarca. Seguramente el óleo perteneció al lote de alguna subasta benéfica. Las sillas se alinean vacías junto a la pared y en la mesita se amontonan las revistas que hojean los pacientes.

El hombre que espera no tiene ganas de leer. Observa con recelo el rostro que le sonríe despampanante desde la portada de la revista. Le ofende la alegría de la bella mujer y le lanza un reproche del que pronto se arrepiente.
¿Qué culpa tendrá la pobre? –piensa.
Cuando mira de nuevo el reloj le sorprende no sentirse insultado –esperar a los demás le producía una febril irritación.

¡Querido amigo!
El doctor, al que nunca antes había visto, lo recibe con un formidable apretón de manos. Tiene aspecto de atleta y una melodiosa voz de tenor.
El diván no hará falta –dice, mientras le invita a sentarse junto al escritorio.

Dos son las cosas que hoy debe saber –y aquí empieza el monólogo.
Bienvenido al gran equipo europeo de los depresivos. Media Europa toma medicación. La otra media, no se atreve. Así que vaya haciéndose a la idea y acostúmbrese a ser tan vulgar como ellos.
La segunda cosa que usted debe saber es por qué me he convertido en el mejor psiquiatra de la ciudad.
¿Quiere usted saberlo? –el doctor no espera la respuesta.

A usted le ha costado mucho admitir su malestar. Seguramente ha perdido un tiempo precioso intentando evitarlo. Pero al fin ha dado su brazo a torcer y aquí lo tenemos. Como un corderito.
No ha sido fácil ¿verdad? ¿Escuece? ¿Duele?
Y para una vez que consigue ser sincero consigo mismo, me encuentra a mí. ¡Es usted un hombre afortunado! Ha reconocido el fracaso de su personalidad y se topa con el único médico dispuesto a negarle consuelo. ¡Enhorabuena!

Supongo que le han contado que lo suyo tiene remedio, que nadie es perfecto, que dentro de poco ni se acordará de haber tenido la cabeza metida en el infierno. ¿Es eso, verdad?
Pues lo siento. Lo que le han contado sobre la depresión es mentira. En realidad, querido amigo, lo peor está por llegar y no tiene usted ni idea de lo que le espera.

Si todo va bien –y eso es algo que deseo de todo corazón- usted no podrá salir del agujero en el que se ha metido. Y si todo va mejor, dentro de un tiempo habrá sido totalmente destruido. ¿Qué le parece?

Entiéndame. No es que me regocije su sufrimiento. Es que no hay otro modo de acabar con el tipo que le causa tantos pesares. ¿Comprende? Usted es la causa de sus males y el único modo de curarse es acabar con el idiota que ha conseguido ser. Lo único que le sacará del antro de estupidez en que ha convertido su vida es la depresión.

No voy a recetarle pastillas. Si engañamos al dolor, usted no llegará a nada. Así que prepárese para aguantar solito las consecuencias de sus actos.
Amigo mío, ésto es la depresión. El retorno apresurado de lo que hicimos. O de lo que no hicimos. Quién sabe. ¿Le parece injusto? Pero si es un mecanismo inteligentísimo. ¡Benditos aquéllos que lo padecen!

Bien. Creo que ya he dicho bastante.
Voy a cobrarle mil euros, o dos mil. Quizá más. Nunca algo tan valioso le habrá salido tan barato.

Leer más
profile avatar
3 de enero de 2007
Blogs de autor

Lo que sabe el terrorista

Lo que sabe el terrorista de sí mismo puede verificarlo incluso cuando no dispara. Sólo por existir, y conceder una tregua es hacer más consistente su presencia, ya deja en evidencia el gran tabú: el Estado ha perdido el monopolio de la violencia.

El terrorista recauda tributos y ejecuta sentencias sumarísimas. Comete chantaje y asesinato pero la víctima (es decir: los que todavía no han caído) es invitada a considerarlo uno más de los poderes de este mundo. El terrorista no necesita legitimidad. Le basta con ser real.

La alambicada arquitectura conceptual que sostiene nuestro delicado equilibrio de dilaciones irónicas –la democracia- es violentamente sacudida cuando los terroristas ponen una bomba. También padece cuando salen enmascarados en televisión leyendo un comunicado. Nuestra virtud es la fragilidad.

La estratagema del terrorista consiste en dar fe de su existencia (disparando o dejando de disparar) y constituirse en réplica virtual del estado de cosas al que desafía (por ejemplo: un país sin pena de muerte). Cualquier otra consideración, sobre todo si se presenta como inevitable desenlace dialogado de una historia penosa, pone en peligro su identidad. Altera su razón de ser.

Lo que hace temblar los cimientos del estado de ánimo colectivo no es la bomba que explota en el aeropuerto sino lo que explota el terrorista encendiendo la mecha: vitaliza la metáfora terrorífica de los aviones estrenada el 11-S y ridiculiza las medidas de seguridad que agobian a los pasajeros.

Quizá el mensaje no encuentre destinatario pero ha sido escrito mediante el habitual alarde de prepotencia estratégica. Golpeamos cuando nos complace. Para ellos esto es lo esencial: su poder es ajeno a la debilidad intrínseca de lo circunstancial.

Una y otra vez el terrorista hace repicar la misma campana: exigiendo lo inaceptable refuerza su afán de existir. Lo contrario, negociar, considerar lo que hay de inconveniente en su épica patriótica, sería iniciar el proceso de la extinción.

Leer más
profile avatar
1 de enero de 2007
Close Menu