Francisco Ferrer Lerín
Sucedió hace años. Me refiero a un extraño encuentro en ese sector de la calle Mayor, el sector comprendido entre la pastelería La Suiza y la óptica de José Luis del Val. Aquella vez fue Bernardo Chufas, un muerto, o, por lo que se vio, un semimuerto que se acercó a mí provocando una desagradable situación. Hoy ha sido diferente. Aunque también ha sido un hombre quien, de golpe, como surgido de la nada, se ha plantado junto a mí, sonriente en esta ocasión. Era Biscuit, un viejo amigo de cuando lo del mármol, largamente desaparecido de mi vida, y al que si alguna vez quise recordar, fue para situarlo entre los muertos. Pero aquí estaba. Guapo, más alto, saludable, bien vestido, derrochando seguridad en sí mismo y con un caudal inagotable de historias que contar. Un Tino Casal adelgazado. Mas no logro precisar la duración del encuentro, pero no ha sido breve. Biscuit, tal como ha aparecido, ha desaparecido. Calle abajo. Como una exhalación. Dejando una sensación agridulce. De vacío. Una sensación de no haber sabido preguntarle muchas cosas de aquellos tiempos. La verdad es que creo que sólo ha hablado él, que yo no he logrado articular palabra. Y, ahora que lo pienso, Biscuit, ese viejo amigo, en qué lengua se expresaba.